De Bogotá a las faldas de los Andes
En diciembre de 2018 hice mi primer viaje fuera del país para observar aves. El destino fue Costa Rica y durante la semana de viaje, pude ver 63 especies de aves nuevas para mí (en este enlace puedes leer mis crónicas ticas: https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/a-ojo-de-pajaro/). Por supuesto, regresé muy contento y satisfecho con ese resultado.
Sin embargo, mi reciente excursión pajarera a Colombia, fue una completa desproporción en ese sentido, ya que en los diez días dedicados a observar aves, tuve más de 300 avistamientos nuevos. Por supuesto que la gran biodiversidad de Colombia es un factor importante para ello, pero de mayor peso aún fue el contar con mi hijo Miguel Ángel como guía, en un itinerario cuidadosamente planeado para obtener la mayor cantidad posible de avistamientos de especies emblemáticas, muchas de ellas endémicas e incluso algunas que están amenazadas.
Claro que aumentar el listado vitalicio de especies es estimulante, pero más allá de la simple “colección de estampitas nuevas”, disfruté enormemente toda la experiencia de estar en la naturaleza, en un país diferente, pero al mismo tiempo con muchas cosas en común con mi querido México. Incluso puedo decir que ver las maravillas de allá, me hizo apreciar más lo que he experimentado acá, sobre todo en el tema de paisajes, gastronomía y contacto con la gente, ya que a veces la obsesión por las aves puede hacernos pasar por alto otras facetas de la experiencia, que son muy valiosas.
Toda vez que el relato es extenso y hay demasiadas imágenes que quisiera compartir, dividiré la crónica en varias entregas, en secuencia cronológica. Como siempre, agradezco tu lectura y la oportunidad que me brindas de vivir nuevamente la experiencia en tu compañía.
El primer momento en que me sentí en Colombia, fue cuando recibí la “Bienvenida del Gabo”, pues el cajero automático del Aeropuerto El Dorado, puso en mis manos la mirada franca de Gabriel García Márquez, en los billetes de 50 mil pesos colombianos (COP), cuando saqué la escandalosa suma de 2 millones… que al tipo de cambio cercano a 230 COP por MXP, representaban unos 8 mil 600 mexicanos. Esto me hizo recordar nuestros billetes de muchos miles, derivados de las crisis económicas, devaluaciones e inflación de hace algunas décadas en México. Dicen que en los viajes al extranjero “el que convierte, no se divierte”… Esto es muy cierto al viajar a Europa o Estados Unidos, pero actualmente, la mayoría de los precios en Colombia resultan accesibles comparados con los de México, así que normalmente, convertir no te asusta y sí es una buena guía, para no perderte con tantos ceros en los precios.
Previo al tour de observación de aves propiamente dicho, que iniciaba en Cali, pasé cuatro días visitando a mi hija, que actualmente es catedrática en la Universidad de Los Andes y vive en Bogotá, con su esposo. La experiencia fue sumamente grata, pues me arroparon y me consintieron durante mi visita y es un sentimiento de enorme satisfacción, ahora que son mis hijas e hijo quiénes me procuran y ven por mí.
Bogotá me gustó mucho, pero no me voy a detener en ella, ya que este espacio está dedicado a las crónicas de aves, sin embargo no quiero dejar de plasmar estos breves apuntes.
Me agradó el carácter de Bogotá, su vitalidad, su cultura y su arquitectura característica, con muchos edificios con fachadas de ladrillo ornamental, que le dan un cálido tono naranja y una personalidad propia. También ha sido proclamada “Capital mundial de la Bici” y no es una exageración: yo nunca había visto tanta gente moviéndose en dos ruedas. Para muestra, te dejo esta imagen, donde se ve un edificio de fachada de ladrillo y los ciclistas, que los domingos tienen a su disposición una de las vialidades más importantes de Bogotá, que es “la 7”.
De los sitios que visité, me gustaría comentar un poco acerca del Museo del Oro y del Jardín Botánico, aunque esto no le haga justicia a otros bellos lugares que pude disfrutar y que son visita obligada en Bogotá.
