En su reciente visita a nuestro país, la galardonada con el Premio Nobel de Física 2018 por sus aportaciones en la física de los láseres, la doctora Donna Strickland, recordó ante la presidenta de la Cámara de Diputados que el combate contra el calentamiento global no buscaba salvar a la Tierra, pues esta seguirá girando sobre su eje y orbitando al Sol por al menos otros cuatro mil quinientos millones de años, hasta que nuestra estrella se extinga, sino que los esfuerzos de la humanidad entera deberían intensificarse para salvar a la vida como la conocemos en este planeta.
Y en efecto, en el eventual caso de que los gobiernos de todo el orbe sean incapaces de emprender coordinadamente aquellas acciones urgentes que pudieran evitar que la temperatura media cruce el límite fatal, seremos las especies vivas, animales y vegetales principalmente, las que veremos comprometida nuestra supervivencia; no obstante, ya sin la intervención negativa de los humanos, seguramente la Tierra alcanzaría una nueva estabilidad de sus condiciones físico-químicas, que permitirían el surgimiento y evolución de otras especies, ya sea actualmente existentes o totalmente nuevas.
El cambio climático inducido por la civilización humana es entonces un problema que afectará a las personas y al resto de las especies vivas, y por este motivo es que su combate debería haberse atendido con toda la seriedad desde hace varias décadas. En contraste, los órganos de negociación del régimen internacional del cambio climático, que han realizado la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP, por Conference of the Parties), durante ya casi treinta años, siguen sin encontrar alguna solución.
Desde el punto de vista de la ciencia, la ruta a seguir para detener el aumento de la temperatura está muy clara: eliminar cuanto antes la emisión de los gases de efecto invernadero, entre los que destacan el bióxido de carbono, producto del uso descontrolado de los combustibles fósiles, y el metano, un gas naturalmente generado por los metabolismos de muchos seres vivos, entre otros el ganado bovino que sustenta a la industria cárnica. No obstante, el abandono de los combustibles fósiles y de las costumbres alimentarias no están bajo control de la ciencia, además de que se encuentran sujetos a un sinnúmero de intereses, tanto de índole económica como política, como se ha podido constatar una vez más, luego de que a casi tres meses de la conclusión de la vigésimo octava edición de la COP, en la que se anunció el acuerdo “histórico” para acelerar la transición de los combustibles fósiles a las energías renovables, este parece haberse diluido.
Y es que para que dicha transición energética definitiva pueda llevarse a cabo sin afectar grandemente a la economía global es necesario impulsar muchos ámbitos de la industria energética y de otros varios sectores interdependientes. Por ejemplo, no habrá manera de lograr que las personas prescindan de sus vehículos convencionales en tanto no existan alternativas ecológicas, pero al mismo tiempo seguras, cómodas, asequibles para la economía familiar, etc.
Para construir las estrategias locales que cada uno de sus muchos y muy diversos núcleos poblacionales requieren, a fin de estar en verdaderas posibilidades de colaborar en el combate al calentamiento terrestre, los países necesitan estudiar a fondo, pero con sentido de urgencia, sus condiciones particulares; lo que inevitablemente comienza por la comprensión amplia y profunda de las distintas problemáticas y sus intrincadas conexiones. Dicho conocimiento invariablemente lleva a la necesidad de adquirir vastas cantidades de información, misma que se traduce en la realización de mediciones de numerosos parámetros físicos, químicos y biológicos; así como de la posterior identificación de las relaciones causa-efecto que existen entre ellos. Lamentablemente, en México no se avizora la creación de ningún organismo, institución o programa gubernamental orientado en tal sentido.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
1. Lo primero sería agua potable para todos.
2. Segundo, promover productos de “energía verde” como algo racional que se debe hacer ya, no como un lujo para los bien acomodados.
3. Tercero, ¡ya no es un simulacro! Es una verdadera emergencia.