Desde el establecimiento del método científico, la generación de conocimiento ha tenido periodos de abundancia y carestía; sin embargo, conforme a lo que revelan un creciente número de estudios de distintas universidades de prestigio mundial y sociedades científicas de varias partes del mundo, nunca como ahora la producción científica había perdido tanto su impacto.
Luego de la equivocada sentencia que Abraham Michelson —el primer físico estadounidense en obtener el Premio Nobel en su especialidad— hiciera en las postrimerías del siglo XIX, al asegurar que ya todo en la física estaba descubierto y en adelante sus colegas sólo tendrían que refinar algunos casos muy especiales del comportamiento natural, con la introducción del “tamaño útil”, Max Planck pudo iniciar la era cuántica al esclarecer la “catástrofe ultravioleta”, teoría que transformó a la humanidad hasta convertirla en lo que somos hoy en día; no obstante, quizá esta revolución en la concepción del universo ha sido la última en más de un siglo.
En las décadas más recientes se ha incrementado el número de científicos a nivel mundial y muchos países han desarrollado sistemas nacionales para el financiamiento público y privado de proyectos científicos, pero al mismo tiempo los equipos de laboratorio requeridos se han vuelto más sofisticados y costosos, por lo que el fondeo de la ciencia ha rebasado las capacidades de financiación de los países aislados. Esto ha vuelto necesario que en los proyectos de gran envergadura se busque la convergencia de financiamientos públicos de varios países —tales son los casos del Gran Colisionador de Hadrones del Centro Europeo para la Investigación Nuclear, los interferómetros de la Colaboración LIGO-Virgo, el Proyecto del Horizonte de Eventos o el Telescopio Espacial James Webb, por ejemplo—, o la colaboración a través de alianzas público-privadas.
Esta realidad implica que los contribuyentes cada vez invierten más dinero, pero obtienen menos conocimiento nuevo de gran impacto. Una de las aparentes causas de este estancamiento mundial de la ciencia radica en la metodología que se sigue para seleccionar los proyectos que recibirán el fondeo. Con algunas variantes menores, los sistemas de financiamiento público para la ciencia en los países se basan en la revisión por pares. Esto requiere que los investigadores preparen propuestas de investigación, cuya pertinencia y viabilidad son posteriormente evaluadas de manera anónima por comités integrados por científicos de los mismos campos del conocimiento. Una vez que dichas propuestas han sido calificadas y organizadas conforme a la puntuación obtenida, los funcionarios de las agencias asignan los recursos con base en esta priorización.
Aunque de esta forma se asegura que los proyectos sometidos tienen un nivel mínimo de solidez conceptual y metodológica, al mismo tiempo el procedimiento tiende a dejar fuera del apoyo económico aquellas propuestas más arriesgadas y que podrían conducir a descubrimientos fuera de serie. Por este motivo, en las agencias gubernamentales de muchas naciones han comenzado a explorar nuevas formas para financiar a la ciencia en sus respectivos países y algunas han estado probando estrategias, como el ofrecimiento de premios que incentiven a los científicos a alcanzar metas concretas, el establecimiento de las llamadas Organizaciones de Investigación Enfocada (OIE) que busquen soluciones a problemas concretos, y hasta la asignación de financiamiento por sorteos o los programas de Científicos Itinerantes, en los que equipos de investigadores se hacen a la mar en periplos prolongados, con la idea de aprovechar estos ambientes relajantes para crear colaboraciones con especialistas de disciplinas distintas a las de sus instituciones de adscripción y generar así ideas altamente disruptivas.
Algunas de estas nuevas formas de financiamiento para la ciencia ya han mostrado que pueden entregar resultados científicos de mayor impacto, tal es el caso de los esquemas basados en el otorgamiento de premios o la creación de OIEs, por lo que quizá sea el momento de que también en México se pongan en práctica.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.