El Museo del Oro me parece imperdible, tanto por la calidad y cantidad de invaluables objetos de oro que hay en la exposición, así como por la inmersión en la arqueología y antropología de las diversas culturas prehispánicas de Colombia que se experimenta a través de las piezas trabajadas en oro expuestas.
Resulta impresionante entrar a la sala dónde se encuentran las piezas más grandes y valiosas, ya que las puertas de entrada de dicha sala son blindadas y de alta seguridad, de manera que uno tiene la sensación de ingresar en una bóveda bancaria. Sin embargo, al quedar maravillado por la invaluable colección que hay en la sala, uno entiende perfectamente que las medidas de seguridad están totalmente justificadas.
Una pieza importante por su simbolismo, es La Balsa Muisca, que representa la ofrenda que hacían los chamanes o caciques al depositar oro, que simboliza los rayos del sol, en las aguas de una laguna, que representa el vientre de la tierra, para fecundarla y así restaurar el equilibrio del mundo. El conocimiento de esta ceremonia por parte de los colonizadores españoles provocó intensas búsquedas de oro en las lagunas, incluso la intención de desecar alguna, para encontrar el tesoro de “El Dorado”, leyenda que avivó la codicia de los invasores por mucho tiempo.
Después de visitar la colección de obras maestras en oro, me detuve en una de las cafeterías del museo, para disfrutar un delicioso y aromático café y así hacer una pausa para acomodar en mi mente y alma toda la belleza que me había entrado por los ojos… Ah, ¡Qué maravilla el café colombiano! Y qué omnipresente está en la vida de su gente. Necesariamente seguiré mencionando el café en esta narración, así como también mencionaré a Los Andes y a la abundancia de verde y agua, que son todos rasgos inherentes a la tierra colombiana.
Un espacio muy diferente, pero muy valioso también, es el Jardín Botánico de Bogotá, Se trata de un espacio público de casi 200 mil metros cuadrados, en el que se encuentran las plantas más representativas de Colombia dispuestas de una manera muy estética. Esto provoca que la experiencia de visitarlo sea un deleite de los sentidos, más allá de la posibilidad de aprendizaje, que es el propósito fundamental del lugar.
Desde el punto de vista pajarero, no tuve un listado de especies muy abundante, seguramente porque llegué al parque relativamente tarde, a las 10:00 AM. Sin embargo, pude encontrar alrededor de 25 especies, entre ellas, algunos “lifers”, como el Colibrí rutilante (Colibri coruscans), que es bastante similar a las dos variedades de colibrí orejas violetas que ya conocía, pero es más grande y más agresivo. Se le encuentra en regiones aledañas a los Andes, desde el norte de Colombia, hasta las zonas más septentrionales de Argentina.
También pude ver el Mirlo grande (Turdus fuscater), que es sumamente común y está bien adaptado al entorno urbano. A pesar de ser tan frecuente, le tengo aprecio especial porque fue mi primera especie avistada en Colombia.
Pero mi sección favorita del Jardín Botánico fue El Tropicario, que es un circuito de invernaderos en el que se puede recorrer diferentes ecosistemas de Colombia, desde el páramo, ubicado en la parte más alta de las montañas donde nacen los ríos que recorren el territorio, hasta las selvas húmedas tropicales que se encuentran entre los lugares más biodiversos del mundo. A mí me pareció extraordinario, no sólo por el valor de las especies que contiene, sino también por el diseño y la estética de la construcción y por la artística disposición de las plantas ahí contenidas. La experiencia sensorial la complementa el clima artificial de cada uno de los invernaderos, necesario para que puedan sobrevivir las plantas fuera de su hábitat natural, así que uno entra en el frío del páramo y después en el calor húmedo de la selva, justo al cruzar el umbral de cada invernadero.
Después de una difícil selección, me permito presentarte un par de fotos del Tropicario, esperando que estés de acuerdo en que lo educativo y lo artístico pueden conjuntarse talentosamente.
