ENTREVISTA: JOSÉ ANTONIO GURREA C./LALUPA.MX
FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX
“Morir no es algo que me preocupe”, declara tajante Mariano Palacios Alcocer, quien subraya que la felicidad hay que construirla todos los días, pues “son chispazos de luz a los cuales hay que asirnos”. En esta segunda entrega de “En El Confesionario” de lalupa.mx, el ex gobernador queretano expresa su admiración por Alejandro Magno, quien “logró imponerse como el mejor general del mundo”, y rememora a Fidel Velázquez, dueño de “una inteligencia proverbial”, y a Leonardo Rodríguez Alcaine, quien “cuando abría baile” se convertía en un espectáculo “que ni los mejores momentos de Cantinflas o de Resortes podían igualársele”.
Dueño de una vasta cultura, el también académico y diplomático charla sobre sus eclécticos placeres sonoros, “de melómano moderado”, que van de la ópera al fado, pasando por la música country y la trova cubana y yucateca. Recuerda sus días de infancia en las matinées dominicales con cine mexicano y programas triples. Comparte su gusto por la crianza y entrenamiento de palomas mensajeras, hobbie que cultiva desde 1966. Y expresa su predilección por el vino tinto y la cerveza oscura. “A mí me parece que las cervezas lager están bien para que las tomen los que tienen complejo de gordura y no disfrutan la cerveza”, enfatiza.
Platíquenos, don Mariano, sobre su gusto por las palomas mensajeras. ¿De dónde proviene esa afición?
Es un hobbie, porque los seres humanos necesitamos frente a la tensión del deber el espacio del ocio. Los latinos decían “ocio o negocio”, y no es disyuntiva, es copulativa.
Mis padres fueron muy tolerantes con nosotros para permitirnos tener animales en la casa. Nos decían: “Tienen derecho a tener todos los animales que sean capaces de mantener, cuidar y tener en condiciones óptimas de atención en la medida que saquen buenas calificaciones, pero ningún animal dentro de la casa, su jurisdicción es la azotea”. Nosotros quedamos como dueños de la azotea de la casa y teníamos perros, conejos, gallinas, aves de ornato, y, posteriormente, palomas.
Un día vimos que una señora que vendía leche en la calle de Pasteur, le daba de comer a las palomas de las iglesias, lo que le quedaba de desperdicios, nosotros veíamos que bajaban con una avidez y un hambre enorme. Algunas traían anillo, tenían las carúnculas nasales más pronunciadas. Lo platiqué con mi papá y empezamos a criar palomas mensajeras y Humberto, Jaime y yo, mis hermanos menores, empezamos a competir en 1966.
¿De qué se trata? De convertir un animal rústico y silvestre en un atleta de alto rendimiento, en que el manejo humano pueda ir mejorando genéticamente la capacidad para volar más rápido, para regresar de distancias más lejanas. Luego de la parte genética tiene que ver el entrenamiento, la dieta, la fisiología. ¿Cómo la pone en forma?, ¿qué le da de comer? Luego, ¿qué mordiente (carácter) debe tener la paloma para volver más rápido?
¿Cuántas palomas tiene actualmente?
Debo tener en este momento 100 parejas y un equipo de 300 voladores. Cada paloma la conozco, cada una la identifico. Tengo sólo cinco familias de palomas desde hace muchos años, entonces para mí no tiene mayor chiste, seguramente si usted ve a los hijos de sus primos que no ha saludado los puede reconocer por los rasgos anatómicos o fisiológicos, lo mismo ocurre con las palomas. Después de cultivar una familia de palomas muchos lustros, hay rasgos que se repiten genéticamente como rasgos dominantes. Cada paloma es un individuo y a cada prueba hay que mandar a las palomas adecuadas.
Al comienzo de la entrevista comentó que todas las noches ve una película con su esposa. ¿Cuáles son sus cintas favoritas?
Las series y películas que tienen que ver con la naturaleza, con el reino vegetal, con el reino animal, con los asuntos de conservación del planeta, los temas incluso de exploradores y cacerías. Me gusta también el cine moderno, digamos esta manifestación de un cine de la sociedad actual, relajado, displicente que muestra las caras de la sociedad moderna. Por ejemplo, todas esas películas de (Pedro) Almodóvar que a mí me parecen cautivadoras. En otras épocas, por ejemplo, en Italia vimos todas las obras de (Pier Paolo) Pasolini, que era muy disruptor, impresionante, o todas las obras de los grandes cineastas mexicanos como (Alejandro) González Iñarritu que han sido de una creatividad impresionante.
