La iglesia dice: El cuerpo es una culpa.
La ciencia dice: El cuerpo es una máquina.
La publicidad dice: El cuerpo es un negocio.
El cuerpo dice: Yo soy una fiesta.
Eduardo Galeano
Cuerpo. ¿Qué eres y a dónde vas?
Cuerpo templo del alma, vestidura de carne, ropaje terrenal.
Piel, capa sensible, mapa del placer, testimonio tangible, vestidura sensorial.
Piel, fiesta de colores: ébano, nácar, canela, cobriza, amarilla.
Cuerpo, alma, ¿qué eres y a dónde vas?
En todo tiempo pasado, las diversas culturas han dejado testimonio de su relación con el cuerpo. Filósofos y poetas de cada época expusieron a través de sus versos, de loas y cantos el significado que ha ocupado el cuerpo. Por ellos sabemos que en las antiguas civilizaciones alma-cuerpo y espíritu fueron unidad. En el cuerpo se vivía y se moría también. El envejecimiento, preámbulo de la muerte, no angustiaba; era parte del tránsito natural y aceptado sin mayor cuestionamiento, acompañado por la certeza de que, una vez cumplido el ciclo de vida-muerte, ese cuerpo, ropaje terrenal, reposaría en el lugar destinado para el descanso eterno y el alma viviría guardada en la memoria familiar y en la de su comunidad.
Pensamientos y creencias en torno a él dejaron su huella en el camino de la historia; ella nos ha permitido saber su significado y el papel asignado por cada cultura en su tiempo y momento. Por ejemplo, la cultura griega tenía la convicción de que su función era la reproducción. En el acto erótico, en el encuentro con el otro para fundirse en el placer y reproducirse estaba el sentido natural de su existencia.
Los pensadores filosofaban sobre el tema del cuerpo y alma. A Tales de Mileto, uno de los siete sabios de Grecia, se le atribuye la frase: “La felicidad del cuerpo se funda en la salud y la del entendimiento en el saber”.
Más tarde, Platón sostuvo que: “El cuerpo humano es el carruaje, el YO el hombre que lo conduce”.
Después, Aristóteles sentenció: “El cuerpo es el instrumento del alma; el pensamiento son las riendas y los sentimientos, los caballos”.
El cuerpo y sus saltos en la historia
Siglos después, múltiples voces continuaron su discernimiento y lectura sobre el significado del cuerpo. William Shakespeare señaló que “la conciencia es la voz del alma y las pasiones son la voz del cuerpo”. Su contemporáneo Miguel de Cervantes sostuvo: “La belleza del cuerpo muchas veces es el indicio de la hermosura del alma”.
Trescientos años más tarde, la escritora francesa George Sand dijo NO a la aseveración de Cervantes. Sostuvo que “la belleza exterior no es más que el encanto de un instante. La apariencia del cuerpo no siempre es el reflejo del alma”.
Por ese tiempo, el poeta estadounidense Walt Whitman opinó que: “Si algo es sagrado, es el cuerpo humano”. Por su parte, Friedrich Nietzsche en una frase definió lo que para él era el cuerpo y su interrelación con el YO: “Y este ser sincero, el yo, habla del cuerpo y lo quiere incluso cuando sueña y se forja ilusiones, aletea con un batir de alas rotas”.
Más tarde, la escritora brasileña Clarice Lispector sublimó los instantes en que el cuerpo acude al encuentro del ser amado: “Hay cosas indestructibles que acompañan al cuerpo hasta la muerte como si hubieran nacido con él. Y una de esas es lo que surge entre un hombre y una mujer que viven juntos ciertos momentos”.
Y aquí en México, Guadalupe “Pita” Amor, contemporánea de Lispector, se preguntaba: “¿Por qué me desprendí de la corriente misteriosa y eterna en la que estaba fundida para ser siempre la esclava de este cuerpo tenaz e independiente?”.
Y así, durante mucho tiempo, el cuerpo en sus diversas formas: voluptuoso, rechoncho, o no tanto, pero aceptado sin cuestionamiento, cumplía su función asignada. Correspondía vestirlo acorde a una moda, sí, pero permaneciendo dentro del concepto de su papel reproductivo.
El cuerpo y el yo en la actualidad
Vino la vorágine de lo moderno y su cabalgar escandaloso en los siglos XX y XXI, anunciando otras preguntas y las exigencias de otra redefinición. El feminismo cuestionó: ¿Reproducirse es su única función? ¿Qué o quién determina lo que es mi cuerpo? Y mientras las mujeres hacían estas preguntas y surgían diversas respuestas, llegó la cultura del consumo trayendo el concepto del cuerpo como mercancía y competición.
