Autoría de 11:00 am #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Diez años sin José Emilio Pacheco – Víctor Roura

Nunca va a existir una antología amorosa de José Emilio Pacheco sencillamente porque es el poeta del desamor. De una docena de volúmenes poéticos, acaso Pacheco menciona una decena de veces la palabra amor, y eso sin referirse concretamente al acto amoroso sino como mera palabra usual:

Ojos, ojos,
cuántos ojos de cólera mirándonos
en la noche de México, en la furia
animal, devorante de la hoguera:
la pira funeraria que en las noches
consume a la ciudad.
Y al día siguiente
sólo vestigios ya.
Ni amor ni nada:
tan sólo ojos de cólera mirándonos.

No está el sentimiento amoroso ahí, sino sólo la palabra que la expresa. En las dos muestras literarias que de José Emilio Pacheco editara en 2005 Era (Gota de lluvia, dirigida para niños y jóvenes con prólogo de Julio Trujillo, y La fábula del tiempo, que congrega un poco más de doscientos poemas seleccionados por Jorge Fernández Granados) es notoria la ausencia del amor, extraño en un poeta, ya que es él, el poeta, de entre los dedicados a la escritura, el que aparentemente mejor lo concibe en palabras.

      Pero no es el tema de Pacheco —quien nos dejara hace una década, el 26 de enero de 2014, a los 74 años de edad—, en definitiva. Ni siquiera en sus connotadas líneas sobre su patria, a la que dice no amar pero daría su vida “por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas”, algunas “figuras de su historia”, “montañas” y, quizá, “tres o cuatro ríos”, ni ahí aparece ningún amor, ningún romance, ninguna pasión. Tal vez en “cierta gente” pudiera caber todo esto, pero el poeta es, debe ser, claro, no insinuador. Este poema, “Alta traición”, es de los más conocidos de Pacheco, junto, y difundidos, probablemente, con “Mar eterno” (“Digamos que no tiene comienzo el mar: / empieza en donde lo hallas por vez primera / y te sale al encuentro por todas partes”) y “Un gorrión” (“Baja a las soledades del jardín / y de pronto lo espanta tu mirada. / Y alza el vuelo sin fin, / alza su libertad amenazada”), pero los tres —recitados en la intimidad, leídos en grande concurrencia, citados en innumerables sitios— están lejos de aproximarse al amor.

      De ahí que José Emilio Pacheco sea el poeta de las cosas, de los objetos, de la historia, pero no del amor, aunque esto, por supuesto, no es un defecto literario sino, acaso, una virtud: la virtud de no introducirse en (de saber esquivar) un tema que no soslaya ningún poeta. En este sentido Pacheco es único, ya que no aborda lo que todos los otros sí hacen.

      Fernández Granados dice que José Emilio Pacheco escribe “elegías de un lúcido pesimismo”. Ya desde sus primeros libros “aparecían ciertas constantes que serían reconocibles a lo largo de toda su obra: los ejemplos de la naturaleza (plantas y animales) como fuente de alegorías y lecciones, el tiempo y la destrucción, el drama testimonial de la conciencia: asuntos centrales de una temática cuya universalidad y pulcritud la situaron inmediatamente en muy alta estima”.

      Por algo, a principios de los setenta, ya el poeta declaraba su objetivo poético en “A quien pueda interesar”:

Otros hagan aún el gran poema,
los libros unitarios, las rotundas
obras que sean espejo de armonía.
A mí sólo me importa el testimonio
del momento inasible, las palabras
que dicta en su fluir el tiempo en vuelo.
La poesía anhelada es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida.


Sin embargo, aunque diga no quererlo hacer, Pacheco ha logrado, con todos sus libros, consolidar un libro unitario: el de la preocupación por la Tierra sin ser un incómodo ecologista.

No quedará el trabajo ni la pena

de creer ni de amar. El tiempo abierto,

semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena

todo cuanto me salva o encadena.

Y si alguien vive yo estaré despierto.

… y ahí está, asimismo, otro de sus enunciados principales: el tiempo, el eterno tiempo, el tiempo que corre aun sin nosotros. Julio Trujillo, el encargado de la antología para los niños, apunta que Pacheco “es un poeta al que le gustan las palabras sencillas y las historias sencillas: digamos que para él el mundo es redondo y las hojas verdes”. Pero eso no quiere decir, advierte Trujillo, “que no sea un poeta poderoso: escribir poemas fáciles y buenos es dificilísimo, y son muy pocos los que lo saben hacer bien. José Emilio es uno de ellos: cuando terminas de leer un poema de él, sientes que, además de una historia o un pensamiento, algo queda ahí, invisible, flotando en el aire (como un globo): tal vez una enseñanza, un secreto, algo que te hace sentir diferente”… pero nunca enamorado.

      No es una exageración si digo que el siguiente párrafo poético es la más insigne aseveración amorosa de Pacheco en toda su obra:

En siglos sucesivos otros llegarán a tus brazos, amor mío. Conocerán tu breve paraíso y luego se consumirán en el dolor de la esperanza que no tiene esperanza.

Porque todos los otros, donde aparece mencionada la palabra “amor”, o no necesariamente aunque trate sin duda del amor, son como cortados de tajo, tristemente fragmentados, decepcionados pasajes, oscuras descripciones de algo que no es: “Mujer, no eres como yo / pero me haces falta” (del poema “Prehistoria”), “De los amores no quedó / ni una señal en la arboleda” (de “En resumidas cuentas”), “Ahora, de pronto, casi en mi tumba, vuelves / en la canción tristísima. Por un momento / somos de nuevo los hermosos amantes” (de “La primera canción de Agustín Lara”), “Y desde entonces la eternidad / me dio un gastado vocabulario muy breve: / ‘ausencia’, ‘olvido’, ‘desamor’, ‘lejanía’. / Y nunca más, nunca más, nunca, nunca” (de “Desde entonces”), “Entre el amor que puede ser asfixia y produce / plantas de sombra que se calcinan en la realidad sensitivas / y el desamor que engendra monstruos dolientes, / cuál es el justo medio, cuál es el punto / donde se erigen los que deben ser seres / de verdad humanos, no caricaturas / ni proyectos abandonados” (de “Jardín de niños”), “hubo el amor y ardió un instante y dejó / su humilde huella, aquí entre el musgo / en este libro de piedra” (del poema “La y”).
      Hasta ahí.

      No más menciones que tengan que ver, apenitas, con eso que denominamos amor. Porque un fantasma, en efecto, recorre la poética del ensayista poético José Emilio Pacheco (hasta en esto el maestro Pacheco estaba solo en el camino: sus ensayos, sus reflexiones, sus denuncias prefería hacerlos no en prosa sino en verso): el fantasma del desamor.

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Last modified: 5 febrero, 2024
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