Vimos también las de Mario Puzo. Ver las películas de El Padrino, la sabiduría que encierra, las vimos varias veces, y cuando estuvimos en Italia no nos sustrajimos a la tentación de visitar sitios y conocer lugares que tienen que ver con esa etapa.
A mí me toco formar parte de una generación que los domingos íba a la matinée a ver tres películas. Era el lugar donde nosotros descubríamos lo que era la incandescencia de salir del cine oscuro el domingo al mediodía. Ahi vimos ad nauseam todas las películas de la época del cine de oro mexicano. Durante nuestra niñez, con varios primos y amigos, nos sabíamos completos los parlamentos de las películas.
¿Cuáles eran los cines que frecuentaba?
El cine Plaza, el cine Alameda y el cine Reforma. Mas tarde se abrió la sala del cine Hércules, donde presentaban películas de arte. Ahí vi Lo que el viento se llevó.
¿De la época de oro del cine mexicano que películas disfrutó más?
Todas en las que aparecían Pedro Infante, Jorge Negrete, y, más tarde, Miguel Aceves Mejía, la abuelita Sara García, Tony Aguilar, Luis Aguilar. Y de las mujeres las de Dolores del Río y María Félix. A muchos de estos actores y acrices las conocimos después personalmente.
Usted practicó artes marciales durante muchos años. ¿Sigue algún deporte por televisión o streaming?
No me pierdo todos los sábados las peleas de box, Desde los años 60, en la familia éramos aficionados a ver las peleas de box, desde la época de Vicente Saldívar, de Ultiminio Ramos, de (José) “Mantequilla” Nápoles, de Chucho Castillo, de Sal Sánchez, de toda esta pléyade de boxeadores de los años 60, 70, hasta el box espectáculo del “Canelo” y estos personajes. Mi favorito es y será Julio César Chavez, y de los cubanos “Mantequilla” Nápoles al que tuve el gusto de tratar. Me parecía el más clásico, el más poderoso, el más técnico, el boxeador más impresionante que yo conocí.
Lamenté mucho la muerte de Sal Sánchez, se mató aquí cerca. Lo vi en peleas donde verdaderamente sacaba la casta. Era un tipo súper dotado.
Disfruté mucho la temporada de Cassius Clay, disfruté mucho a (Mike) Tyson, que es colombófilo, por cierto, cría palomas. Fui mucho a la Arena México, lo disfrutaba mucho y, en ese sentido, yo termino mi sábado con las peleas.
Además del box, ¿ve algún otro deporte?
No, me entretiene mucho esta actividad tan disruptiva de la UFC (Ultimate Fighting Championship), que tiene peleadores en una capacidad físico-atlética impresionante y es un deporte con una capacidad destructiva y de crueldad bárbara.
Como lo comentó, hice muchos años —25 o 30— artes marciales hasta que las condiciones físicas no me lo han permitido. Entonces, esto es una disciplina que permite entender que uno trae una carrocería y una máquina y con esa vamos a transitar y hay que cuidarla. Es la responsabilidad de cada quien, entonces impone una disciplina con uno mismo.
¿Cuál es su música favorita?
Soy un melómano moderado y la música tiene que ver con el entorno y el ambiente. Por ejemplo, cuando leo no escucho música, para mí la música se escucha, no se oye. En el coche, en la Ciudad de México, invariablemente sintonizaba Radio Universidad (96.1) y Opus 94,5, del Instituto Mexicano de la Radio (ambas, emisoras de música clásica).
Fuimos a la Scala de Milán a escuchar y ver a los grandes artistas de las óperas, también escuchamos impresionantes obras en Caracalla, en Italia. Llegamos a ir a Estados Unidos a escuchar música country, que tiene un encanto particular. También disfruto muchísimo la trova yucateca y cubana, o la tradición musical de Oaxaca, las bandas de Oaxaca, todo lo que es la herencia de Manuel Ponce, Macedonio Alcalá, entre otros.
En otra época con un grupo de amigos escuchábamos tango. Había quien nos ayudaba con una serie de explicaciones sobre la filosofía del tango y cuando tuvimos oportunidad de visitar Argentina, esa fue una asignatura obligada.
¿Y qué me dice del fado en el barrio de Alfama, en Lisboa?