Hasta aquí llega esta pequeña e incompleta reseña bogotana. Quedarán sin comentar el Parque Metropolitano Simón Bolívar, el Centro Histórico, el ascenso en teleférico a Monserrate, el Museo Nacional de Colombia y el Sendero natural de Quebrada la Vieja (Quebrada, en “colombiano” significa Cascada), todas ellas fueron experiencias muy agradables y recomendables.
Un atractivo de Bogotá que siempre está presente, es el bello marco de sus majestuosas montañas verdes. Es importante mencionar que la ciudad misma se encuentra a una altitud cercana a los 3 mil metros sobre el nivel del mar, lo que es un reto para la mayoría de sus visitantes. Afortunadamente para mí, los 2 mil 200 metros a los que estoy acostumbrado en la Ciudad de México me permitieron adaptarme sin mayor problema, no sólo en Bogotá sino en el resto del recorrido, donde llegamos a estar frecuentemente sobre los 3 mil e incluso a 4 mil metros de altitud, buscando las hermosas especies endémicas de Los Andes.
Pero las caminatas y la altitud de Bogotá, fueron sólo un período de calentamiento: las jornadas intensas de pajareo de sol a sol (literalmente) empezarían al día siguiente de mi vuelo Bogotá-Cali, cuando empezaríamos el tour propiamente dicho.
Llegar al Aeropuerto de Cali en el calor de medio día, me hizo conectar con la Colombia ecuatorial que había en mi mente, con ritmos tropicales, vegetación exuberante, sol brillante y ron… esa Colombia que no había aparecido en Bogotá. Pero el destino del día no era Cali, sino un hotel “en medio de la nada” en Palmira, cerca del Aeropuerto, que estaba ubicado muy convenientemente en dirección al punto de inicio de nuestro recorrido.
Me encontré con la sorpresa de que el comedor del hotel no funcionaba de manera continua y que el siguiente alimento era la cena, misma que había que ordenar con anterioridad. En tal situación, salí del hotel hacia un sitio de pesca deportiva que estaba a unos metros. Ahí pude ordenar una tilapia frita, que venía acompañada de la omnipresente arepa simple y arroz. En general, encontré la comida criolla poco variada y en general seca, aún en sus guarniciones. Tal vez estoy demasiado acostumbrado a la enorme variedad gastronómica que tenemos en México. Pero en ese momento y ante la perspectiva de estar en un sitio aislado y muy lejos de la hora de la cena para esperarla, fue muy afortunado poder tener una comida completa, cuando ya me imaginaba que tendría que comprar una bolsa de papas fritas y un refresco en el hotel. El sitio de pesca tenía un estanque y a pesar de ser la hora más inclemente del sol, tuve la oportunidad de pajarear un poco. Más tarde, cuando bajó el sol y la temperatura, pude ver otras especies en los jardines y alrededor de la alberca del hotel.
De lo más relevante que pude ver ahí, fue mi primera “Tángara colombiana”, que fue la tángara matorralera (Stilpnia vitrolina). Ya sabía que había gran variedad de especies de tángaras en Colombia, pero al igual que con los colibríes, mi imaginación se quedó corta contra la realidad, ya que al término de nuestro viaje, me traje 35 especies nuevas de esta clasificación de aves. Al ver mi colección de fotografías, me parece como si alguien con una paleta de colores y un pincel, hubiera pintado las aves en caprichosas combinaciones, con mucha imaginación y arte. (*Tangara matorralera*)
También se dejó ver el Chirigüe azafranado (Sicalis flaveola), que efectivamente es color azafrán y parece una flamita que va saltando por el suelo. A lo mejor parece obvio que el nombre de un ave sea descriptivo de la misma, pero los pajareros experimentados podrán corroborar que algunos nombres no son los más acertados y más que ilustrar, despistan. El chirigüe un ave bastante común y la seguiríamos viendo más adelante en el viaje.
Perchada en una estructura grande de antenas, vi a una especie de ibis, que es la Bandurria común (Theristicus caudatus). No me hizo muy feliz fotografiarla sobre esas barras metálicas, pero quise registrarla, por las dudas… y fue una buena decisión, puesto que durante el resto del tour, no la volvimos a encontrar. A lo largo de casi 10 años de tomar fotos de naturaleza, he aprendido (con algunos frentazos) que uno no debe desdeñar la oportunidad de hacer una toma, sobre todo de una especie nueva.
