1
Ningún presidente de la República, antes de la gestión morenista, había pensado en confrontarse con la prensa cotidianamente porque de antemano sabía que los medios eran suyos y que, sí, de manera ocasional, no faltarían los granujas que se atreviesen a criticarlo pero más tarde, o más temprano, lo premiaría para con ello, de algún modo, satisfacerlo en su ansia, o su necesidad, económica.
Así, todo volvería a la calma.
Julio Scherer García nos lo revela, sin asombro alguno, en su libro Los Presidentes cuando nos cuenta cómo visitó, sin ser recibido, hasta la ignominia a Díaz Ordaz después del asesinato masivo del 2 de octubre de 1968 para saber su opinión sobre lo que Excélsior había desplegado de aquella matanza y conocer, básicamente, si aún podía seguir contando con la manutención del gobierno ordacista.
La actitud de Scherer García, incluso a veces considerada heroica, se basaba en una naturalidad que a nadie debía extrañar en aquellos tiempos porque los medios, sencillamente, dependían del Estado para su necesaria sobrevivencia y enriquecimiento, en efecto, excesivo de los dueños de estas banderolas de la información, por lo tanto el comportamiento de Scherer García no debía sobresaltar a nadie: los mandatarios no hablaban, sólo dispensaban mediante sus (en ocasiones atroces) silencios.
Ya el músico norteamericano Joe Jones (1926-2005) sabía de las conveniencias de los silencios cuando compuso su canción, en 1960, “Hablas demasiado” que obtuvo, de inmediato, una aceptación masiva. Javier Bátiz, en México, la incluyó en su repertorio siendo una de las piezas clave en sus presentaciones: “Mejor dejarlo sin decir —se asienta en la composición—, sabes que hablo demasiado; cariño, ven a poner tus labios en los míos y cállame… ¿Por qué tienes que ser tan hablador? Hablo demasiado, hablamos demasiado, ¿por qué no puedo dejarlo sin decir? Sabes que hablo demasiado, podríamos culparlo a la naturaleza humana… El silencio es oro, que mantiene mis esperanzas, pero hablamos demasiado”.
Seguramente los presidentes se atuvieron a la canción otorgándole credibilidad, con excepción de López Obrador a sabiendas del enorme riesgo que conlleva la palabra hablada.
2
Cuando a Fox, ja ja ja, le preguntaron por qué no resolvía el asunto de las televisoras mexicanas sobre todo cuando el Canal 40 empezaba a descollar, el panista, ja ja ja, contestó:
—¿Y yo por qué?
Ja ja ja.
Cuando a las mujeres, ja ja ja, les dijo Fox que eran una lavadora de dos patas, ni las feministas se ofendieron por tal definición porque provenía nada menos, ja ja ja, que de un mandatario.
Igual cuando Peña Nieto no supo decir ni dos títulos, ja ja ja, de los libros que lo habían marcado, la gente se lo tomó no como un acto de irreversible ignorancia sino, más bien, como una guasa, ja ja ja, que recordaba todos los chistecitos, ja ja ja, de Ernesto Zedillo, que tomaba las cosas, ja ja ja, con tanto humor que la ciudadanía se acostumbró a que las cosas debía uno tomarlas con agudeza o, ja ja ja, con gracejo.
Ni decir nada de Calderón, dedicado mejor a otros menesteres, ¿alguien recuerda la voz de Miguel de la Madrid? ¡López Portillo, ja ja ja, lloró como un perro cuando devaluaba al peso! Salinas, de tan serio, parecía standopero, ¿alguien lo recuerda, ja ja ja, gritando que México necesitaba modernidad, modernidad, modernidad?
Ja ja ja.
Antes, como los medios estaban comprados, saltaba a la vista la gracia, aunque no la tuvieran, proveniente de las personalidades de la política, que aunque no hicieran nada aparentaban que hacían todo, por eso hablaban sin hablar o hablaban guardando cautos silencios. O hablaban a sabiendas de que serían protegidos por la corte que los favorecía porque, de antemano, los presidentes favorecían a su corte: cuando Díaz Ordaz, por ejemplo, habló responsabilizándose del asesinato masivo en Tlatelolco en 1968 sabía que lo vitorearían por tal acontecimiento, incluso Ealy Ortiz y Scherer García lo custodiarían ocho meses después de aquel artero crimen para conducirlo, durante el Día de la Libertad de Prensa que entonces se conmemoraba cada 7 de junio, a la mesa de honor para reverenciarlo por su acto heroico, tal como dijo Martín Luis Guzmán en su discurso laudatorio al presidente de la República, momento aclamado por los satisfechos periodistas que rendían, puntuales, su pleitesía al Poder Político, nunca a la Sociedad a la cual supuestamente debían servir: la palabra del gobierno, finalmente, era una redituable moneda de cambio para los diversos medios de comunicación, de manera que no podían exponerse a la expulsión de sus bienes financieros.
