Estoy cierto que se equivocan en el equipo de asesores y asesoras de la precandidata presidencial de la Coalición Fuerza y Corazón por México, Xóchitl Gálvez Ruiz, al promover como lo prioritario en su discurso que el mensaje durante la precampaña presidencial haya sido en tono de confrontación e impulsor de la polarización.
Se equivocan porque fomentar estos aspectos en su discurso (por ahora, hablamos del constante contrapunteo que ha hecho entre su mensaje y el del presidente de México), fomenta la ruptura social.
El búmeran de la polarización
La polarización no significa que nos coloquemos en los extremos de un continuo ideológico, discursivo, social o político; es, más bien, el hecho de que se fomenten sentimientos negativos irreconciliables hacia otras personas o formaciones que no comparten nuestros puntos de vista.
Si se promueve esa confrontación política (como lo ha hecho por más de cinco años el presidente mexicano), se profundiza la discrepancia al grado de colocar a las y los ciudadanos en una condición más allá de la simple diferencia.
Empuja a ubicarse en una especie de condición prebélica; es decir, dispuestos a pelear “con todo” para defender sus puntos de vista frente a los de los contrarios.
Como lo señala la psicóloga clínica en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid Patricia Fernández Martín: La polarización “… está relacionada con la percepción negativa, los sentimientos de rechazo y el poco respeto ante opiniones o personas con las que uno no se siente identificado”.
De esta manera, lo que se “construye” es una menor disposición a escuchar al contrario, retrotraerse hacia sus puntos de vista e, incluso, a emprender acciones y pensamientos en contra de sus “enemigos”, incluyéndose (si es necesario) mensajes falsos o sin sustento.
Los psicólogos Jonathan Haidt y Joshua Greene (citados por Patricia Fernández) han señalado que la polarización “se debe a nuestra tendencia a identificarnos emocionalmente con nuestra ‘tribu’, un hecho probado por la evidencia científica y anecdótica”.
De esta manera, lo que sucede con un discurso polarizante, de confrontación o, como ahora gustan decir los asesores políticos, “de contraste”, es el fortalecimiento de la identificación emocional con lo que estos psicólogos denominan “nuestra tribu moral”.
Se genera más apego con lo que pensamos, con lo que creemos y con lo que nos convence. También se gesta un mayor rechazo a lo opuesto, aumenta la hostilidad y la ira, y disminuyen los sentimientos positivos.
Esto sucede, reitero, porque se prioriza la confrontación a la posibilidad de “tender puentes”.
Pérdidas
En el transcurso del actual sexenio, el gobierno mexicano ha fomentado la polarización. El resultado lógico ha sido que la base social del lopezobradorismo o del morenismo se ha mantenido más o menos estable. No pierde influencia o si la pierde es en un margen mínimo. Su voto duro “se ha endurecido más”. No crece pero tampoco disminuye.
Del lado de las oposiciones, fomentar la polarización también refuerza su voto duro, pero conlleva la notoria reducción de la posibilidad de crecer sus simpatías porque alienta (al igual que su contraparte) la desconfianza, la baja el compromiso comunitario e, incluso, como apunto en líneas arriba, la ruptura social.
Los deja con pocos argumentos para captar el voto de la ciudadanía que no comparte la polarización, especialmente esa clase media que votó por el morenismo hace cinco años, pero que se ha decepcionado del mismo. Preferirá ir con la abstención que correr el riesgo de seguir como estamos.
Si el primer círculo de asesores de la candidata Xóchitl Gálvez no entiende que la inminente campaña presidencial 2024 debe de ser de propuesta, de conciliación nacional y de llamado a la unidad; si no comprende que se debe hacer una campaña que excluya el discurso de confrontación y que empatice con la visión de un México incluyente, pocas, muy pocas posibilidades tendrán de ganar la contienda comicial.
Juan José Arreola de Dios
Periodista/Comunicación política
Twitter: @juanjosearreola
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