La incursión de la mujer en el mundo del trabajo formal fue aprovechada por la industria con una propaganda eficaz. Belleza y juventud van de la mano, dijo la publicidad con sus guiños seductores y lanzando toda clase de productos al mercado, inundándolo de todo lo inimaginable.
La ciencia médica no se quedó atrás, imponiendo su peso. Apoyada en la mercadotecnia, coqueteó con las interrogantes: ¿Quién ha de querer ver un cuerpo viejo? ¿Por qué no adelantarse a la prevención de las enfermedades que trae la vejez? ¿Por qué no detener su deterioro a toda costa? Y la ciencia ofreció respuestas y su disposición para cumplir los deseos de quienes están peleados con el cuerpo y el sexo asignado por la naturaleza, ofreciendo las alternativas de cambios.
La medicina toda, la industria naturista, la homeopática, ofertaron recetas reales y mágicas y métodos rápidos que prometían ayudar a curar las angustias del YO.
Aromaterapia, acupuntura, yerbas y brebajes en diversas presentaciones aprovecharon esta búsqueda de redefinición del cuerpo y el pánico al envejecimiento para posicionarse en el mercado del consumo.
Despojado ya de todo el sentimiento culposo que la religión cargó al placer, la fiesta de y con el cuerpo se intensificó. ¿Por qué vivir con culpa este cuerpo, el único que tenemos y que estará aquí sólo una vez? ¿Por qué negarle el placer en esta –la única– vida que tenemos?
Liberación sexual y cosificación
La liberación sexual inició su marcha, y junto a ella el cuerpo ha pasado a ser un objeto central del YO. Hoy el culto al narcisismo no tiene género. Las demandas de belleza, antes dirigidas sólo a la mujer, están direccionadas al hombre también. La sacralización al cuerpo encuentra su expresión en la cosmética facial, cirugía plástica, liposucciones, gimnasios con sofisticados aparatos para moldear el cuerpo masculino y femenino a placer y capricho. Todos los artificios para cumplir la necesidad o antojo personal y la demanda del mercado están a la mano.
La trampa está bien diseñada y eficazmente dirigida. Se ha cruzado ya el umbral, entrando al juego de la fachada uniforme; pero es factor de angustia en la actualidad. Aunque la compensación está en la garantía de incursión al mercado laboral que permite la sobrevivencia. Uniformarse, entrar a los esquemas dictados, garantiza la aceptación social, pero también –creo– facilita a la industria, a los intereses económicos y políticos la domesticación de la voluntad.
La felicidad y realización personal están hoy sujetas al cumplimiento de los esquemas que dicta el capricho y la maquinaria industrial. Mujeres y hombres sostienen estos encuentros y desencuentros con el cuerpo. Los trastornos de la alimentación aquejan por igual. Las compulsiones y ansiedades están en la actual sociedad.
No hay pausa para preguntarse: ¿Para qué está el cuerpo en el mundo? ¿Cuál es su destino? ¿Ese fin que le daba unidad y sentido al cuerpo, y por tanto a la vida, se derrumbó en nuestra época? ¿Cuál es el fin de revestirlo de tatuajes, también?
Cuerpos a la deriva
En la actualidad, el cuerpo anda errabundo y se desconoce a sí mismo. No tiene orientación. El individuo y el sentido de identidad del YO andan a la deriva. Todo está en entredicho. El cuerpo es indeterminado, y tanto el del hombre como el de la mujer no están atados a ninguna finalidad. Y, en todo caso, el fin es determinado por la empresa que contrata ese cuerpo.
Convertido en fragmento, separado del espíritu y la mente, lanzado al vacío en esa vestidura terrena, capa de misterio o fachada tangible que ha de convertirse en ceniza, tierra y nada, según lo desee o decida la familia del que muere. ¿Cuál es su lugar en la actualidad? ¿Cuál es la lectura que la cultura actual da al cuerpo humano? Si no está atado a ningún ordenamiento, si no hay destino seguro para él, ¿para qué más nos sirve el cuerpo? ¿Para todo y para nada?
¿Cuál es la batalla que libra?
“¡Mi mente y mi cuerpo se odian el uno al otro!”, dice Charlie Brown sin explicarnos la razón de ello, pero quizá reflejando esa separación entre la sexualidad y la muerte, y cuyo campo de batalla es el cuerpo.
O tal vez no hay tal batalla y, en todo caso, todo está dicho ya. No hay preguntas y asfixiados en la modernidad y su prisa nos sentimos o nos sabemos dueños de nada, y solamente reclamamos nuestro derecho a escribir en esto que es nuestro cuerpo, convertirlo en mapa de desafíos o de reafirmación antes de encontrarle un nuevo lugar… una redefinición.