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Mi búsqueda de la creación me ayuda a no sentirme vacío: Rafael Volta

ENTREVISTA: MERCEDES CORTÉS/LALUPA.MX

FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX

“No soy una persona real, soy una leyenda” aseguró en su momento Jean Michel Basquiat frente al ventarrón de la industria artística y la crudeza del racismo en Nueva York, ciudad donde buscó convertir paredes en lienzos y calles en museos. Basquiat murió a los 27 años, en 1988, pero la leyenda vive e inspira. Tal podría ser el caso de Rafael Alejandro Mercado Pérez, escritor del barrio de la Cruz conocido como “Rafael Volta”, quien recientemente, a través de la editorial del municipio de Querétaro Letra Capital, publicó su poemario Museo de una ciudad barroca.

De Basquiat, Rafael asegura que es su artista favorito. Su huella ha matizado su percepción artística y ha despertado su interés de navegar en las composiciones y los personajes que viven tras los lienzos, actividad de donde se gestaron las ideas de los 74 poemas que componen su más reciente libro.

El escenario es el Museo de Arte Contemporáneo de Querétaro y sitios colindantes del Barrio de La Cruz.  Los personajes son hombres y mujeres que habitan en las redes sociales del poeta Ismael Velázquez Juárez, de cuyas referencias artísticas Rafael creó un punto de impulso hacia nuevas narrativas.

“Agarré como unos 70 artistas y empecé a hacer poemas, soltando la pluma, y estos poemas son narrativos pero al final siempre los trasladé a donde vivimos aquí en Querétaro”, explica.

En esta inventiva, Rafael navega entre personajes y temas de interés público, entre ellos, diversos estilos creativos y la crítica sobre la toma de decisiones gubernamentales. “El libro comienza con el concurso, o la licitación para hacer el museo y pues está llena de favoritismos, de corrupción”, sostiene.

Asegura que escribir Museo de una ciudad barroca lo llevó a visitar las salas y apreciar las obras en exhibición para resignificarlas como escenarios de nuevas vivencias a las cuales agrega capas de la realidad. “Hay diversas capas de la realidad. Está la realidad de la pintura, la realidad de la historia que te inventas, la realidad de la queretanidad y el discurso político que me interesa mucho”.

Además asegura que este último poemario le abrió las puertas a una nueva retórica en su carrera; una en la que utilizó un lenguaje diferente para innovar sobre las estructuras tradicionales de escribir poesía.

Al cabo de este proceso, Rafael revela que no solamente tuvo la oportunidad de explorar nuevas técnicas literarias sino también de dejarse sumergir en los significados personales de los lugares en los que creció.

Dueño de un tono pausado y con el lenguaje cómplice de un amigo Rafael rememora que lo que ahora es el Museo de Arte Contemporáneo, (MUAQ) en su momento fue la escuela primaria “Vicente Guerrero” donde su madre y su padre estudiaron. Una época de la que —relata— les animaban con un atole, frijoles y un bolillo a manera de desayunos escolares. Y sí, gracias a esa generosidad  su madre consiguió llegar al tercer año y su padre terminar la escuela primaria.

“Ese lugar tiene mucha historia. Me gusta mucho ir a ese espacio porque yo me considero del Barrio de La Cruz. Yo crecí con mi abuela en una vecindad, la que está al lado de La Biznaga. Era una vecindad típica queretana de los ochentas. Conozco muy bien. Mi papá vivía en 16 de septiembre, mi mamá en Manuel Gutiérrez Nájera, se enamoraron en una fiesta”.

Pero más allá de las raíces personales del autor y su original forma de crear historias a partir de la plástica, Museo de una ciudad barroca es abrirle una ventana al lector, una ventana en donde se vislumbran las luces creativas de más de 70 artistas plásticos y un poeta disruptivo.

“No me considero oficialista del arte contemporáneo pero sí hay un diálogo con la poesía, con Ismael, con la ciudad. Establece muchos temas.

Lo que hace un poema es abrir la ventana y mostrarte algo. En una pintura ahí está la imagen y a mí me gusta mucho tanto lo figurativo como lo abstracto. Me gusta pensar qué historia hay detrás de eso”, explica.

Del ingenio a la creación. El arte es el destino

Rafael Volta es ingeniero en electrónica y comunicaciones por el Tec de Monterrey, institución donde también estudió una maestría en ciencias de la manufactura.

