CRÓNICA: ROBERTO PABLO/LALUPA.MX
FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX
Iba temprano para presenciar el arranque formal de campaña de Lupita Murguía y Agustín Dorantes como candidatos del PAN al Senado (donde como invitada de lujo estaba anunciada Xóchitl Gálvez), pero tarde para conseguir la acreditación de reportero.
Mientras más me acercaba al Estadio Olímpico, más aumentaba la gente con camisetas blancas, gorras rosas, banderas del Acción Nacional, del PRD y del PRI. Parecía la previa de un partido de futbol importante. Ya dentro del pasillo que divide la biblioteca del Estadio Olímpico, las personas nos convertimos en una masa homogénea yendo a un mismo paso.
De haber checado las instrucciones del jefe en el celular sobre la hora y la persona que daría las acreditaciones de prensa, me hubiera ahorrado esa vuelta olímpica, aunque también me hubiera perdido la música de La Impresionante Banda Pasión de Chichimequillas, que avanzaba a la par de toda la procesión, y a la niña que golpeaba al ritmo de la tarola la cabeza del joven que la llevaba sobre sus hombros. Los colores del grupo de danzantes prehispánicos a la entrada del estadio reafirmaban esa festividad que se percibía en el ambiente.
Los nervios por el tiempo en mi contra se acrecentaban, por ello comencé a rebasar por las orillas cada que se podía, y a preguntar a quien tuviera camiseta o pinta de staff. “Al final del pasillo”, me dijeron en más de una ocasión ya estando adentro del inmueble. Y bueno, al final del pasillo no había nada más que la salida.
El guardia me indicó que, efectivamente, para llegar a donde quería tendría que abandonar el estadio. El “aquí a la vuelta” con el cual señaló que no estaba muy lejos de mi objetivo, me resultó más ambiguo que reconfortante. Igual salí; ya iba en modo misión activado. Y vaya grata sorpresa que me llevé cuando literalmente sólo tuve que doblar la esquina para llegar al lugar donde se empezaba a escribir un nuevo capítulo de la historia de Querétaro y de México.
En la mera entrada del Hotel Maribel estaba Agustín Dorantes, candidato al Senado de la República. Quizás por la inercia que yo llevaba, o por la confianza que me daba que se acordara de mí, le saludé como a un viejo amigo. Él respondió con un tono todavía más jovial y desenfadado que el mío, luego me señaló que los compañeros de prensa estaban a sus espaldas; a unos escasos metros bombardeando de preguntas a Lupita Murguía, su compañera de fórmula a la Cámara Alta.
“Hay competencia limpia” decía, ”de mi parte, nunca escucharán una descalificación a ningún contendiente…” Luego un reportero delante de mí le preguntó a Lupita si habría algún anuncio importante, a lo cual contestó: “queremos hablar de cuál es el propósito de esta campaña y de lo que buscamos, y desde luego arrancar de aquí para que desde Querétaro crezca esta ola de apoyo a Xóchitl Gálvez”.
Como si la hubiera invocado, de pronto unas cuantas voces comenzaron a corear el nombre de la candidata a la presidencia, dando a entender que ya se encontraba en la recepción del hotel. La prensa se movió como una marea, dejando a Lupita para rodear a Xóchitl; el famoso chacaleo. En cuestión de segundos me vi grabando en video las espaldas de los trabajadores de los demás medios.
“Yo soy de un pueblo donde cuando firmas con sangre es algo que se firma pa’ toda la vida”, explicó cuando alguien a forma de pregunta abierta mencionó el pacto de sangre firmado un día antes. También dijo que: “es un día de fiesta, hoy, aquí en Querétaro, me encanta estar aquí con un gobernador como Mauricio Kuri; compañero mío senador, trabajador, audaz. Y pues lo que están haciendo en materia de movilidad me encanta”.
Después de una breve sesión de fotos, tanto para los recuerdos personales de algunos huéspedes, como para fines periodísticos (la triada candidata haciendo una x con los dedos, por ejemplo), entramos al restaurante. Ahí se armó el coro de nuevo, cantaba: “¡presidenta! ¡presidenta!” Alrededor de la mesa se sentaron Lupita, Agustín y Xóchitl. Con ellos se encontraba el exgobernador Pancho Domínguez. Más fotos.
Gálvez tomó café y comió una pequeña porción de chilaquiles verdes acompañados de verduras cocidas. Cada tanto una voz singular instaba al colectivo a hacer una porra o corear a la candidata. Las peticiones de fotos continuaron, incluso un par de meseros se hicieron una mientras a sus espaldas pasaban el resumen del Atlas contra el América.
Ya adentro del estadio, con 17 mil personas mostrando músculo, la voz del megáfono presentó al trío de aspirantes, quienes entraron corriendo de la mano a la tarima principal, y recorrieron cada lado saludando a la gente que vitoreaba ondeando sus banderas o dando vueltas a sus sombrillas. Pensé que me hubiera gustado tener una sombrilla, los rayos del sol comenzaban a acercarse a su punto más inclemente.
Agustín Dorantes fue el primero en tomar la palabra: “no dejemos entrar a ese virus. Ese virus que representan las ideas retrógradas de Morena, No permitamos que Querétaro se contagie. ¡Digamos fuera a la mediocridad! ¡Fuera la corrupción! ¡Fuera las falsas promesas! (para este momento ya estaba bastante consolidado el “¡Fuera!” que contestaba la audiencia) ¡Fuera la inseguridad! ¡Digamos fuera!”