Los estudiantes que durante el 68 pasaban frente a Excélsior gritando la consigna “Prensa Vendida” finalmente tenían toda la razón.
3
Sí, López Obrador habla demasiado, pero no es algo insólito sino infrecuente en un presidente de la República Mexicana, acostumbrados, todos ellos, a no hablar para evitarse monsergas, aunque sean diminutas, si bien los mandatarios, al ser prácticamente los apoderados de los medios durante un sexenio sabían muy bien que no necesitaban la palabra para tener siempre la verdad de su lado: cuando Díaz Ordaz por fin habló para decir que él era el único responsable del asesinato masivo del 2 de octubre no hubo periodista que no le aplaudiera aunque bajita la voz, nunca en voz alta, lo reprobara… pero ahora que López Obrador es un presidente que por fin habla o da su opinión sobre todo, se encuentra con inesperadas consecuencias por lo que se desprende de su verbo, al grado de que una priista como Beatriz Paredes dice públicamente sentirse avergonzada de la política obradorista respecto a la migración… ¡cuando su partido, el de la priista Beatriz Paredes, jamás no sólo no había hablado sobre el caso sino ni siquiera contaba con una política definida al respecto!
¿Entonces por qué interviene en ese asunto tan complejo para la política exterior?
¡Porque por fin un presidente se atreve a hablar sobre dicho tema y había que contradecirlo o disminuirlo solamente por afanes políticos!
4
Por supuesto que, como bien apuntaba el compositor Joe Jones en su canción “Hablas demasiado” (“hablo demasiado, ¿por qué no puedo dejarlo sin decir?”), hablar contrae compromisos a veces irresolubles, como el aseverar que la corrupción ya no existe en el servicio público porque, para nuestra desgracia —me refiero a la desgracia de los mexicanos—, aún continúa sano y salvo este mal debido precisamente a que las bases, asentadas en la burocracia nacional, se niegan a abandonar esta bienhechora práctica del me das a cambio de, que aún pervive, ajustadamente instalada, en diversas instituciones del gobierno porque, sencillamente, el daño causado durante décadas (trece sexenios: 78 años), hondo y profundo, es imposible repararlo en seis años, sobre todo si esta innoble práctica se ha arraigado ya como una costumbre natural, razón por la cual una pregunta que bulle en miles de cabezas hasta este momento no tiene respuesta: ¿de veras López Obrador no ha podido percatarse de que su intención es nobilísima mas irreal, por lo menos hasta ahora, en las dependencias que todavía no dejan atrás esta añeja —y perseverante, y persuasiva— inmoralidad social?
5
Dice López Obrador que el Bastón de Mando que poseía, ese mismo que entregara a Claudia Sheinbaum —el jueves 7 de septiembre— como símbolo de la “transformación” social del país, es una inmejorable señal de que las comunidades indígenas avalan su mandato, pero por alguna extraña razón el pasado 19 de agosto justamente una comunidad tzotzil en Chiapas… ¡fue la primera en quemar los libros morenistas de texto gratuitos por considerarlos diabólicos!
¿Por qué llevaron a cabo tal acto digno del medioevo?
¿Fueron inducidos a hacerlo o la pila incendiaria fue elaborada mediante una convicción indígena de costumbre arraigada en rechazo de lo novedoso escolástico?
¿Qué significa este fiero comportamiento tzotzil ante el confiado mandato obradorista creído de la abierta y noble fortaleza cultural de los pueblos indígenas incapaces, por lo menos hasta antes de esta vileza irrazonada, de proferir ceremonias tan indignas?
6
Tres días antes del traspaso del bastón de mando que confiriera López Obrador a Claudia Sheinbaum, exactamente el 4 de septiembre, ediante un comunicado el Consejo Nacional de Pueblos Originarios y Comunidades Indígenas señaló que el Bastón de Mando le fue entregado, en 2018, a López Obrador porque así fue decidido por los propios integrantes de pueblos originarios; por ello, tal documento precisa que son los pueblos “quienes decidimos a quién y por qué” asignan tal distinción, dejando abierto así el entredicho sobre la supuesta “apropiación” cultural morenista de tal acto sagrado para los pueblos indígenas de México, con lo cual queda, más que demostrada, la franca oposición de varios miembros dispersos en las comunidades indígenas, esas mismas que el obradorismo cree tener —ya sabemos que de manera errada— bajo su férula, pues ahora resulta que el obsequio, o la condonación, de dicho bastón no es, como sensatamente se suponía, un símbolo cultural sino un préstamo espiritual o religioso: ¿cómo entonces no iban a quemar unos libros ciertos indígenas que no miran el mundo de la misma manera en que lo mira un gobernante que dispone para sí un bastón que sólo era suyo, de nadie más?
El silencio, en este caso específico de la objeción indígena, hace demasiado ruido.
Cómo no.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/