Tuve el gusto de tratar y conocer personalmente a Amalia Rodrigues, la voz más autorizada, la embajadora del fado en el mundo. Llegó a venir incluso a la primera reunión Iberoamericana a Guadalajara, por allá de 1991. Pero la música portuguesa moderna de aquella época estaba representada por el grupo Madredeus, con la voz de Teresa Salgueiro, y en la guitarra, José Peixoto. A todos los grandes cantantes de fado tuvimos oportunidad de conocerlos en Lisboa, de llevarlos a la embajada de México y de ser amigos de ellos.
La última etapa de nuestra vida pública, cuando estuvimos en la Santa Sede, las ceremonias de Estado son el santoral litúrgico. De tal suerte que tuvimos oportunidad de asistir a decenas o cientos de ceremonias con Su Santidad. Y el coro de la Capilla Sixtina y la música sacra, la música del canto gregoriano, la música de los almistas en las ceremonias de Estado es también algo impresionante.
Le diría, por ejemplo, que una de las plazas principales dentro del Vaticano, intramuros, está dedicada a Jean Baptiste de Palestrina, uno de los grandes autores de música religiosa, y fuimos al pueblo donde nació Palestrina a efecto de ubicarnos en el contexto medieval donde surgen estos grandes y talentosos artistas.
¿Cuáles son sus libros de cabecera?
Cuando terminamos el gobierno en el año 2000, cuando el PRI pierde la presidencia y yo tenía mi despacho en México, dije que me iba a dar permiso de actualizarme en mis lecturas de los premios Nobel latinoamericanos, y durante un año leí novela, pero al terminar el año me di otro año para seguir leyendo novela. Yo había leído novela cuando era joven pero el trabajo político no me dejó. Leí en aquella época, y tuve el gusto de conocerlo, la obra de Octavio Paz, tuve el gusto de conocer y tratar a Carlos Fuentes, leí a (Jorge) Ibargüengoitia.
Me estrujo mucho leer El llano en llamas, leí toda la obra de García Márquez, y también la de Mario Vargas Llosa, el célebre peruano que nos acuñó con “La dictadura perfecta”, y la disfruté mucho. Luego me adentré un poco en la novela portuguesa y leí la obra de (Fernando) Pessoa en sus diversos heterónimos, como Álvaro de Campos y Ricardo Reis, que tienen personalidades y voces distintas.
En aquella época para entender Portugal, había que leer a un italiano que se había vuelto portugués, Antonio Tabucchi, con su Sostiene Pereira y La plaza de Italia, obras magnificas. Entonces descubrimos un personaje que escribía sin puntuación y que después sería Nobel: José Saramago. Recuerdo la impresión que me causó El evangelio según Jesucristo, El alfarero, El ensayo sobre la ceguera, El ensayo sobre la lucidez. Me gustó mucho Saramago a pesar de que en ocasiones es difícil de asir. Y disfruté y me gustó mucho la obra de Eça de Queiroz, que después algunas de sus novelas, como El crimen del padre Amaro, fueron llevadas al cine. Eso me llevó a visitar Leiria, el pueblo en Portugal donde se desarrollan los hechos de las mujeres abortistas, aquellas donde hacen volar los ángeles.
Pasando a las cuestiones culinarias. ¿Cuál es su platillo favorito, ese que comería toda la vida sin cansarse?
Como que hubo un tiempo en mi vida en el que el comedor era de tránsito, y no de estacionamiento, donde yo tenía que comer deprisa lo que hubiera, la comida era un trámite. Cuando apremia el deber se sacrifica el comer.
Y hablando de comida, hay otra cosa, que es un orgullo. Cuando fui rector de la universidad (UAQ), la Facultad de Ciencias Químicas que encabezaba el maestro Luis muñoz Licea, mi profesor y mi amigo, empezó a crear una especialidad de químicos en alimentos, y que obligaba a que formáramos becarios que fueran a estudiar a diversos países para traer las técnicas más avanzadas del alimento paradigmático que tenía cierta afinidad o gusto en la cocina mexicana. Entonces, becamos gente para que se fuera a estudiar quesos a Holanda, repostería a Francia, o para que fueran a aprender a hacer vinos a Alemania, Francia y España. Y creamos un grupo fenomenal llamado “Los tragones”. Nos juntábamos a comer periódicamente y eran los jóvenes becarios los responsables de preparar un platillo para nosotros. Entonces decíamos “unas cosas son las calificaciones y otra es pasar el gusto del paladar”. A la fecha nos seguimos juntando.
