En el presente sexenio el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología de México ha sufrido una inhabilitación casi absoluta. Todos los programas que se habían diseñado en el medio siglo anterior han sido modificados para convertirlos en instrumentos que permitan capturar a los distintos estratos de la academia en clientelas electorales. Bajo la excusa de que todos los apoyos deben ser entregados de manera directa a los eventuales beneficiarios, sin que medie la intermediación de cuerpos colegiados que verifiquen la pertinencia de las asignaciones, programas como el de entrega de becas para realización de estudios de posgrado, son ahora operados sin ningún criterio objetivo, control, ni rendición de cuentas.
Este bache en la ciencia mexicana se propagará cual ola en el tiempo y causará un problema de competitividad grave para nuestro país en unos diez o quince años, pero aún podría ser más grave en caso de que la misma política pública en materia de ciencia y tecnología continuara por otros seis años más. Situación que bien podría darse si llegara a resultar electa como la primera presidente de México la doctora Claudia Sheinbaum, ya que hasta ahora ella no se ha manifestado abierta y contundentemente en contra de lo que ha realizado la presente administración.
Lo que debería resultar preocupante para la academia, para el caso en que la doctora Sheinbaum llegase a ganar las elecciones presidenciales del próximo año, es que ella ha declarado que continuaría con la denominada “austeridad republicana” que, en lo que respecta a la ciencia y la tecnología, sirvió de pretexto para finiquitar los fideicomisos para este sector, que ayudaban a los investigadores a cumplir con sus compromisos internacionales con la realización de proyectos científicos internacionales y multianuales; o a los estudiantes a enfrentar contingencias ante la inesperada falla de equipos de laboratorio; por ejemplo.
En la otra casa de campaña las cosas tampoco pintan del todo bien para la ciencia y la tecnología, pues el plan elaborado por el doctor Gurría sugiere que debería recuperarse lo que se tenía hasta diciembre del 2018 y que, como ha quedado claro, tenía también varias áreas de oportunidad, como el hecho de que nuestro país jamás pudo asignar un presupuesto suficientemente adecuado para fomentar la investigación científica y el desarrollo tecnológico, y siempre quedó muy por debajo de nuestros dos principales socios comerciales y vecinos, pero incluso también por debajo de países con economías similares a la nuestra, en otras partes del orbe.
Ante estas dos opciones: una que sugiere continuará con la devastación que ha tenido lugar en lo que va del presente sexenio, y la otra que ofrece retornar a un sistema que funcionaba a medias, lo todavía más inquietante es que la academia no asuma el rol de responsabilidad y liderazgo que debería, al mantenerse ya sea distante de las campañas electorales o consecuentes con lo que proponen una aspirante o la otra; sin presionar a las precandidatas para que realmente se comprometan a mejorar el estado del sector de manera radical, ni tampoco reflexionar acerca de las medidas que realmente tendrían que implementarse para aumentar la competitividad de México en la arena científica internacional.
Sería deseable que de ambas partes hubiera la apertura, madurez y compromiso para sostener un diálogo serio y responsable que permitiera abordar las distintas problemáticas que enfrenta la ciencia y la tecnología en el país, como la precariedad de los salarios de los investigadores; la insuficiencia de financiamiento para la realización de proyectos científicos de largo aliento; la transferencia efectiva de tecnología hacia el sector productivo; entre muchos otros. Soluciones que sin duda requerirán de esfuerzos del gobierno, pero también de parte de la academia. México necesita de cambios verdaderos, verbigracia, que eliminen dobles sueldos disfrazados de estímulos económicos, pero al mismo tiempo paguen salarios que compitan con los que se ofrecen en otros países; que diferencie con pragmatismo a la investigación científica del desarrollo de tecnología, pero valore por igual la importancia que tienen ambas para el desarrollo nacional.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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