Cuando escribes aforismos hay que tener sangre fría y caminar por los meandros de su escritura con un poco de cinismo. Cuando pretendas escribir aforismos debes, por salud mental, tomar más café, ello te permite, con mayor celeridad, abrir los ojos y que siempre tu corazón esté atento ante los embates de la vida misma, pero también te permite con galantería levantar un poco de tu espíritu de pepenador, así quizá puedas alcanzar sensatez y que permita al bolígrafo un enfrentamiento entre la vida y la muerte, un debate a final de cuentas, ante la hoja en blanco a la que siempre se le debe de tener el mayor de los respetos, y puedas ante la guerra, digo tu propia guerra combatir a las ideas sin sentido y fuera del lugar, porque la realidad te la va a volcar en tu cara.
En el transcurso de escribir aforismos puede venir una ráfaga de ideas que no siempre terminarán en un aforismo, porque para verlo terminado debe pasar por los corredores de los mercados, sitio de sabiduría popular, sostén invariable del aforismo, aunque también puede deambular por las esquinas o simplemente en los pasos de un ser humano. Al aforismo lo debes tomar con calma, sin acelerar las cosas, no pretendas escribir como si tomaras una copa de algún ron, debes debatir entre todas y cada una de sus tesituras como sus contradicciones para que puedas llegar al sitio más corto de su vital escritura, su fragmento. El aforismo no pretende copiar la realidad, la mira con cautela, no da tropezones porque su manera de escribirlos te delatará porque tendrá orificios que todo se filtra. Es por eso que el aforismo rotundo, no se doblega, resiste, siempre anda entre los cables a más de 30 metros de altura haciendo equilibrio, si duda se desploma.
En el aforismo no hay enredos, más bien debe desanudar, lo que la vida te creó laberintos inconsútiles e insensatos. El aforismo quizá sienta que en cada tramo que avanza la muerte lo empieza a arropar, porque andar entre tantas sombras pierde un poco de luz, por eso debe sin menoscabo del sentido de ubicuidad cargar paraguas y una brújula por aquello de la desorientación y de una lluvia de ideas sin sentido de nada que sólo enredan. El aforismo siente a plomo las lágrimas del pobre porvenir de aquellos amorosos, de aquellos desahuciados por el abandono o la traición. El aforismo no es amoroso, lo considera un poco más que chocante, simplemente va por el placer a manos llenas y si llega un pedazo de libertad se podrá encontrar una ventana para el amor. El aforismo no tiene salida, siempre anda cargando por las calles de la amargura su costal de tragedias, sólo de esa manera podrá algún día, sí algún día se pretende escribir un aforismo breve y certero.
Lo inevitable en el aforismo es que debe alcanzar en sus pocas palabras aquello que deambula y encrespa a la vida, por eso su escritura debe ser precisa y llegar a lo más entendible posible, lo más que se pueda, aunque en muchas ocasiones no puede porque la realidad se puede presentar llenas de cicatrices o complejidad que no se alcanza con palabras comunes y corrientes. Así es la vida del aforismo, por eso le gusta vivir trepado en los trapecios de la angustia y la pasión por lo que escribe.
Pero siempre, aunque no se de cuenta de quien escribe aforismos, debe dejar atrás a aquellos textos que intentan alcanzar la pudibundez de la filosofía, es más de carne que de espíritu, aunque toque sin remedio esa parte. Y bueno algo que no está en sus manos, aquel que escribe aforismos su tendencia es la soledad, siempre lo abandonarán, aunque la esperanza de encontrar la pasión nunca deja de latir.