Entonces, ¿de qué se trata? De encontrar en la reunión y en la comida un punto de convivencia que nos permita reavivar recuerdos, reírnos de lo mismo que hemos platicado siempre, corregirnos de las cosas que suponemos que el otro hizo mal, el que usted pueda seguir cultivando a sus amigos de hace 60 años en una mesa.
La comida es el pretexto de la convivencia, desde Cicerón. En la medida que pasan los años, la prudencia en la comida obliga a ser recatado. Cuando Cicerón pierde a su hijo y van los amigos de su hijo a decirle: “Maestro, ¿cómo haremos para que lleguemos a su sabiduría y su edad?” Él les dice: “Bueno, con los años tendrán que ser moderados, si antes se bebían un tonel de vino, ahora escojan el mejor vino y degústenlo, si antes se podían comer una res entera, ahora escojan la mejor parte del filete y cómanselo con gusto”.
Y, bueno, ¿qué más le puedo decir de la comida, yo que tengo estómago de artillero? He disfrutado mucho la carne, he sido un carnívoro irredento. Mi favorita es el cordero, el cerdo en sus distintas manifestaciones y un buen corte de res. Soy aficionado a las pastas. Durante el tiempo que tuve desempeños públicos a nivel del mar, no hay como comer pescado. Entiendo las bondades del mar, pero también entiendo que quienes nos hicimos en el Altiplano no tuvimos la cultura gastronómica del pescado y los mariscos, esto es mucho más reciente.
La comida mexicana es un placer. Yo me imagino el universo para el paladar que representa visitar Oaxaca o Yucatán, o para los que somos carnívoros visitar el norte del país, desde Sonora hasta Tamaulipas comer carne es un privilegio. Ya Vasconcelos lo decía: “se acabó la civilización, pero, por fortuna, empezó la carne asada”.
¿Vino o tequila?
Le diría, yo tomo agua. Debo tomar dos o tres litros de agua todos los días, pero también, diario tomo cerveza o vino. Es parte de mi dieta. Lo hago desde 1975.
En la campaña, del presidente (José) López Portillo, el coordinador de asesores Santiago Roel —en cuyo equipo me integré— tomaba vino en la noche y nos ilustró, en una edad en la que uno es sensible, a aprender sobre todas las bondades del vino. Hasta la fecha le puedo decir que disfruto particularmente el vino tinto, me parece una de las creatividades de la humanidad más sobresalientes. Y, también, me gusta la cerveza. De las cervezas mexicanas tomo cerveza Bohemia y de las cervezas que nos llegan, me gusta mucho la cerveza Guinness. A mí me parece que las cervezas lager, so pretexto de que tienen pocas calorías, están bien para que las tomen los que tienen complejo de gordura y no disfrutan la cerveza. Hoy, difícilmente apetezco un tequila o un vodka o un ron, pero cuando fui joven tomé de todo.
¿Cuál es su personaje histórico favorito?
Admiro mucho a Alejandro Magno, hijo de Filipo de Macedonia, que venía como heredero de un trono, y al que su padre le busca el mejor maestro posible y contrata a Aristóteles, el gran maestro estagirita, que escribe sobre todas las disciplinas y se empeña en formar un alumno que tenga una visión de Estado con una visión filosófica. Y Alejandro tiene campañas exitosísimas como general, como hombre de Estado. Alejandro fue un hombre comprometido. No es un hombre improvisado ni un pragmático, ni es un hombre que hereda los títulos del rey, sino que construye su vida por encima del peso de ser hijo de un rey y que logra imponerse como el mejor general del mundo, que muere en el ejercicio de sus atribuciones de manera heroica y que se va pobre, sin nada. A mí Alejandro me parece un personaje interesante, como despreciables pueden ser Nerón y Calígula.
Hagamos un ejercicio de imaginación. Usted sale de su casa y se encuentra de pronto a Alejandro Magno ¿Qué le gustaría decirle?
No me he planteado eso. Me parece un tipo admirable, pero yo no me sentiría como un interlocutor con Alejandro Magno. Se lo digo con toda franqueza.
¿No le gustaría invitarle un vinito queretano?
Yo creo que si me encuentro a Alejandro Magno, el que va a estar mal de la cabeza soy yo, y si empiezo a hablar con él vamos a estar mal los dos.
