En el universo tetradimensional que habitamos todo parece ser recuperable, con excepción del tiempo. Quizá por ello es que esta característica natural ha definido la historia de la humanidad. Medir el tiempo les permitió a los primeros pueblos desarrollar tecnologías como la agricultura, que constituyó un parteaguas en el derrotero de la civilización humana. Los navegantes igualmente aprendieron que su posición dentro de esas inmensas masas acuosas podía vincularse al movimiento de los astros, cuyos ciclos eran relojes en sí mismos.
Los humanos aprendieron así que cualquier evento periódico, con una frecuencia constante, es un cronómetro natural. Lo es el movimiento de la Luna alrededor de la Tierra, o los ciclos de nuestro planeta circundando al Sol. A partir de la utilización de estos periodos naturales, los pueblos de la antigüedad aprendieron cuál era el momento ideal para depositar las semillas y en qué época del año tendrían la cosecha correspondiente. Algunos pueblos, como el maya, fueron capaces de desarrollar calendarios más exactos, pero en todo caso la precisión de estos fenómenos astronómicos resultó suficientemente buena para soportar la economía basada en las actividades primarias.
Sin embargo, conforme la tecnología ha seguido avanzando y la economía de las naciones ha ido adquiriendo mayor nivel de complejidad, también ha aumentado la exigencia para medir el tiempo con mayor precisión, lo que ha conducido a la búsqueda y al desarrollo de cronómetros mucho más exactos, que sean capaces de producir siempre unidades temporales —segundos— con idéntica duración o, dicho de manera equivalente, que posean una periodicidad o frecuencia con la mínima variación posible, para que el error acumulado sea también infinitesimal y sólo significativo después de lapsos prolongados.
De esta forma es como en la época contemporánea las economías han ligado su desarrollo a su capacidad para medir el tiempo con creciente exactitud. Un país que vive de las actividades primarias, en donde una hora de retraso o un día de error pueden tener nula importancia para la siembra, la cosecha o la pesca, encontrará en los movimientos astrales relojes suficientemente precisos. Diferente será la situación para aquellos otros que basan su desarrollo en actividades manufactureras o financieras, pues en esos casos las cadenas de logística o las operaciones cambiarias, por ejemplo, exigirán una mejor medición del tiempo.
Actualmente los relojes más exactos son aquellos que aprovechan los periodos de oscilación naturales de los átomos o los núcleos. En estas entidades cuánticas se suceden permanentemente innumerables transiciones energéticas que pueden utilizarse para generar segundos con duraciones tan consistentes que acumulan errores sólo evidentes tras decenas de miles de millones de años. Pero, aunque estos niveles de exactitud podrían parecer incluso excesivas para las actividades cotidianas, en realidad no lo son, y muchas de las tecnologías que actualmente se encuentran en maduración, como el cómputo cuántico, los vehículos inteligentes, el internet de las cosas, o las aplicaciones de la inteligencia artificial, demandarán de mejores precisiones dentro de algunas décadas.
Es por este motivo que muchos países, reconociendo la urgencia de contar con referencias temporales mucho mejores, mantienen programas de investigación y desarrollo en materia de medición del tiempo; típicamente a través de sus respectivos laboratorios primarios de metrología, pero, a veces, también en cooperación con universidades o institutos públicos de investigación. Esta búsqueda de cronómetros ultraexactos ha entregado recientemente una nueva alternativa: la basada en la excitación resonante de una transición nuclear del isótopo 45 del escandio, que promete servir para construir relojes con errores de un segundo tras cada 300 mil millones de años. Este es el tipo de soporte metrológico que México debería estar desarrollando para que dentro de pocos años esté en posibilidades de asimilar las tecnologías que le permitan modernizar su economía.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.