HISTORIA: JOSÉ ANTONIO GURREA C. /LALUPA.MX
FOTOS Y VIDEO: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX
Tecozautla, Hgo. “El vino siembra poesía en los corazones”, escribió acertadamente Dante Alighieri sobre esta bebida fruto de las vides, por allá del siglo XIV de nuestra era. Y es que este elixir, con cerca de ocho mil años de historia, ha mantenido siempre un maridaje con la literatura, con la música, con el cine, con la pintura… con todas las artes, en general.
Una visita al sorprendente Museo Interactivo del Vino (pequeño, pero muy sustancioso) que el viñedo Tierra y Almas (propiedad de la familia Morán Ocampo) ha montado en sus instalaciones ratifica con puntuales ejemplos el hábito y la pasión que por este espirituoso jugo han mostrado, por siglos, numerosos literatos, cineastas, actores, músicos, fotógrafos, artistas plásticos…
Inundan una de las paredes de este museo, las escenas en video de célebres películas, donde el vino es protagonista o al menos actor secundario, como La comezón del séptimo año. Memorables imágenes donde integrantes del jet-set como Andy Warhol y Jerry Hall beben vino, a pico de botella, en el otrora famoso Studio 54; o Tina Turner da de beber esta noble bebida, también a pico de botella, a David Bowie, mientras Keith Richards es testigo de la escena.
Por supuesto, magníficas obras de arte pictórico como El almuerzo de los remeros, de Pierre Auguste Renoir, también son parte de esta galería que hace honor a este maridaje ancestral.
En esta muy bien montada galería no podían faltar los fragmentos de letras de entrañables canciones interpretadas por artistas como Los Panchos, Lila Downs, Billy Joel, Enrique Bunbury, Joaquín Sabina y El Cigala (sin duda, una amplia muestra para todos los gustos melómanos), así como las obras de grandes poetas, como Federico García Lorca, José Emilio Pacheco o Pablo Neruda, donde el vino es el hilo conductor, o si se prefiere la estrella, en términos hollywoodenses.
Pero el museo del vino es más, mucho más, que esta bien documentada galería. A la par que podemos admirar una muy particular colección de sacacorchos (propiedad de Jorge Ferreira, de Viñedos Aztecas) que trasciende lugares y épocas, un recorrido guiado nos recuerda que desde tiempos preteritos este elixir era considerado, con toda razón, un regalo de los dioses.
En una exposición bien documentada desfilan fenicios y romanos. Estos últimos no sólo lo dieron a conocer por toda Europa, sino que llevaron la producción a otros niveles. También hay menciones a la Edad Media y al arribo de las barricas de roble, así como su llegada a México a través de la Conquista.
Esta parte dedicada al arte y a la historia se complementa, en este museo tan singular, con una muy didáctica exposición interactiva sobre las partes de la vid, el proceso del vino, su aroma, sus colores, los diferentes tipos de barricas…
De sorpresa en sorpresa llegamos al Mural de las Cuatro Almas ―grandioso, espectacular, de enorme belleza― donde, con la inspiración de la cultura otomí, el maestro Eduardo Ruiz ―con base en una idea de Emilia Morán― creó las cuatro almas que representan a cada uno de los tipos de vino que Tierra y Almas elabora precisamente para lograr un maridaje con el espíritu.
Tenemos en primer lugar al danzante tlachico, que representa al vino Álma Bárbara, un tinto Joven-Malbec, “hecho para compartir con esas personas que se juegan la vida por sus sueños, que la adrenalina corre por sus venas y estar con ellos es la definición de sentirte vivo”.
Después al Xita, el más viejo, el más sabio, como el vino Alma de Almas, un tinto gran reserva-Cabernet Sauvignon, “hecho para compartir con personas sabias, complejas y enriquecedoras.”
