Autoría de 3:11 pm #Opinión, Agustín Villanueva Ochoa - Sapere Aude

La palabra – Agustín Villanueva Ochoa

Esa subestimada herramienta que ha logrado acompañar a la humanidad desde hace tanto tiempo representa un valor sobresaliente en la historia y en la actualidad que no para de cambiar.

Es por medio de la palabra que se expresan pensamientos, sentimientos, ideas y conceptos, formando así la comunicación humana.

La palabra se erige como puente que conecta mentes, brindando a las personas la posibilidad de comunicarse, siendo esta una característica que nos define y que marca una gran diferencia con el resto de los seres vivos del planeta.

Las palabras solas apenas significan algo o casi pueden significar cualquier cosa: son las acciones que acompañan a la palabra las que dan sentido y referencia. Además, es decisivo cuidar no sólo lo que se dice, sino cómo se dice.

¿Acaso ignoramos el gran valor que tiene la palabra? Esa que se dice y también se calla, esa que endulza y también amarga, esa que aturde y también calma.

Decir frases como “te amo”, “cuenta conmigo”, “te lo juro”, “amigo” o “te doy mi palabra” es tan común en la actualidad que forman parte de nuestras conversaciones en todo momento. En ocasiones las pronunciamos tan a la ligera, que olvidamos por completo su significado y el valor que realmente tienen.

Prometemos, alabamos, insultamos, rezamos, apostamos, expresamos sentimientos, pedimos perdón, damos órdenes, relatamos un suceso, contamos un chiste, cantamos, traducimos de una lengua a otra, calculamos, discutimos y más.

¡Vaya que se puede hacer mucho a través de la palabra!

Las palabras que usamos dan cuenta también de cómo somos, de nuestra manera particular e individual de ver el mundo. Son testimonio de nuestra historia personal y de cómo esa historia se ha ido articulando a lo largo de generaciones con otras historias y otras realidades.

Ser más sinceros, comprensivos y respetuosos en el lenguaje que empleamos con las demás personas es lo que nos hace mejores, no simplemente la sustitución de unos términos por otros.

El valor de la palabra no es absoluto; está de cierta manera enlazado a la sinceridad y honradez. La confianza en la palabra es vital en cualquier sociedad, y cada vez que la palabra se ve envuelta por la mentira o la manipulación se debilita la confianza y se puede volver difusa la comunicación entre personas y grupos.

Darle un verdadero valor a la palabra está ligado directamente a la responsabilidad con que se utiliza y, cuando es así, se vuelve una fuerza positiva que une a las personas, fortalece comunidades y favorece el crecimiento y mejoramiento de las sociedades.

Las palabras tienen algo de mágico, entre otras razones, porque sirven para convencernos prácticamente de cualquier cosa. Ya el escritor romano Cicerón, en el siglo I a. C., decía que “no hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo aceptable”.

Tendemos a pensar, por otra parte, que hablar es algo de poca importancia. “Las palabras se las lleva el viento”, reza un conocido refrán. Pero eso no es necesariamente así. Un escritor inglés, Robert Burton (1577-1640), ya nos advirtió que “una palabra hiere más profundamente que una espada”.

Cuando alguien dice “te doy mi palabra” está expresando un compromiso personal. La frase representa una garantía de que se cumplirá lo dicho, pues al ofrecer su palabra la persona está mostrando que se puede confiar en ella. Esta expresión tiene un peso especial, ya que tiene relación directa con la integridad de quien la dice.

Cuando alguien ofrece su palabra pone en juego un aspecto importante: la credibilidad personal.

La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es fundamental para construir esa credibilidad.

El valor de dar la palabra también supone el compromiso de asumir las consecuencias de no cumplirla y, cuando es posible, subsanar cualquier daño ocasionado.

¿Qué acciones han provocado que pierda valor la palabra?

Se comparten sólo algunos ejemplos:

  • Nos ponemos de acuerdo con alguien para vernos y llegamos más tarde de lo acordado.
  • Nos encontramos con alguien, intercambiamos números de contacto, quedamos de comunicarnos y nunca lo hacemos.
  • Alguien nos llama para preguntarnos si ya casi llegamos y decimos que ya estamos a dos cuadras, cuando en realidad todavía no salimos de casa.
  • Alguien nos pide apoyo y nosotros decimos: “claro, cuenta con ello”. Pasan los días, termina la semana, pasa una semana más y nada de nada.
  • Pedimos prestado dinero por un tiempo determinado, llega la fecha, no lo regresamos y, para agregarle la cereza al pastel, nos enojamos con quien nos lo prestó.

Hay quienes dicen que la mentira corroe los lazos entre las personas, a pesar de ello, existen personas que afirman que para sobrevivir en este mundo competitivo es necesario mentir o utilizar verdades a medias; estoy totalmente en contra de tal afirmación.

Lamentablemente, ya casi no se escucha que alguien diga: “esa sí que es una persona de palabra”.

  • Si un amigo te cuenta una anécdota de sus vacaciones, ¿le crees?
  • Si tu pareja te platica de su fin de semana, ¿le crees?
  • Si un candidato te comparte las propuestas de su campaña, ¿le crees?
  • Si un servidor público te dice que hará lo posible por apoyarte con algún trámite, ¿le crees?

Como dice el dicho: la mula no era arisca, la hicieron.

Es muy probable que el amigo, la pareja, el candidato y el servidor público digan la verdad, aun así, ya no es tan fácil creer en su palabra. Por lo anterior, hay personas que deciden tomar caminos alternos que ayudan a encontrar la verdad, tales como: “si no lo veo, no lo creo”, “una imagen vale más que mil palabras” o “hechos, no palabras”.

Si jugamos con algunos vocablos podemos encontrar: “el poder de las palabras” y “las palabras del poder”. Quizá este es material para otra publicación.

Ya es tiempo que recuperemos la costumbre de nuestros antepasados: darle valor a nuestra palabra. Anteriormente, en México existía una ideología basada en el honor y la honestidad, en la que para una persona su palabra era la mayor de las garantías, añadiéndole más valor al estrechar la mano y mirar a los ojos.

La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta, es la misma que entre el rayo y la luciérnaga.

Mark Twain

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Last modified: 13 febrero, 2024
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