–¡Fuera! –rugió el Estadio Olímpico.
Una vez apaciguada la euforia, el candidato al Senado agradeció la presencia de gente como el presidente del PAN, Marko Cortés; el presidente del PRD, Jesús Zambrano; y los exgobernadores Mariano Palacios Alcocer, Enrique Burgos, José Calzada, Ignacio Loyola y Pancho Domínguez, quien se llevó una ovación prolongada con una efusiva porra incluida.
Estaba yo recargado en una valla escuchando a Dorantes cuando una señora del otro lado de los tubos se me acercó a contarme algo sobre la muerte de su cuñada y que traía una carta para Xóchitl. Le contesté que podía intentar darle la carta a la candidata, pero que prometerle algo era imposible. Entonces me dijo: “déjame pasar”.
Más que una orden, fue casi un ruego, que no paró aunque le dije que yo no tenía ningún tipo de autoridad en el lugar ni en el evento. “¿Me acompañas? Ándale (¿a dónde?) A dejarle esto a Xóchitl nomás. Se la doy y ella se la guarda. Yo ya la conozco, sí me recibe”. Volteé para todos lados, mas no encontré un huequito por donde poder abrir las vallas para dejarla pasar, y sugerirle que saltara hubiera sido más bien una broma de mal gusto. Le dije que podía entrevistarla mientras se nos ocurría algo. Accedió encantada.
–¡Irma! Irma Martínez, para servirte. Soy queretana, soy adulto mayor y soy inofensiva (reímos).
–¿Qué dice esa carta?
–”Vamos a ganar”. “Querétaro está contigo”. “Eres hermosa”. Y “regresame una llamada”, le pongo aquí. Le pongo el número de teléfono.
–¿Quiere que Xóchitl Galvez la llame?
–¡Síiii! Me va a llamar ella, ¡yo lo sé!
–¿Por qué quiere que la llame?
–Porque tengo un niño, su mamá murió y es un potencial muy grande de deportista y cuando gane Xóchitl nos va a ayudar –su voz se quebró–. Nada más por eso. Tengo fe.
–¿De que ella la va a ayudar? ¿La conoce?
–A la gente buena nos conoce a todos. Le quiero dar esto, por favor.
Todavía no sé si me conmovió o si me convenció con su convicción. La cosa es que me propuse a ayudarla tanto como pudiera a cumplir su cometido. Caminamos, cada quien de su lado de la valla, hasta la entrada al cuadrante en el que estaba yo, y en el que estaba Xochitl también, sólo que ella hasta adelante.
El acceso era resguardado por un joven muy, muy grande en cuanto a proporciones físicas; vestido completamente de negro y con un chícharo en el oído. “¿No le das chance de pasar, manis?”: fue lo único que atiné a decirle, y me parece que Irma hizo algo muy similar cuando apareció la supervisora. Y entró. Sonriendo como una niña y dando brinquitos, entró.
Pidiendo permiso, tocando hombros y espaldas, se abrió camino hasta la primera tercera fila. Yo iba detrás de ella y le sonreía incrédulo cada que me volteaba a ver y me decía: “sí se puede”. Nosotros estábamos hasta la orilla mientras que Xóchitl, obviamente, estaba en el centro, así que intenté convencer a Irma de hacer llegar la carta de mano en mano. Pero ya había llegado hasta allá, no se iba a ir sin hacer la entrega ella misma.
Mientras tanto, arriba, en el escenario, Lupita Murguía, en su turno en el micrófono, subrayaba: “A Morena le decimos: no vamos a cederle ni un centímetro… Lo que está en riesgo en estas elecciones es el futuro de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Es optar por la libertad o por una dictadura de partido; entre la prosperidad y la pobreza”.
“¡Tenemos que abrazar y acompañar a Xóchitl Gálvez!”, concluía Lupita justo al tiempo que Irma llegaba al sitio donde se encontraba la candidata a la presidencia. El estadio coreaba a Xóchitl mientras Irma la abrazaba y le entregaba su carta.
“¡Está cabrón el sol, pero está más cabrón seguir seis años con Morena!”; arrancó Gálvez su discurso…
Con Irma me encontré de nuevo donde nos conocimos. Me contó con una gran emoción que le habían tomado unas fotografías con su futura presidenta, que le había dado la carta en su mano y que le aseguró que le iban a dar seguimiento a su caso. “Un dos tres por Xóchitl. Un dos tres por todos sus amigos ¡Y vamos a ganar!” Exclamó antes de partir con prisas, puesto que había dejado a su niño en casa.
Al culminar el evento, hubo una embarrada de Grupo Mantequilla, y escuché a un par de colegas diciendo que habría un último chacaleo. Yo no tenía acreditación, el calor comenzaba a intensificarse y me parecía que tenía una buena historia con lo de Irma, así que toqué la retirada.
En el camino pasé por donde dos hombres (uno de ellos megáfono en mano) cantaban animadamente con música de “La Boa” de la Sonora Santanera: “Y los de Morena, lo saben, lo saben… Xóchitl, presidenta…” Más allá, otro hombre que vendía paletas de hielo, decía: “¿sabía que nuestra presidenta vendía paletas? ¡Y eran de estas!”. Realmente se me antojó una, pero recordé que mi auto corría riesgo de infracción, pues lo había dejado sobre Pasteur, casi esquina con Constituyentes. Afortunadamente logré conservar ambas placas, y pensaba que quizás el antojo de la paleta helada estaba evolucionando a uno de michelada.
¡Excelente crónica!