¿Algún personaje de ficción?
Más que de la ficción, de la política al que disfruté y admiré es al viejo Fidel Velázquez en sus últimos años. Don Fidel fue un político muy hecho, le tocó jugar un papel importante en el corporativismo en lo que fue la colaboración del movimiento sindical con el Estado mexicano y el gobierno en aquellos años, y también fue un hombre que tenía una inteligencia proverbial.
Don Fidel Velázquez comía muy bien. Después de desayunar opíparamente pedía sus conchas con nata. Llegué a viajar con él en avión y frente a los desayunos horribles en Mexicana de Aviación, decía: “Hay que comer porque no sabemos cuándo volvamos a comer”, y yo veía que aquellas cosas horribles a las 6 de la mañana: unos sándwiches fríos que don Fidel se comía con una disciplina ascética. O podía pasar horas oyendo discursos y necedades, o podía hacerse el dormido cuando no quería contestar algo, pero cuando había que tomar una decisión, siempre era acertado, sensato, racional.
Él tuvo un discípulo al que trate más de cerca que fue Leonardo Rodríguez Alcaine, y era un personaje con otro perfil y con una historia de vida distinta, Leonardo se festejaba el primero de mayo. Después de los desfiles y actividades hacía una reunión, un baile y abría baile, porque él era huérfano y tuvo que aprender a vivir de enseñar a bailar a las meretrices y cobraba por pieza. De tal manera que don Leonardo, a los 85 años, traía sus zapatos de charol en dos tonos y abría su baile invitando a bailar a sus comadres. Ver bailar a Leonardo Rodríguez Alcaine era un espectáculo que ni los mejores momentos de Cantinflas o de Resortes bailando podían igualársele. En esos momentos el viejo líder se transformaba en un muchacho y se movía como si fuera un adolescente.
¿Qué es lo que más le entristece en la vida?
No hay algo en particular que me entristezca de manera más dramática que la pérdida de un ser querido. Me parece que es algo que a mí en lo personal me hiere.
¿Y cuál es su ideal de felicidad?
La felicidad es una asignatura que hay que construir todos los días, pues no es un estado permanente del hombre, son chispazos de luz a los cuales hay que asirnos y hay que saberlos cultivar. Digamos que así como la salud no es sólo la ausencia de enfermedad, la felicidad no sólo es ausencia de tristeza, sino es un estado integral de las potencialidades humanas que permitan disfrutar a plenitud racionalmente las cosas.
¿Qué lo pone feliz?
La generosidad de la vida, la gratitud humana, la humildad humana. Cada vez que veo una gente agradecida, tengo un chispazo de alegría, cada vez que veo una gente que tiene un detalle de humildad, de generosidad, me da alegría, cada vez que encuentro una gente que se desprende de algo con tal de servir a otro, me da felicidad. Es decir, yo qué más quisiera que estuviéramos en un Olimpo, o en un paraíso donde la felicidad fuera un estado permanente del hombre, pero no, la felicidad es un estado momentáneo del que hay que aprovecharnos para sacar energía porque no se consigue ni de siempre ni para siempre.
¿Qué es lo que más detesta de los hábitos propios?
Tengo como obligación la disciplina personal. Parto de una base, si el ser humano no es capaz de poder consigo mismo es muy difícil que sea útil o capaz de servir a los otros. Si yo me impongo una rutina de lectura y no la cumplo, si yo me hago de un compromiso y no cumplo, yo no puedo estar feliz conmigo. Por eso creo que la disciplina es poder con uno mismo e ir dando pasos en los que uno esté seguro de que puede. Empeñar la palabra en vano, jamás. Fallarle a un amigo, jamás. Una traición por obtener beneficios, jamás, pero romper por defender un principio, siempre.
Lo primero es disciplina personal, y teniendo disciplina personal, esto implica cuidar la carrocería, implica cuidar a su familia, implica cuidar a sus amigos, implica mantenerse activo, implica estar informado, implica ser moderado. Yo me imagino si yo que disfruto la cerveza, me dedicara a tomar cerveza, bueno necesitaría un vientre abultado, o si a mí que me gusta reunirme con mis amigos, me pasara las tardes de sobremesa, no tendría disciplina sobre los compromisos de lectura que tengo. Yo tengo un compromiso de determinadas horas de lectura que varía de acuerdo a los compromisos académicos o de presentaciones públicas que tenga. Si yo dejo de hacer ejercicio mi cuerpo se contractura, entonces para mí no es una virtud, es una obligación. ¿Qué es lo que me puede disgustar de mí?, no poder conmigo mismo. Mientras yo sea dueño de mí mismo, puedo navegar conmigo mismo.