Apenas se ocultó el sol, el “escuadrón mosquito” se dejó venir en picada sobre mí y salí huyendo a mi habitación, donde permanecí hasta la llegada del resto del grupo que haríamos el tour. Después de reunirnos en una buena plática durante la cena, había que dormir temprano, previo al primero de 10 despertares consecutivos a las 5 AM. Esto obedece a que en Colombia la luz de día y la oscuridad nocturna duran casi el mismo tiempo todo el año, así que hay que estar pajareando ya cuando amanece, a las 6 AM, puesto que la actividad de las aves disminuye a medida que avanza la mañana.
El primer día tenía como objetivo final llegar a dormir a una finca en las estribaciones de la Cordillera Central de los Andes Colombianos, saliendo desde Palmira, en el Valle del Cauca hasta el apartado lugar, cerca de un pueblito llamado Anaime y cuya referencia más cercana es la Ciudad de Cajamarca, en el Departamento de Tolima. Sin embargo, el trayecto mencionado es de alrededor de cinco horas en auto, por lo que nuestro guía programó un par de escalas en sitios de pajareo, de manera que pudiéramos aprovechar el día de viaje.
El primer sitio al que llegamos a calmar nuestras ansias pajareras, fue la Laguna de Sonso. Sí, ya sé que tiene un nombre cómico y a todo el mundo que le he platicado del lugar se le ha ocurrido alguna broma al escucharlo. Bueno, pero aparte del nombre jocoso, se trata de un lugar muy agradable y que como Reserva Natural, tiene una infraestructura de puentes, pasarelas y miradores de madera, que facilitan el recorrido. Un guardián te da la bienvenida e incluso te regala una práctica guía plegable que tiene las especies de aves más comunes del lugar.
Laguna de Sonso fue un excelente lugar para pajarear y los lifers empezaron a llegar rápidamente (en la jerga de los pajareros, “lifer” es el primer avistamiento de por vida que se logra de una especie). Es imposible presentar todos los que pude fotografiar, por lo que he escogido cuatro especies muy diferentes entre sí, como muestras de la amplia variedad que encontramos.
La Garza cuca (Ardea cocoi) habita en marismas, ríos y lagos desde Panamá hasta el sur de Chile y Argentina. Es bastante parecida a la Garza morena (Ardea herodias), muy familiar para Norte y Centroamérica. Es como si a estas dos garzas las hubieran pintado dos artistas diferentes, por las variaciones en su plumaje, pero en su morfología son muy similares. La distribución de ambas especies traslapa en algunas regiones de Colombia, pero se puede distinguir a la garza cuca por su cuello blanco y gorra negra muy marcada. Batallé un poco para fotografiarla, ya que no conseguía el enfoque perfecto (a veces la tecnología o el fotógrafo muestran sus limitaciones), así que me tomó muchos disparos conseguir una toma satisfactoria.
La Cotorrita de anteojos (Forpus conspicilliatus), más allá de ser lifer y de permitirme fotografiarla, me robó el corazón, sobre todo por una pareja que me enterneció con su cercanía y actitud cariñosa. Espero que me des la razón con la siguiente imagen, que encuentro muy elocuente. Debe su nombre “de anteojos” a la mancha azul que el macho tiene alrededor de los ojos. También tiene azul en las alas y la rabadilla, mientras que la hembra es verde en su totalidad. Se le encuentra en la región noroeste de Colombia, pero no alcanza a ser endémica, porque hay pequeñas áreas de distribución más allá de las fronteras con Panamá, Venezuela y Ecuador. Hay especies con las que uno establece un vínculo emocional. Esta cotorrita lo tiene conmigo.
