Autoría de 2:16 pm #Opinión, Armando Mora - El Ardiente Rabo

Por la Calle de la Amargura – Armando Mora

Ningún aforismo se asemeja a la tesitura impoluta de un pensamiento.

Pero dónde y cuándo surge este término que me trae por la calle de la amargura, que no me permite dar respiro a la mano para trasladar ante el bolígrafo y me enfrenta a cada segundo a la hoja en blanco, de plano ya a un debate a muerte.

Todo posee un principio y a veces un sitio por donde partir, quizá no exacto, pero que nos permite una proximidad para entender un poco de ese nacer de las cosas, y, posterior, ya en la cuna, serpentear y mirar sus primeros trazos; primero pensemos en su etimología “que es la ciencia que estudia la estructura de la palabras, a fin de formular las leyes de la derivación que han normado a los idiomas”, nos menciona José Miguel Macías, en su libro de raíces griegas, en su tercera edición, de 1880. Entonces, partiendo de ese principio de disección, la palabra aforismo en primer lugar fue utilizada por el médico griego Hipócrates (460-370 a. de E.) para delimitar y circunscribir todos los elementos que integran a una ciencia, en este caso la médica, mediante textos breves para dar a los nuevos médicos los elementos esenciales para la guía de su oficio, y que al ejercerlo aspiren a su dignidad. Qué nos dice en la Enciclopedia del idioma Martín Alonso sobre el término aforismo:

                                     Del: gr.a aphorismós, limitación; de apó,    

                                       Separación y óridsoin, limitar, definir…

Esta manera de representar, por medio de breves textos donde se condensa, como lo hará una tableta, dosis mínima –ingerida de forma oral– que busca con acuciosidad la curación o mínimo ver reducidos los males que aquejan al enfermo. Es en este proceder médico donde se debe sostener el compromiso con la medicina y sus pacientes: pero si bien este principio, expresado de forma contundente y explícito en los textos aforísticos, había trascendido por cientos de años, sin ser modificado y mantenerse siempre en esa tesitura, tuvo que suceder una conmoción en los dolores que aquejaban a los pueblos, que ya no era el médico quien podía curar los males sociales o los producidos por el espíritu que cada vez desfallecía y su muerte estaba próxima sin remedio alguno.

Un suceso hizo desprender y revolcar a las palabras hasta verlas torcerse ante el dolor e ir a buscar la cura de esos males, pero el único que pudo sostener con fortaleza y equidad fue el aforismo, que ha mantenido mediante hilos el pasar, como un malabarista ser de la literatura, que aun hoy padece un poco de menosprecio y se le mira en el castigo de las grandes editoriales. No lo confundamos con las “frases célebres”, minúsculas dosis desprendidas de un texto y escritas por grandes pensadores o literatos. Un torbellino se entrometió en las entrañas de ese aforismo, que después de la Edad Media se empiezan a dar cuenta, al nacer el Renacimiento, que no sólo por los avances de los conocimientos en materia de la medicina se podía separa los elementos de cualquier materia y exponer sus características por medio de textos breves y sustanciosos. Se fue transformando al calor de quien veía que se podía, mediante textos breves, escribir una receta nueva, dar un nuevo medicamento para curar los males de aquellas depresiones sociales y políticas cargadas de guerras. Ahora un ser humano enfrentado a manos llenas con el dolor a flor de piel. Algo debió pasar que el origen de los aforismos de Hipócrates se fue modificando hasta dejarlos a la deriva y, llegar a tal grado de su transformación, fue retomado un nuevo rostro y secuestrar entre sus líneas algo que le ajustaba a su traje de escritura y poder comunicar con bravura ante los desfallecientes corazones de los seres humanos.

Entre esas transformaciones no todo lo que se escribía de forma breve llegó a considerarse aforismo, ahí tenemos a las máximas morales francesas, a los apotegmas, a los adagios, a los proverbios, los proloquios, etc., que ya, desde su inicio, poseen características propias, pero arrullados por lo breve. El renacer de esta manera distinta de fragmento –el aforismo– lleva consigo un aroma que se extiende, aun con su brevedad a cuestas, a lo largo y ancho del traje que arropa sus palabras: la ironía. Es con ella, la ironía, con la que va confeccionando una nueva manera de presentarse a la sociedad pujante ante aquellos siglos de oscuridad y su renacer.

Es muy cierto que en cada época el aforismo ha sufrido cambios, quizá pocos se hayan aventurado a notarlo. Pero el aforismo es un combatiente de guerra, representa una gran belleza, puede lograr hacer que nazca un flor en un desierto de amor; el aforismo está a flor de piel, al leerlos nos dejan helados, con la piel erizada, otros nos encaminan para llevarnos al precipicio, pero sólo para sentirlo y regresar de inmediato a la senda de la vida. Pero la bastedad del aforismo es su gran cinismo, porque sin que se lo pidan se entromete, en unas cuantas líneas cargadas de tinta y papel, en nuestras vidas, dejándonos casi siempre desolados porque nos creíamos impolutos.

(Visited 110 times, 1 visits today)
Last modified: 7 enero, 2024
Cerrar