Autoría de 11:56 am #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto • 15 Comments

El lenguaje inclusivo y yo – Patricia Eugenia

En la década de los ochenta, ni se me ocurría que la lengua pudiera ser instrumento de exclusión o de dominación. ¿Cómo lo hubiera podido suponer siquiera, si en lengua pensaba, leía, aprendía? Creía que la lengua era una especie cuya normativa y probidad no admitían críticas; que “ella era así en sí”, inmodificable, rígida; que era la norma de todo lo hablado y escrito, y ya.

Con la edad, contrario a lo que podría pensarse, me he vuelto menos esquemática, menos dada a creer en verdades absolutas.

Ahora entiendo que en la lengua hay algo más… y me pregunto: ¿Cómo ha llegado a normarse nuestra hermosa lengua de manera que las mujeres, pocas, pero cada vez más, nos sentimos relegadas en ella?

¿Cómo sé que este sentimiento mío no es sólo mío? Esta cuestión es relativamente fácil de responder si sólo revisamos algunas propuestas que parecen gritar: “Nos sentimos excluidas, pero sépanlo ¡aquí estamos!”.

Han aparecido soluciones diversas, algunas, rayando lo ridículo y superficial, como en el caso de un expresidente mexicano (2000-2006) que iniciaba sus peroratas con un “mexicanas y mexicanos, niñas y niños”, y que sin ningún rubor llamó a las mujeres “lavadoras de dos patas”, mismas mujeres a las que, generoso, nos tenía incluidas en su “lenguaje innovador”.

Para la Real Academia Española (RAE), este tipo de desdoblamientos son artificiosos y contrarios al principio de economía del lenguaje, lo cual es muy evidente, pero en cuanto aparece la argumentación comienzo a vislumbrar respuestas para la primera cuestión: ¿Por qué nos sentimos relegadas? Palabras más, palabras menos, la Academia pone: ¿Para qué hacer mención explícita del femenino si en los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del genérico masculino sin distinción de sexos?… Eso dice la Real Academia, como si su criterio fuera neutral, pero no: está en masculino.

Quisiera suponer, pero no puedo, que una tardecita cualquiera, hace muchos años, se lanzó al aire una moneda. De un lado decía “Femenino” y del otro “Masculino”, y ¡zaz!, cayó “Masculino”, y así fue como se alcanzó la economía del lenguaje.

Después de esta digresión, me saltan algunas preguntas: ¿Y la RAE, desde cuándo existe? ¿Quiénes la componen? ¿Cuántas mujeres militan en ella?

He aquí los datos encontrados: La RAE se funda en 1713, han formado parte de ella 486 académicos, de los que sólo once han sido mujeres, la primera, en 1978… así que nunca hubo una moneda lanzada al aire y entonces, sencillamente, prevaleció el criterio de la mayoría, que tendría muy arraigado un formatito harto conocido de masculinidad, por aquello de suceder en una España católica, donde nadie pondría en duda, ni siquiera los sabios, que las mujeres estamos aquí gracias a la costilla de Adán, y vivimos con una vergüenza pecadora por haberle dado a morder, ¡al pobre!, una manzana prohibida, en fin, especulaciones mías todas.

Volviendo a la RAE, esta ha dejado claro que el uso de la arroba (@) para decir con economía, por ejemplo, “Ciudadan@s”, no es recomendable pues no es letra sino una unidad de medida. En este caso, estoy de acuerdo con la Academia, más que por el argumento, porque no sabría cómo leer la palabra en cuestión, tampoco se leería bien si ponemos una “x”, en lugar de la arroba.

Está también la posibilidad de poner “Ciudadanes”, pero con la “e” se arruinaría el ritmo y la cadencia de miles de palabras y páginas en nuestra literatura.

Existe otra propuesta que, a diferencia de las anteriores, sí me gusta y parece muy posible. Es simple: si en una reunión el número de mujeres es mayor, podríamos dirigirnos al colectivo diciendo “Estamos hoy aquí reunidas”… pero la RAE dice, aunque en otros términos, que el uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino, y que por ello es incorrecto emplear el femenino, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen el conjunto, de manera que una sola persona de sexo masculino en un colectivo de cien nos cubrirá a las restantes noventa y nueve mujeres con su cálido genérico.

Bien que podría la Academia mirar a su alrededor y considerar lingüísticamente nuevas posibilidades sin empecinarse en criterios de autoridad.

La lengua está viva, se mueve, cambia porque todo cambia; las sociedades también, y nada menos que la mitad del mundo, a la que yo pertenezco, buscamos respuestas que nos consideren. Existen avances, cierto, pero demasiado lentos: Ya se puede decir “Ministra”, ya se medio puede decir “Albañila”, pero sólo vale el femenino para las abejas, por más que cada vez más mujeres trabajan en la construcción.

Acabo de atreverme a hablar de un tema para especialistas, aunque bien pensado, la lengua también es mía, soy usuaria y practicante, y simplemente no puedo entender una razón lingüística que me ha obligado a ser uno entre “todos” y no puede obligar a un varón a ser una entre “todas” en circunstancias iguales.

No recuerdo el nombre de la valiente integrante de la RAE –por lo que me disculpo– que dijo, siendo una entre muchos: “¿No será que cuando se habla de género lingüístico no se trata sólo de lengua?”. Una pregunta inquietante, sin duda.

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Last modified: 5 marzo, 2024
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