Este 23 de agosto pasado alunizó exitosamente la nave automatizada india Chandrayaan-3. La tercera misión del programa de exploración lunar comandado por la Organización India de Investigación Espacial (ISRO, por Indian Space Research Organisation) fue lanzada el 14 de julio de este año y entró en la órbita de nuestro satélite natural el 5 de agosto, desde donde realizó diversos avistamientos de la superficie selenita, pruebas y ajustes a su trayectoria, que le permitieron tocar de manera segura el regolito del polo sur lunar. Con esto la India no sólo se convirtió en la cuarta nación en posar un artefacto de esta naturaleza sobre la Luna, sino que, además, marcó un hito al ser el primer país en alcanzar este hemisferio selenita, que tanto misterio e interés encierra para la humanidad.
Pero los avances indios en la exploración espacial no cesaron con la llegada de Chandrayaan-3, pues el pasado sábado 2 de septiembre, ISRO lanzó su primera misión solar. La denominada Aditya-L1 despegó desde el Centro Espacial Satish Dhawan impulsada por un cohete de fabricación india, PSLV, por Polar Satellite Launch Vehicle, camino al punto de Lagrange L1, ubicado a millón y medio de kilómetros de la Tierra, al que se espera llegue a inicios del próximo año y desde el que realizará observaciones de nuestra estrella, encaminadas a entender mejor la naturaleza y dinámica de esta enorme masa de plasma que nos mantiene vivos.
Tras la primera etapa de la Era Espacial, en la que tomaron la delantera y alcanzaron las primeras metas las dos potencias mundiales de mediados del siglo pasado, los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), es claro que ahora la República Popular de China, los Emiratos Árabes Unidos y la India se han unido a la Federación Rusa —heredera de la URSS— y a la Unión Americana en este segundo auge de la carrera espacial.
Si bien la Federación Rusa ha venido en declive desde la posición de liderazgo que tuvo en los albores de la Era Espacial, con el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik 1 (4 de octubre de 1957), la puesta en órbita del primer humano, Yuri Gagarin (12 de abril de 1961), y la primera mujer cosmonauta, Valentina Tereshkova (16 de junio de 1963), el resto de las naciones nombradas, y a las que habría que añadir a Japón y las que integran la comunidad de la Unión Europea, han ido acumulando logros y ascendiendo en su experiencia espacial.
La razón para el intenso empuje que le está dando esta élite de países a sus respectivos programas espaciales es, sin duda, que luego de estas siete décadas de investigación y desarrollo espacial ha quedado muy claro que la enorme cantidad de conocimiento y la derrama tecnológica que se genera en consecuencia convierten a esta en la inversión más redituable para cualquier sociedad. Baste recordar que la capacidad de la computadora que llevó al Apolo XI a la Luna era apenas una fracción minúscula de la que ahora podemos tener a la mano en nuestros teléfonos inteligentes; esta multiplicada capacidad de cómputo ha encontrado en las décadas subsecuentes diversas aplicaciones y permitido soportar muchas otras tecnologías que mejoraron las economías de estas naciones.
El caso de la misión Chandrayaan-3 bien podría ayudarle a los gobernantes de México a comprender la diferencia entre gastar el erario e invertirlo en la generación de conocimiento y desarrollo de tecnología, por ejemplo, a través del impulso decidido a la industria espacial. La tercera misión del programa indio de exploración lunar costó unos 75 millones de dólares estadounidenses (mdde), que palidecen al compararlos con gastos como el de la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y la edificación del aeródromo de Santa Lucía, que ascendió a más de 29 mil 411 mdde —a un tipo de cambio de 17 pesos mexicanos por dólar estadounidense—; la construcción del Tren Maya, estimada por el Instituto Mexicano de la Competitividad en más de 21 mil 982 mdde, o incluso los 17 mil 431 mdde que hasta ahora ha consumido la refinería de Dos Bocas; sumas que en conjunto habrían podido financiar unas 917 misiones como la de Chandrayaan-3.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.