El Buitre de ciénaga (Anhima cornuta) es descrito por e-bird (la plataforma de observación de aves más importante del mundo) como “Pájaro enorme y extraño”. La verdad, creo que se han quedado cortos: ¡En realidad, parece un pájaro alien!… Su distribución es como un anillo alrededor del Amazonas, que incluye Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Brasil. Frecuentemente percha en lo más alto de enormes y frondosos árboles. Nosotros los vimos así: en lo alto de las copas y a una gran distancia, así que la fotografía no pudo tener la mejor calidad, pero de cualquier manera me parece un avistamiento memorable y por eso te comparto la imagen. Al igual que con la bandurria, ya no tuvimos otra oportunidad de verlo después.
Otra joya que encontramos en Laguna de Sonso fue el Carpinterito colombiano (Picumnus granadensis), que es endémico y sólo se le encuentra en el occidente de Colombia. Es verdaderamente diminuto, ya que su tamaño es parecido al de un gorrión y en general, no parece carpintero, ya que su pico es robusto pero corto y sus colores son bastante opacos. Incluso el adorno distintivo en la cabeza del macho es un poco extraño, pues tiene unos puntos amarillos, que a golpe de vista, me hicieron pensar que tenía alguna especie de hongos o líquenes en su cabeza. Nuestro avistamiento del carpinterito fue notable, puesto que pudimos ver su nido con un polluelo dentro y la pareja de adultos dando vueltas para alimentarlo. Sin embargo, no logré buenas imágenes de ello y sólo logré algunas del macho perchado, como la que se encuentra bajo estas líneas.
Para ser un sitio “de camino”, Laguna de Sonso resultó un verdadero botín, pero no nos entretuvimos demasiado, ya que había que seguir adelante, hacia el noreste, pasar junto a Pereira, dónde comimos en un restaurante campestre enorme que está a pie de carretera. Continuamos hasta Cajamarca, en el Departamento de Tolima, que ya se encuentra en la cordillera y finalmente, pasamos a una carretera secundaria, que es la Vía Cajamarca-Anaime. Hicimos una escala para pajarear y descansar en casa de la familia Espitia y ahí nos encontramos con Adrian (Su nombre va sin acento), que sería nuestro guía en los alrededores de Anaime. Con una taza (bueno..varias) de delicioso café y desde su terraza, estuvimos observando aves.
La luz de tarde empezaba a caer y ya no era muy buena para las fotos, por lo que sólo tuve oportunidad de hacer algunas tomas, como fue el caso del Orejero coronigris (Leptopogon superciliaris), que es un mosquero pequeño con gorra gris, parche negro del oído y barras alares beige.
Otra bella especie que estuvo al alcance de mi lente fue el colibrí de buffon (Chalybura buffonii), que es un colibrí mediano que normalmente puede ser visto solo en flores del bosque, puesto que a diferencia de otras especies de colibríes, no le atraen los bebederos.
Después de una cena algo improvisada en el pueblo de Anaime, recorrimos unos pocos kilómetros más, para pernoctar en Finca la Martina, ´que se encuentra en pleno campo, donde disfrutamos de la hospitalidad de la familia Espitia.
Pasaríamos los días siguientes en la Región Andina, ya que las diversas altitudes y ecosistemas que ofrece han generado ahí una gran biodiversidad: nos esperaban muchos colibríes, tangaras, grallarias, mosqueros, rascadores y una gran lista de otras especies valiosas, pero esa narración será objeto de la segunda entrega de esta serie.
Como siempre, te agradezco que me hayas acompañado en esta aventura y te invito a seguir la historia en las próximas entregas. Mi gratitud es doble, porque al escribir para ti, vuelvo a vivir y disfrutar, incluso llego a descubrir y entender cosas que en su momento viví más superficialmente.
A continuación te dejo algunas referencias que pueden ser de utilidad, si quieres abundar en la información, o ponerte en contacto conmigo.
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Para consulta de información de aves, se puede acceder a: https://birdsofcolombia.com/index.php/home
Genial tu historia. Me ayuda de guardamemorias para no olvidar este viaje que hicimos. 🙂
Muchas gracias, Luis! Para mí, escribirlo es volver a disfrutarlo y es muy agradable tener comentarios como el tuyo.
Excelente hostoria! Me ayuda de guardamemorias para no olvidar este viaje que hicimos. 🙂