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William: “Me han deportado siete veces”

HISTORIA: ANDONI GURREA ORTIZ/LALUPA.MX

FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX

“Me han deportado siete veces”. Así es como resume William, migrante proveniente de Honduras, su experiencia en Estados Unidos. Mientras cuenta su historia, no puede evitar quitarse algunos pellejos de su mano izquierda. La extremidad está morada, hinchada como un globo. No hay duda: hay una fractura o, al menos, un esguince grave.

En su camino al país del norte, a donde tiene pensado regresar por enésima ocasión, este centroamericano de 39 años se cayó de La Bestia (el tren de carga que cruza México) cerca de Querétaro. Desde entonces ―hace ya tres meses― espera, sin mucho éxito, a que su mano sane para proseguir su periplo. Sin embargo, lo único que ha usado para tratar de aliviar sus males es una pomada. Los resultados, salta a la vista, han sido nulos.

“Atravesé Guatemala, y en Tapachula, Chiapas, logré montarme en un tren hasta Lechería (Estado de México), donde agarré otro. Pero cuando venía a la altura de Querétaro me caí, y aquí estoy ahora”, cuenta a lalupa.mx sus peripecias este migrante, quien se protege del inclemente sol de mediodía con el gorro de una vieja chamarra de “camuflaje”.

En estos 90 días en Querétaro William ha vivido de las monedas que los automovilistas le dan en un crucero cerca de Circuito Alamos e Industrialización. Por esos rumbos, también, ha pernoctado por las noches desde su llegada a la ciudad. “Con lo que me dan compro unas galletas, yogurt. A veces bolillos y hago una comida como ustedes ya se la saben”, en clara alusión a las tortas.

Parece contradictorio, pues pese al calor carga con varias capas de ropa vieja, prácticamente de harapos. Pero cuando nos dice que duerme en la calle todo cobra sentido: esa indumentaria lo protege de las gélidas temperaturas que en ocasiones caen de madrugada por la extremosa capital queretana.

El hondureño ―a quien le faltan varias piezas dentales― explica que antes de salir de su país natal se dedicaba junto con su familia ―una hermana y su madre―, “al campo”. Señala que ellas nunca salieron de San Pedro Sula, y asegura que los “mafiosos” de la zona las obligaron a trabajar con ellos, hasta que se metieron en lo que el migrante llama un “lío”, y por eso las mataron. William baja la cabeza y no da más detalles. Sólo dice que después de que dejó Honduras por primera ocasión para irse a Estados Unidos, nunca las volvió a ver de nuevo. “Me quede solito, jefe”, lamenta.

En Estados Unidos ―en San Diego, más precisamente―, a donde llegó de 15 años, William trabajó principalmente como albañil. Sin embargo, por juntarse con las pandillas, “cuando era más morrillo”; o, simplemente, por ser indocumentado, pasó en prisión parte de los muchos años que vivió allá.

“La primera vez llegué a los 15 años, pero a los tres años me deportaron por primera vez. Regresé, estuve otros tres o cuatro años, y de nuevo me deportaron. Así es como se me fueron acumulando las deportaciones y también los años tras las rejas. Esos del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EU) son unos cabrones”.

―¿Cómo es la vida en las prisiones de Estados Unidos?

―“Estás mejor que en tu casa” ―declara William. Afuera tenía que vivir con hasta ocho o diez migrantes en un pequeño cuarto. Por la renta, señala, tenían que pagar entre todos 800 dólares al mes; es decir, aproximadamente 14 mil 400 pesos. “A mí me pagaban 7.25 dólares la hora. Es el salario minimo, y no alcanza para poder rentar algo yo solo”.

Pese a contratiempos, percances, y de que el paraíso tampoco se encuentra allende la frontera norte, William anuncia que una vez sanada su mano reiniciará su camino. “Simón, quiero ver qué onda allá. Ya tengo un rato, como tres años o más, que no subo hasta el norte… A lo mejor ahora sí me va bien…”, dice este hombre, quien pese a siete deportaciones no ha perdido por completo la esperanza, la ilusión.

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Last modified: 20 noviembre, 2023
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