Autoría de 12:44 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Libélulas diurnas – Víctor Roura

Imagine usted el siguiente cuadro: un policía se me acerca para decir que mis artículos periodísticos lo incomodan bastante porque a su hijo, que estudia comunicación, le han encargado el desglose de un texto que publiqué en el año de 1998 cuyo contenido consiste en la transformación de la libélula en una indiscreta bailarina diurna, lo cual, dice el increpante, es un tema que no “colinda” con la realidad, lo que me enternece.

      —Usa usted el verbo colindar a la perfección —le digo, mirándolo con curiosidad—. De lindar, de estar próximo a una cosa; o impróximo, en este caso. Es como aseverar: yo lindo entre la vereda y el camposanto, yo colindo entre la boca y el ombligo. ¿Usted colinda entre el arbitrio y la severidad?

      No me mira el comandante directamente a los ojos.

      —No me distraiga del punto central —arguye.

      Pero no es mi intención sacarlo de quicio, Dios me libre, sino conducirlo a un diálogo cordial.

      —¿Por qué ya no los llaman jenízaros, como antaño, si ese apelativo henchía al propio idioma?

      Se encoge de hombros.

      —El caso es que su sandez ha propagado discordia en la familia —argumenta el poli, que no estudió allí (en el Poli), lo que me induce a cuestionarlo sobre su lenguaje, que me ha sorprendido, acostumbrado a las barrabasadas comunes de estos vigilantes citadinos, o que debieran serlo.

      —Si los de azul no necesariamente estudian en el Poli, ¿por qué entonces las dos primeras sílabas hacen referencia a dicha academia técnica?

      Mira hacia el cielo, hacia la calle, hacia los tobillos de una dama, hacia el semáforo, hacia un bicicletero, hacia los vocablos en el aire, hacia cualquier cosa menos a mis ojos.

      —No me quiera confundir con sus salidas intempestivas… —dice, sorprendiéndome aún más, porque a los policías (¿cómo se oiría el término unamcía, o teccía, o iberocía, o uamcía, o anahuaccía?) los identifico literariamente con oríllese a la orilla o de cuánto va a ser la comprensión o no se altere que le está faltando el respeito a la autoridá.

      —La intempestividad, por su naturaleza latina, está fuera de tiempo, de modo que “salida intempestiva” es una falsa contracción, una redundancia. Un pleonasmo. Como decir lo vi con mis propios ojos. Ni modo que yo vea las cosas con ojos ajenos. Aunque a veces uno puede ver con los ojos de la amada, es cierto.

      El de la ley me mira de reojo.

      —Y no me ha dicho por qué ya no les dicen jenízaros, que no cabría mal en nuestra lengua. “Mire usted, jenízaro, no me pasé el alto, así que no veo la razón de que me detenga, si no es por mera arbitrariedad”. O: “Mire usted, jenízaro, yo no hice nada, el que se está robando el dinero es ese que va allá con tranquilidad, sin que nadie lo detenga”. Jenízaro. Bello esdrújulo.

      —Me empieza a colmar la paciencia, periodiquillo de tercera —me avienta el poli, lo que me hace descansar un poco, porque va tomando por fin la forma usual de su espectro, mas me mueve la inquietud, y se lo hago saber:

      —Periodiquillo —le digo— es un periódico breve, diminuto, no es un calificativo para un periodista, a menos que usted lo haya usado como un artificio despreciativo. Porque lo que usted quiso decir, me parece, es periodiquero, que es muy otra cosa, y me extraña, por su lenguaje del principio, que no pueda asimilar tal diferencia…

      Veo con disimulo su encendimiento.

       —No se nos llama ya jenízaros porque a los de su clase tampoco les dicen ya gacetilleros —enfatiza.

      —Lo cual es un yerro. Yo prefiero gacetillero (y no gatillero, como usted presuntamente lo es, aunque una vez un literato se me presentó como “gatillero” de la directora de la editorial estatal, así como usted lo oye, que en todos lados pululan estos servidores de los gatillos)… digo, gacetillero prefiero ser mejor que bloguero, juglaresco que tuitero, heraldo que feisbuquero…

      Me mira con rabia, ahora sí, a los ojos.

      —Nomás no se meta ni con tuiter ni con el feisbuc, ínfimo arrabalero, que yo tengo en mis muros, gracias a esta maravillosa invención electrónica, a ochocientos sesenta y cuatro amigos en la red social, con quienes me comunico a diario, tal como lo hace el Señor Presidente.

      Pasa una libélula danzando como una pequeña bailarina en los vientos fríos de noviembre.

      —Por eso se me distrae usted, poli, ya no digamos su Señor Presidente, distraído como es por tradición partidista. Deje de chatear un momento y póngase, ¡carajo!, a hacer su trabajo, que no es éste precisamente de estarme jorobando por textos que usted no entiende, y su hijo seguramente sí, al que aprecio de antemano aun sin conocerlo, y al que usted, no me cabe ninguna duda, le plagia algunas palabras. Por su cándida irreticencia a los nuevos medios globales, y disoluto desparpajo por la anónima camaradería colectiva, complaciente y urgido desnudista de Spencer Tunick ha de ser usted…

      —Pos ya me va usté calentando la cólera, así que o me dice de qué se trata su mierdera libélula o me va a tener que acompañar al ministerio por traer entre sus pertenencias este gramito de coca que se me rebosa del bolsillo. O usté dirá cómo la libramos.

      ¡Santa Madre!

      Imagínese, lector, que me van subiendo a la patrulla rumbo a un destino incierto, de manera que este cuento es un espejismo, un desvarío, una ofuscación, un onirismo. No existe. Usted creyó haberlo leído, pero en realidad no ha leído nada.

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Last modified: 12 marzo, 2024
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