Autoría de 2:01 pm #Destacada, Historias de la Metrópoli

#Video P-Run, la historia de un domingo en familia

CRÓNICA Y FOTOS: MERCEDES CORTÉS/LALUPA.MX

Levantarse un domingo a las 5 de la mañana no suena a una idea atractiva para la mayoría de las personas. Desde épocas remotas (321 d.c.) se estableció que este día, el Día del Sol, o Día del Señor —Dies Dominicus— sería un ciclo solar dedicado a la oración y al descanso; más adelante, a la familia. Una historia que, sintetizada, pasaba por mi cabeza en un “tengo sueño, prefiero dormir” cuando desperté este domingo 15 de octubre para ir a correr.

Yo moría de sueño. Pero Max, mi adorado pastor alemán, se despertó despabilado en automático cuando escuchó mi escándalo en el baño.  Parecía que ya sabía que iríamos a la carrera canina P-Run, al parque Bicentenario.

Me fui a mi cuarto para ponerme tenis y la playera que me entregaron en el kit de este año. Max me seguía atento, paso a paso, detrás de mí. Estaba tan emocionado que verlo a los ojos me bastó para quitarme el sueño.

Fui por su correa y, como siempre, enloqueció. Corría de un lado a otro, lloraba y daba vueltas sobre sí mismo. Mi prisa y su emoción lucharon a la hora de ponerle la cadena. Luego de un rato, lo logré. Salimos —él, mi novio y yo— rumbo al Bicentenario.

Afuera todavía estaba oscuro pero el Día del Sol ya había comenzado para nosotros, así como también había iniciado para otros 600 atletas y 300 perritos que participaron en la carrera de este 2023.

Cuando llegamos al parque, Max estaba ansioso por explorar el terreno; más aún porque a las 6:30 de la mañana ya habían llegado alrededor de 100 perritos y sus dueñas o dueños.

Chihuahuas con chamarra, dálmatas con pechera; husky´s, labradores y border collies; salchichas y beagles consentidos y perritos o perritas de rasgos, tamaños y colores diversos se dieron cita en el festín deportivo canino; había de todo en la entrada del parque.

Cuando abrimos la puerta del carro Max salió disparado. Alcancé a agarrar la correa para evitar que se escapara, pero su emoción había sobrepasado todo límite. ¡Tranquilo, Maximiliano o nos regresamos!, le grité. Pero él, sin darle importancia a mis palabras,  ya había empezado a presentarse con otros perros. Sí, con el típico olfateo debajo del rabo ajeno.

Mi novio y yo decidimos avanzar hacia la puerta principal del Parque Bicentenario. Le di la correa de Max porque preferí prescindir de su entusiasmo y llegar con dignidad al punto de salida.

Si Max fuera un chihuahua, hubiera llegado con él a mi lado, presumiéndolo como si ya tuviera el trofeo antes de la competencia, pero, Max, por el contrario, es un pastor alemán de 40 kilos, capaz de arrastrar mi cuerpo de 50 kilos si quisiera durante todo el primer kilómetro de la carrera.

Abrieron las puertas del parque y entramos en fila —una fila para atletas y otra fila para binomios—. Entré sola y mi novio entró con Max. Atletas y perros íbamos juntitos y entusiasmados en el pasillo de entrada. Al llegar a la pista, nos dispersamos y dimos a nuestros perros la libertad de olfatear o de deshacerse de alguna necesidad urgente del cuerpo; ni hablar del impulso de marcar territorio en tierras extrañas.

Por encima de nosotros el cielo estaba nublado. Se sentía un viento fresco. Los anfitriones nos pidieron que nos acercáramos a la tarima para comenzar con ejercicios de estiramiento; primero corredoras y corredores; luego los caninos.

A las 7:30 de la mañana, atletas y perritos de la categoría 7 kilómetros atendieron el banderazo de salida que estuvo a cargo de la secretaria de Servicios Públicos Municipales, Ale Haro de la Torre.

Unos cinco minutos más tarde, los de la categoría 4 kilómetros escuchamos el segundo banderazo. Max, mi novio y yo, estábamos a la mitad de este segundo bloque. Aproveché para sacarle una foto que me sirviera de referencia para saber qué tan cansado llegaba a la meta. Mi Max, aun cuando parece tener una energía inagotable ya carga ocho años en su existencia. Necesitaba estar atenta de su rendimiento.

Salimos y como siempre, él llevaba la delantera. En cuanto lo vi correr le pedí la correa a mi novio. Quería vivir la experiencia del running con mi Max desde el principio hasta el final. Nos adelantamos sin importar la brisa y el viento.

Cuando menos me di cuenta, vi un letrero que marcaba los dos kilómetros. El Parque Bicentenario tiene paisajes diversos y venía entretenida viéndolos. Mientras Max disfrutaba a mi ritmo del festival de los olores.

Aceleré el paso confiada de que ya iba a mitad del camino y ni cuenta me había dado. Max, que de cuando en cuando volteaba a olerme como si quisiera asegurarse de que yo iba bien, me siguió el paso. Más adelante, empezaron a dolerme los tobillos y tuve que parar un instante.  Examiné a Max. Venía muy agitado, pero bien. Me sorprendí de la condición que tiene pese a su edad. Parecían salir lágrimas de sus ojos siena, seguramente por el viento frío, pero se le notaban las ganas de seguir.

Verlo así me dio fuerza para continuar. Sabía que él estaba menos adolorido que yo, pero ignorando sus impulsos, siempre corrió a mi lado. Si aceleraba, él aceleraba; si paraba, él también lo hacía. No por nada dicen que son nuestros mejores amigos.

Llegamos a la pista. Nos faltaban unos cuantos metros y decidí correr sin parar hasta llegar a la meta. Mis tobillos y mis rodillas me reclamaban no haber entrenado antes, pero llegamos. Mi Max volteaba a todos lados. Se escuchaba el ruido de las bocinas y de un montón de personas que nos echaban porras. ¡Muy bien, mi angelito!, le dije a mi pastor quien, como siempre, parecía no hacerme caso.

Al finalizar, en la pista nos reunimos atletas y perritos. Ya menos agitada me di cuenta de que la mayoría de los caninos compartían el momento con cariño, entre abrazos, selfies, juegos, calentamiento y ratitos de descanso con sus dueñas y dueños; cada quien a su modo. El resto convivía o jugaba rudo para entretenerse o quizá para disputarse un pedazo de territorio del Parque Bicentenario.

Ese domingo, día del Sol, nos cubrieron las nubes —no sé si tenía que ver con el eclipse solar anular que  se vivió un día anterior— pero el clima pasó a segundo plano cuando, en honor al día dedicado a la familia, nos levantamos a las cinco de la mañana para correr al lado de nuestro perrito o perrita.

En mi caso, al lado de mi pastor alemán, Max que aun con sus ocho años en el lomo y sus ganas de correr, me siguió el paso para asegurarse de que llegaríamos juntos al punto de meta.

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Last modified: 19 octubre, 2023
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