El otro día, la noche le ganaba al sueño, así que prendí la televisión cerca de las 3:00 am. Buscando qué ver, entre caricaturas, telenovelas e infomerciales, encontré una joyita: Elenco durmiendo de Once Niñas y Niños.
Desde la medianoche, hasta las 6:00 am, Once Niñas y Niños transmite únicamente secuencias de sus marionetas presentadoras –Lucy, Staff y Alan– durmiendo plácidamente, con una tranquilizadora música de fondo y suaves ronquidos.
Esa madrugada me acurruqué y dormí profundamente, sabiendo que el canal con el que crecí sigue haciendo un trabajo maravilloso para las infancias mexicanas, y para los que no somos tan pequeños también.
Hace muchos años, en la época cuando al gobierno mexicano no le interesaba el campo, ni la cultura, nació el Canal Once del Instituto Politécnico Nacional. En tierra árida, pero pública, crece para convertirse en una institución con funciones y responsabilidades: la vinculación de la educación y el entretenimiento.
En 1988 la dirección del canal cambia en un intento de levantarlo y reposicionarlo, para lo cual fue conformado un equipo de productores, guionistas y demás colaboradores que ayudaron con la transformación de la programación, seleccionando o produciendo programas con la mejor calidad posible.
La productora Patricia Arriaga, habiendo trabajado anteriormente en Plaza Sésamo, fue la encargada de rediseñar la barra infantil, cuya audiencia se había desviado, en sus propias palabras: Octavio Paz, nuestro poeta máximo, veía la programación infantil del Once, pero los niños no lo hacían, porque las animaciones húngaras –no porque no sean maravillosas– no competían contra los Power Rangers, confesó en una entrevista por ahí de 2006.
Desde entonces, Arriaga planeó la tira de contenidos por transmitir y las producciones locales para cumplir dos objetivos: primero, que fuera atractiva y competitiva con los otros canales públicos y privados; segundo, que representara a la audiencia infantil en la pantalla y fomentara su voz y participación, pues la presencia de niñxs en la televisión de ese entonces era casi nula.
Programas como El mundo de Beakman (EE. UU.); Pingu, Titch (Reino Unido); Los cuentos de la calle Broca (Francia); Moomin (Finlandia); Tracey McBean (Australia); Mona la vampira, Jacobo Dos Dos y Aventuras de una mosca (Canadá) fueron algunos de los shows más emblemáticos que el canal consiguió, siempre seleccionados bajo una clara política y filosofía de adquisiciones: que permitiera variar el género, la duración y el formato, los temas presentes e, incluso, la nacionalidad de la producción. La intención de esto fue diversificar el consumo de la audiencia, para romper la variedad limitada de otros canales, que transmitían mayormente contenido infantil estadounidense o japonés, y nutrir a la audiencia mexicana con una dieta televisiva balanceada, Dios bendiga ese término, dicho sea de paso.
Paralelamente, en 1996 el canal comenzó a producir su primer programa exitoso, Bizbirije, cuya idea era convertir en reporteros a los niños televidentes de todas partes del país; les llegaba su credencial y se les enviaban cámaras para que contaran sus historias. Al respecto, Arriaga comentó alguna vez que:
Eran ellos mismos quienes decían ‘esta es mi casa y este es mi gato, reportó para Bizbirije Juan López’, ese era el concepto. Hicimos 300 credenciales. El primer día que salimos se cayó la central telefónica, no hubo manera de controlar las llamadas de los niños y las 300 credenciales se agotaron en los primeros tres minutos. No teníamos más credenciales, no había teléfonos. Entonces me di cuenta la necesidad que tenían los niños de hablar, de ser escuchados, de ser importantes, de participar y de estar en un programa donde ellos pudieran ser las estrellas.
Quienes siguen este espacio desde el principio recordarán que mi alma máter es Bizbirije. Si hoy existe una persona escribiendo esto es porque Arriaga y su equipo pensaron que valía la pena que lo hiciera.
De ese modo, el éxito de Bizbirije y de los demás programas de Once Niños representó un incremento del 300 % en el rating de la barra infantil, por lo que aumentó su tiempo al aire, integrando un equipo de conductores e investigadores, de manera que se acoplaran a las rutinas de la audiencia. Eso permitió incursionar en la ficción, creando series como Mi gran amigo azul (1997) o El diván de Valentina (2002), igualmente una de las producciones infantiles más exitosas del canal, tanto por su popularidad como por los premios que recibió.
A pesar de la salida de Arriaga como directora de la barra infantil unos años después, el canal continuó siguiendo los criterios establecidos y persiguiendo la calidad integral de los contenidos que transmitían. En 2018 cambió su nombre a Once Niñas y Niños.
Tanto la programación del canal como las realizaciones locales se inscriben en la misma dinámica de producción, circulación, uso y reproducción, acorde a los criterios establecidos por los equipos de investigación y diseño de contenidos.
Si miramos a profundidad, el diseño de producción –tanto de los programas originales como de la barra infantil misma– es preciso y cuidadoso, para ser a los contenidos atractivos y competitivos frente a la enorme oferta de entretenimiento actual.
En términos generales, la barra infantil tuvo una formulación teórica-didáctica-metodológica integral, cubriendo las diferentes etapas de la producción cultural. Esto le permitió conjugar los intereses políticos del canal y de los productores con un contenido atractivo, competitivo y nutritivo para la audiencia, mientras recibía retroalimentación constante y podía rastrear las interpretaciones e impresiones en las infancias.