Sigue el Alma Buena ―inspirada en la mamá de los hermanos Mariela, Manuel y Julio Morán Ocampo―, donde prevalecen los elementos que tienen que ver con la naturaleza, con la madre tierra. Alma Buena es un vino espumoso-Macabeu Xarel-Lo, hecho “para compartir con personas transparentes y genuinas (…) que impulsan a los suyos y la generosidad se desborda de su cuerpo”.
Y, finalmente, al Alma de Mis Ojos, un rosado-Syrah y Malbec, “hecho para compartir con esa persona que toca tu alma y confías con los ojos cerrados”.
Y para un integral maridaje con el arte, no podían faltar los talleres de pintura con vino (“Pinta con vino. Un chorrito al papel y otro al artista”), también a cargo del maestro Eduardo Ruiz. Ya hubo uno el pasado mes de septiembre, y, hay que estar pendientes, en las redes sociales de Tierra y Almas, pues, en breve, se anunciará el segundo. https://www.facebook.com/tierrayalmas; https://www.instagram.com/tierrayalmasmx/
Cada taller de “Pinta con vino” incluye una copa de vino y dos tapas, más el material y, por supuesto, una visita guiada tanto al viñedo como al Museo Interactivo del Vino y la Vid.
Mariela Morán ―socia de Tierra y Almas junto con don José, su papá, y sus hermanos Manuel y Julio― explica que el nombre de este proyecto familiar desarrollado en lo que es la casa de sus padres, hace referencia “a la tierra de donde venimos y a la cual siempre vamos a regresar”. Pero también, al alma de su madre “que sigue aquí y que hoy está representada en este lugar, donde a través de todas las experiencias enogastroturísticas que aquí se viven (arte, música, comida, tierra, aromas, vino, naturaleza) lo convierten en un espacio para curar el alma. De esta forma es como empieza la narrativa de este lugar”.
Para Mariela, con Tierra y Almas se cumple el sueño de su mamá, quien siempre generosa anhelaba compartir este espacio “siempre lleno de magia y buena vibra; el oasis al que si había una dificultad veníamos a curar el alma”.
Refiere, además, que los ingredientes que se utilizan en el restaurante del lugar tienen que ver con el rescate de la cocina ancestral mexicana: jabalí (cocinado en horno de piedra), conejo, sopecitos de escamoles dorados en mantequilla, filete de res en costra de cenizas de chile y puré de camote, entre otras muchas opciones.
Pero es también un homenaje a su mamá. “Mi madre, no importa donde viviéramos, siempre tenía un pequeño huerto para poder tener sus propios ingredientes frescos y de temporada, provenientes de la tierra”. Haciendo honor a esta tradición, Tierra y Almas produce aguacate, pimiento morrón y nueces para aderezar su cocina.
Mientras que el gusto por esa parte ancestral viene por parte de su papá. En el refrigerador familiar siempre había ingredientes como gusanos de maguey y escamoles, que a don José le fascinan. “Como operador de Estrella Blanca, mi padre recorrió todo el país, y cada vez que llegábamos a un sitio nuevo preguntaba: ‘¿qué es lo más extraño que se cocina en este pueblo’, y eso comiamos. Él decía: ‘si no les gusta no se lo coman, pero lo tienen que probar'”
Mariela menciona también la participación de Manuel Morán, su hermano, en todo el diseño arquitectónico de Tierra y Almas, y subraya el papel fundamental de Julio Morán, su otro hermano, quien con su ejemplo de vida, “nos ha inspirado y nos ha mostrado siempre como salir adelante. Y eso, precisamente, es lo que hace que se concluyan estos grandes proyectos”.
En este sentido, destaca que proyectos familiares como éste, en donde cada uno de los integrantes suma con sus habilidades, “genera una gran sinergía, una gran unidad” al interior de la familia, pero hacia el exterior contribuye a generar y promover una cultura vitivinícola.
Mayor información y reservaciones en: https://www.tierrayalmas.com/
Ubicación de Tierra y Almas: https://maps.app.goo.gl/73MPPxJN5azW8kpw8