De acuerdo con información publicada por la Asociación de la Industria de Semiconductores estadounidense (SIA, por Semiconductor Industry Association) y la consultora Boston Consulting Group, a inicios de la década de los años noventa del siglo pasado la Unión Americana producía el 37 % de los microcircuitos electrónicos que se fabricaban en todo el mundo, en tanto que Europa manufacturaba el 44 % y sólo el restante 19 % se hacía en Asia, principalmente en Corea del Sur y Taiwán, aunque en menor medida también en la República Popular de China. Sin embargo, para el año 2021 la producción de microchips en los Estados Unidos de América (EE. UU.) había caído a sólo el 12 % y la europea al 8 %, mientras que el restante 80 % se concentraba ya en las tres naciones asiáticas, entre las que ahora China ocupaba ya una porción significativa; es decir, en el lapso de únicamente tres décadas Europa y los EE. UU. perdieron su capacidad para producir chips, al mismo tiempo que China la aumentó de manera considerable.
Esta pérdida de volumen de producción de microchips por parte de nuestro vecino del norte, combinada con el incremento de la misma por parte de la potencia mundial emergente, hizo que Washington diseñara una estrategia tecnológica y comercial extrema, orientada a recuperar su capacidad de manufactura de microcircuitos y frenar la expansión de su principal competidor. Aunado a las restricciones impuestas a empresas como la neerlandesa Advanced Semiconductor Materials Lithography (ASML), uno de los principales fabricantes de las máquinas litográficas tecnológicamente más avanzadas en la fabricación de microchips, para vender sus equipos a compañías chinas, y las prohibiciones a empresas locales y extranjeras para realizar negocios con firmas chinas como Huawei Technologies Corporation o Semiconductor Manufacturing International Corporation (SMIC), la principal manufacturera del sector en el país oriental, los EE. UU. decidieron financiar a su industria de semiconductores con 52 mil millones de dólares estadounidenses (mmdde) para que empresas como Intel Corporation pudieran construir nuevas fabs —como se conocen en el medio a las fábricas de microchips— que le ayuden a recuperar el porcentaje de producción de estos dispositivos que tenía en 1990.
A poco más de un año de la entrada en vigor del Acta de Chips y Ciencia, mediante la que el erario estadounidense inyectaría la multimillonaria suma a esta industria, tanto de manera directa como a través de incentivos diversos, Intel Corporation avanza aceleradamente en la construcción de cuatro nuevas fabs ubicadas en los estados de Arizona y Ohio; mientras que Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited (TSMC) y Samsung Electronics hacen lo propio con dos fabs en Arizona, y una más en Texas, respectivamente. Con esta inversión, que en suma ronda los 97 mmdde, se espera que las nuevas fabs inicien operaciones en el 2025, y con su producción conjunta la Unión Americana recupere de inicio al menos seis puntos porcentuales para alcanzar un 18 % de la manufactura mundial de chips, pero, conforme la tecnología avance, estas nuevas fabs paulatinamente incrementarán dicho porcentaje entre los microchips de última generación.
Es impensable que alguna fab pueda llegar a construirse en nuestro territorio; sin embargo, el sector requiere de otros servicios, como el diseño, o la fundición de las obleas en las que se imprimen los microcircuitos electrónicos. Es en estas etapas de la cadena de la industria de los semiconductores en las que nuestro país aún está muy a tiempo para tratar de engranarse con este sector clave para la mayor economía del orbe y nuestro principal socio comercial. Lamentablemente, a la fecha sólo una entidad federativa ha realizado acciones serias para subirse a esta ola de silicio. Sonora ha sido el único estado que ha establecido convenios con su contraparte de Arizona para involucrar a sus respectivas universidades estatales en un esfuerzo conjunto que les permita desarrollar el talento humano especializado que comenzarán a demandar las cinco fabs dentro de poco más de un año.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.