Como ingeniero adquirió experiencia en el Centro de Investigación y Desarrollo Condumex y en Diehl Controls México; sitios en los que permaneció por más de una década.

Las prestaciones y el salario, reconoce, eran buenos pero luego de una década, el laboratorio y la dinámica de horarios comenzaron a generarle insatisfacción. Rafael abandonó su comodidad, renunció a su puesto de trabajo y optó por apoyar a su padre en el restaurante familiar en el Barrio de la Cruz.  Esto le permitió ejercer un control de horarios y estudiar literatura en la Escuela de Escritores (SOGEM), en la Ciudad de México.

“No me gusta estar siempre haciendo lo mismo. Por eso hablo de esa curiosidad de estar buscando algo creativo para no sentirme vacío”, asegura.

Y aunque suene onírico, el camino no fue fácil. Ir y venir de Querétaro a Ciudad de México y trabajar los fines de semana en el restaurante familiar, llegaba a ser agotador.

La Ciudad de México, indica, “es una ciudad increíble”, pero el tráfico es terrible. Aventarse de ser ingeniero a ser escritor fue una decisión que cambió su vida desde los enfoques más positivos pero, de igual manera,  fue una travesía compleja, atravesada por vastas exigencias y algunas desventajas.

“Es un oficio bien duro porque tienes que leer muchísimo y tener ese atrevimiento de escribir. De, invéntate un personaje en esta situación o invéntate un diálogo y al final era como si te dijeran, vete a correr diez kilómetros cuando apenas vas empezado a caminar. Esa fue, al principio, la dificultad. Y también que tenía cierta prisa de aprender algo que no aprendí de más joven.

“Desafortunadamente en México si tienes más de 35 años ya no eres un creador joven y eso te limita muchas oportunidades en el sentido de que no puedes acceder a ciertas convocatorias para que te publiquen”.

Con todo, Rafael Volta materializó su primera publicación de manera inesperada. El Colegio de México seleccionó sus poemas “Composición química del arcoíris” y “El perro y la mandarina” para publicarlos la sección literaria de su revista Ágora.

Más tarde publicó cuentos y poemas en la revista Prosvet, editada por Elizabeth Haro y a través de la editorial Herring Publishers publicó su primer libro, una obra teatral titulada Te Q Horses.

Eventualmente, Rafael regresó a la poesía influenciado por Luis Alberto Arellano con quien tomó diversos cursos en la ciudad de Querétaro. “La poesía fluyó en mí de manera natural, me sentí desenvuelto.

Al final los géneros no importan. Si alguien quiere empezar a escribir lo que menos debe preocuparle es el género”, advierte. Y como resultado de esa experiencia lectiva publicó su segundo libro Principia- Mathe-Machina.

Si bien la vida de un creador en México es compleja Rafael Volta asegura que es y seguirá siendo su plan A. Muy  por encima de la ingeniería, a la que actualmente ubica en el plan Z de su vida profesional. Y tan es así que como su multidisciplinario ídolo del arte urbano, Jean Michel Basquiat —quien comenzó propagando la buena poesía en las calles de Nueva York—, Rafael  ha decidido introducirse en el aprendizaje de las artes plásticas.

“El principal obstáculo es que es imposible descartar un sistema en el cual si no tienes un trabajo que te dé el mínimo al mes, no la vas a hacer. No vas a poder pagar la luz, ni la renta, ni el agua. Pero también creo que tienes que moverte por ti mismo para tener ese tiempo libre. Comprarte tiempo para hacer tus cosas. Al final lo que nos compran es el tiempo, seas bueno o malo, te compran el tiempo para trabajar para otra persona.

“Si eso no te llena buscas la manera para tener ese tiempo extra. Yo mis libros los escribí en la madrugada, saliendo del trabajo. Pero también creo que si eres constante y honesto con tu obra todo lo demás va llegando solo”, explica al respecto.

Pero en caso de que alguna de las dos disciplinas artísticas, por circunstancias diversas, mereciera una tregua en su vida, asegura que su siguiente plan sería trabajar en un cine: vender palomitas, proyectar las películas y asegurarse de que las salas han quedado en orden al finalizar la función.

“Algo que me haría muy feliz, espero algún día hacerlo, es trabajar en un cine. Vender las palomitas, barrer la sala. Eso me parece un gran trabajo. Me hubiera encantado algún día pasar una temporada trabajando de eso”.

La ingeniería: nunca, jamás.

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Last modified: 21 enero, 2024
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