Autoría de 10:48 am #Opinión, Braulio Cabrera - El sonido de la H

Más allá de lo sondable, lo creíble: la ciencia cuando deja de ser ficción – Braulio Cabrera

Al hablar en ciencia ficción, el error común al estimar su valor es pensar que la vena científica es la de los cohetes, láseres, naves y planetas… cuando, en realidad, esa es la parte ficticia, y la verdadera ciencia detrás es la de las ciencias sociales.

Hace más de un año, en este espacio, afirmaba con fuerza el valor de la saga de videojuegos –películas, series, libros y novelas gráficas– Halo como un ejemplo ideal del avance de la humanidad en su eterna búsqueda de colaboración: Lo insondable posible, la gobernanza global en el marco de la ciencia ficción. Sin saber, en ese texto realmente hacía una apología al fascismo, casi sin querer. Hoy, con un estudio más profundo del material original, vengo a desmentirme, a plantear lo que el discurso conciliador y liberal de la gobernanza global esconde, según la hipótesis comunitaria de un puñado de autores.

Si bien es cierto que la humanidad se ha enfrentado en contadas ocasiones a crisis conjuntas, que sobrepasen las fronteras, incluso con la más reciente (“la pandemia”) fue imposible terminar de alinear el discurso estatal en una sola frecuencia, mucho menos de las sociedades que conforman esos entes políticos, dicho sea de paso. La realidad es que, en el afán de sentirnos especiales, la humanidad es maravillosa para señalar el error ajeno o, simplemente, la falta de representación de sus intereses.

Ahora, seguimos sin confirmar la existencia del calentamiento global y de los alienígenas, a pesar de un sinfín de pruebas contundentes. Ambos temas atraviesan en sus ejes más delicados al sistema capitalista súper globalizado –que nos da acceso a los últimos avances de la tecnología en ciudades preciosas, mientras la gente muere de cólera por falta de agua potable cuando viven en el lado equivocado del mundo–, y la superestructura cosmológica de esas sociedades retorcidas, que son capaces de concebir el milagro de la vida, los delicados funcionamientos astronómicos de las fuerzas del cosmos, la metaciencia detrás de ellos, pero siguen pensando que un puñado de profetas mortales fueron elegidos por los dioses omniscientes y omnipotentes, como si ellos también fueran incapaces de ver más allá de sus narices.

La ciencia ficción nos regala un espacio donde “el hubiera” no sólo existe, sino que se explora hasta sus profundidades más humanas. La saga de Halo –no por demeritar otros autores o proyectos, sino que es la que he estado estudiando recientemente– es un inquietante universo para plantearse cuestiones como la vida en el cosmos, la tecnología como vehículo del desastre, la política que corrompe las mejores intenciones de las personas, la soberbia que conlleva la inteligencia y la insoportable ciclicidad del tiempo… por algo se llama Halo.

Cuando la inquietud por la ciencia ficción como tema de análisis amaneció en mi cabeza, hace unos años, me pareció apropiado formularla de la siguiente manera: “Es un escenario básico para la narrativa de ficción un proyecto insondable que, solamente, sucede gracias a la cooperación de la humanidad en sinergia, ejemplos sobran. Están la exploración espacial en los cruceros con tecnología Warp en Star Trek, el desarrollo del proyecto EVA (a cargo de la ONU) para defender a la humanidad de los ángeles en Evangelion, la figura del United Nations Space Command para la colonización de la galaxia y la posterior defensa de la raza humana ante la amenaza extraterrestre en Halo…”.

Unidades Evangelion (EVAs)

Una y otra vez, la ciencia ficción ha señalado que la única forma en que la humanidad se unirá en un proyecto que atienda problemas más allá de las fronteras políticas es cuando el problema no distinga entre “humanos”, sino que nos perciba –y afecte– a todos por igual.

Sin embargo, esas aproximaciones son sólo la punta del iceberg de cada una de las sagas antes mencionadas. Narrativas paralelas a la de los buenos y los malos, los héroes impolutos y los valores universales orbitan el discurso de que la humanidad cooperará diligentemente ante las circunstancias más apremiantes, cuando, incluso en las obras de ficción más optimistas, se tiene que “expandir el universo”, porque esos argumentos son, por lo menos, infantiles.

De nuevo, la saga de Halo es un excelente ejemplo de esto. A pesar de que, superficialmente, cuenta la historia de un supersoldado genéticamente modificado, con una armadura que lo hace prácticamente invencible, que mata alienígenas y salva a la humanidad, el argumento detrás es bastante sombrío: ningún gobierno desarrollaría esta clase de proyectos –teniendo en cuenta el nivel de inversión necesaria, por ejemplo– si no tuviera la intención de utilizarlo. Lo que no se dice en el argumento principal de la saga es que estos soldados, conocidos como “spartans”, fueron originalmente creados y empleados en contra de colonias espaciales insurreccionistas que ya no querían pertenecer al gobierno intergaláctico, por los costos asociados a ello. De ese modo, estas figuras heroicas que han influenciado a millones de personas en los últimos 20 años son, en realidad, máquinas aplaca-rebeldes… como esas que tanto detestamos en la primera trilogía de Star Wars.

Este compendio de cuentos es reflejo del compendio que nos contamos para darle sentido a la vida, a la realidad política, a la religión, a la cultura. Por eso, recientemente, mientras leo estos materiales y me detengo a investigar los detalles más ínfimos del universo expandido, no dejo de ver paralelismos con algunos momentos de la Primavera Árabe, de la Guerra Fría, del conflicto en Ucrania, incluso, de la guerra contra el narcotráfico en mi país. Me quedo suspendido reflexionando si realmente sé quienes son los malos y los buenos, y si debería confiar o repudiar a cualquiera que se atreva a decir que lo sabe.

La ciencia ficción, largamente desestimada tanto por las disciplinas científicas como por la misma literatura, es en realidad la sublimación de ambas. Es la máxima hipótesis convertida en prosa, de nuevo, el punto de confluencia en donde “el hubiera” es y no ficción. Por eso, formar un criterio personal, en torno a la verdad, va más allá de contrastar información sesgada, porque no existe tal cosa como la objetividad. Consiste en ponernos a nosotrxs mismxs en los lugares más inusuales, inesperados, disonantes y contrarios, para ampliarnos, renegarnos, deconstruirnos, desconfiarnos, abrazarnos y, después del caos, frente a la duda, ahí sí, comenzar a pensar con claridad.

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Last modified: 21 septiembre, 2023
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