¿De los hábitos ajenos, qué es lo que más le disgusta?
De la vida ajena soy poco crítico, yo no soy quién, yo he sido muy tolerante y muy respetuoso de la gente. Mi padre nunca se expresó mal de nadie, nunca en 85 años de vida. Conviví con él los últimos 46 años, nunca lo escuché expresarse mal de nadie, cuando tenía que hacer una observación, lo planteaba como deseable mejoría en determinadas cosas, pero no como una posición crítica.
Una de las actividades del servicio público a las que nunca me dediqué fue a lo jurisdiccional, para mí la condición de juez me parece inalcanzable. Desde el punto de vista filosófico, ser yo quien juzgue a los demás, incluso los jueces más acertados no dejan de tener un ingrediente subjetivo al margen de la objetividad a la ley. Y si eso es entratándose de una norma a la que todos tenemos acceso, imagínese las opiniones de un individuo en relación a los demás, me parece una imprudencia inhumana. Referirse a otro ser humano de una manera peyorativa, juzgándolo, criticándolo, me parece que es una intromisión en su intimidad, indebida, y vaya que la política a veces se presta.
¿Qué don le gustaría poseer?
Ya a esta edad no, ni dones ni condones. Creo que todos tenemos un bagaje, la chamba de cada quien es obtener el mayor beneficio de lo que tiene, no andarse imaginando cosas a las que no tiene acceso.
¿Con qué cúmulo de satisfactores materiales puede usted encontrarse bien?, ¿para qué quiere más? Digamos que yo tuviera el don de la sabiduría, que Salomón pide la sabiduría y que Dios le da la sabiduría, el don es un regalo de Dios. Si así lo viéramos, el don como gracia, pues cada quien trae su bagaje, y que lo explote bien, que le saque el mejor beneficio de acuerdo a lo que para él es un proyecto deseable de vida. De ahí a dar recetas a los demás, nunca.
¿Cómo le gustaría morir?
Morir no es algo que me preocupe. El camino de la muerte es distinto, la muerte para todos es igual. Es decir, hay una referencia de la época de los grandes padres de la medicina que se plantean: “¿Qué es la muerte” ?, y para no equivocarse decían: “es el cese definitivo de las funciones respiratorias”. Esas definiciones de lo que es la muerte, el cese definitivo de las funciones respiratorias, pues es cuando no hay manera de inhalar o de exhalar y de nutrir su espíritu, pero yo le diría, la muerte en sí será un cese de las funciones vitales, el camino para llegar a la muerte es lo distinto, No es lo mismo para una persona tener un padecimiento cruento, prolongado, que tener un accidente instantáneo, pero la muerte será la misma.
Le voy a poner un caso que conocí de quien fuera preceptor del papa Francisco en Buenos Aires, el arzobispo primero de Buenos Aires y luego cardenal (Antonio) Quarracino, quien fue detectado con un tumor de una de las variedades más dolorosas: cáncer óseo, con metástasis en otras latitudes. Pues Quarracino resuelve que no permitirá que le pongan ningún analgésico ni un opioide, a efecto de vivir en carne propia, al menos una parte, de lo que él dice que fueron los dolores de Cristo en el Gólgota. Jamás se quejó porque estaba consciente que tenía que enfrentar esa muerte. Yo le preguntaría: ¿Quarracino escogió la muerte?, no, escogió el camino de aproximarse a su muerte. Entonces, ¿cómo me gustaría morir?, no hay un gusto de cómo morir, porque todos vamos a morir igual, en el cese de las funciones vitales. ¿Cuál es el camino que lleva a la muerte?, el que me presente el destino.
¿Escogimos cómo llegar a la vida?, ¿tenemos derecho a escoger cómo salir de ella? Si yo me subo a una azotea y me precipito de un campanario, lo más probable es que en el trayecto, al azotarme en el suelo, muera. Escogí el camino, pero no escogí la muerte, la muerte será el cese de las funciones vitales. Usted puede escoger el camino, pero no escoge el destino final.
CONOCE MÁS:
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “EN EL CONFESIONARIO” DE LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/historias-que-cuentan/la-entrevista/en-el-confesionario/