Fue necesario contratar un equipo de 90 investigadores (sociólogos, comunicólogos, pedagogos, etc.) para investigar e interactuar con niñxs, conociendo sus experiencias de vida, su entorno, sus actividades, no sólo dentro de la ciudad, también en las periferias y provincia. La intención de esto era conseguir que los programas fueran educativos, pero en el sentido más amplio posible.
Su principal impacto en la audiencia (es decir, su expresión en las etapas de uso y reproducción) se observa detalladamente a través de los programas propios, como Bizbirije o El diván de Valentina.
Bizbirije, al transmitirse durante casi una década y gracias a su formato cotidiano e interactivo, se presenta como un buen ejemplo para analizar. La producción tiene sus principales ejes en la representación de la audiencia infantil y el fortalecimiento de su identidad, como describió Arriaga:
El caso particular de Bizbirije en su momento fue ver ese niño a cámara, donde dijera ‘yo puedo escribir y contarles que mi abuelita cumplió 85 años y vinieron mis 113 primos a la fiesta’, ese sentirse importante, (…) el secreto fue adoptar su punto de vista, (…) no son sólo para niños [los programas], sólo porque hay un niño en la historia, (…) igualmente importante fue la filosofía que seguimos –en comparación con las producciones de Nickelodeon, por ejemplo–, pues la sociedad mexicana es una sociedad muy conservadora y a los niños mexicanos les gusta estar con su familia.
Por su naturaleza, Bizbirije es un programa de contenido prosocial, es decir, que transmite valores, costumbres e ideas y motiva a su audiencia a adoptarlos dentro de su vida diaria. Uno de los más importantes es el elemento OIR –empleado así por los conductores del programa–, que implica Observación, Investigación y Reporteo.
El diseño de este proyecto, especialmente por su énfasis en la representación de las identidades y la cotidianidad (profundamente plural y diversa) de la infancia mexicana, es parte de la primera etapa de producción; la circulación, el impacto en la audiencia y su retroalimentación, es visible tanto en sus cifras de rating como en la investigación activa para dirigir los contenidos, al igual que en la interacción telefónica y escrita de la audiencia con los productores; por su parte, el uso y reproducción de los mensajes, mayormente desde la posición dominante del mensaje, resulta especialmente notorio en tres ejemplos.
Arriaga recuerda que en 2012, tras el surgimiento del movimiento político Yo Soy 132, seis jóvenes universitarixs visitaron su oficina en busca de su apoyo; ante una primera negativa, insistieron, argumentando algo parecido a lo siguiente: que de niños habían sido “reporterxs bizbirije” y que, gracias al programa, habían aprendido el valor de contar lo propio, de luchar por lo propio, de exigir un lugar y hablar públicamente.
También la productora cuenta que el 11 de septiembre de 2001, durante los atentados terroristas, Bizbirije se encontraba al aire, por lo que comenzaron a recibir cientos de llamadas de niños aterrorizados por las imágenes y padres confundidos al tratar de explicar la situación; para poder ayudar, el director de noticias y el equipo de pedagogos comenzó a asesorar a la producción sobre cómo abordar el tema durante esas primeras horas, y posteriormente con un programa especial para tratar el asunto.
Fue así que, en unos años, y para siempre, Bizbirije había dejado de ser un programa en la tele para transformarse en un espacio seguro, y con este, Once Niños.
Hoy, con su programación nocturna, Once Niñas y Niños nos arrulla. A lxs noctámbulxs, lxs ansiosxs, reporterxs bizbirije enviciadxs, a lxs adultxs que todavía no terminan de brotar. Y creo que, buena parte, se lo debemos a la institución que Patricia Arriaga fundó, en tierra infértil, pero con semillas ávidas.
Es por eso que en este espacio insisto en resaltar el impacto de los productos culturales en las sociedades, porque es monumental, profundo y duradero, como una planta.
A la verga el poder duro y sus acciones toscas, como los conflictos bélicos, económicos o políticos. Esas son telenovelas baratas para adultos sin nada mejor qué hacer. El poder suave, en cambio, tiende a ser sutil, difícil de detectar y casi imposible de revertir. Las historias correctas pueden reforzar la identidad de una sociedad, a tal grado de hacerla exportable, convirtiéndose en un poder de influencia. Los estudios de seguridad, a través de la seguridad societal, pueden analizar y responder a las amenazas a la arquitectura cultural, incluso pensar en modificarla o enriquecerla.
Once Niñas y Niños es un muy buen ejemplo de esto, tanto por el diseño del proceso productivo del canal como por el impacto de los productos en sus audiencias. Su éxito probablemente radique en su enfoque en la representación de lo que es –y sigue siendo– ser un niñx en México. Los contenidos de este canal –incluso cuando los gobiernos federales jamás lo planearon así– indudablemente refuerzan la seguridad societal mexicana, enriqueciendo el desarrollo de la audiencia infantil y su sentido de identidad, mucho más allá de la nacionalidad, desde el corazón, donde nace toda identidad.
Dios bendiga a Patricia Arriaga y su equipo, ser niñx, mexicanx, reporterx y a Once Niñxs y Niñxs, así, con todas las x.
Excelente narración Brau, no sabía que eras reportero de bizbirije, de ahí tu amor a tu carrera, felicidades