Autoría de 1:29 pm #Opinión, Armando Mora - El Ardiente Rabo

El innegable misterio de las cantinas – Armando Mora

Un telón es suficiente para dar entrada a los comensales a su destino, quizá se tenga la certeza de dar un paso hacia sus adentros, pero la salida es un trago de incertidumbre.

El roce inmediato de una copa de vino debe ponerte ante el altar de la mayor de las corduras; entrar a una cantina es como adentrarse al mundo de las frases que te abren de lleno y, sin cortapisas, un corazón en carne vida. Al entrar a la cantina se debe, de antemano, dejar todas tus armas de combate; prohibido entrar armado, salvo que lleves una catapulta de poesías o cantos que te inclinen con flechas en mano ante el amor. Pero eso no quiere decir que desfallezcas o te vayas de plano ante el paredón de los olvidados, de los dejados, a los que traicionan o engañan.

La cantina hace, como una especie de hipnosis, encontrar la equidad, no perder la sensatez.

Es innegable, pero las cantinas poseen una sustancia de misterio, que al mismo misterio le ha costado definirse al verse dentro de los aromas y voces que emiten sus comensales. Abrir una de sus puertas ya significa la entrada a un paraíso infernal, valga esta perogrullada, pero uno puede incursionar y adentrarse como un mártir y salir como un simple héroe que ha podido librar, aunque sea, su propia batalla. Eso ya representa de antemano un gran valor. Muchos cargan, otros deambulan y muchos más expanden su creación: crónicas, cuentos, poesías, novelas y textos dedicados ante estos centros de placer. No olvidar a los caricaturistas, pintores, grabadores y, por supuesto, los músicos. Las cantinas llegan a doblegar el corazón de un hombre desfalleciente de amor, pero, al contrario, subliman el de una mujer. Un hombre solo ante una copa es casi un suicidio. Una mujer sola ante una copa es la quintaesencia de su entereza, ella no se doblega. El simple hecho de entrar te pone en la antesala de la cordialidad y la carcajada, la carcajada de la salvación, pero eso no quiere decir que entres a las cantinas con un salvavidas; vendrá después, entre cada copa servida, que cada uno busque la entraña perdida, el anzuelo de la salvación o, simplemente, acomodar un poco las ideas ya desestabilizadas por el ajetreo de la vida.

Los enigmas de la escritura, cuando se trasladan a la cantina, traen historias inusitadas. Así fue a mi regreso de la jornada en la Feria del Libro de Ocasión, cerca de las 22 horas trasladándome en el Metro: a un hombre de unos 75 años se le asomaba, como queriendo encontrar un escape al ahogamiento de su propia burocracia familiar, un libro. El hombre iba sentado a lo largo y ancho, transpira su cuerpo sobre uno de los asientos. Roncó plácidamente. Iba, por supuesto, volcado de palabras que lo hicieron desfallecer ante la bebida. El libro, ante los embates del Metro, poco a poco empezó a ceder a su guarda, hasta que en definitiva, como barco, se fue a la deriva, hasta llegar a unos 10 centímetros de donde me encontraba. Mi instinto me condujo a hacerme presa de él, claro, del libro. De inmediato lo tomé sin que nadie se percatara.

Además había coincidido con la llegada a mi destino. Pero cuál sería mi sorpresa al encontrar entre mis manos Elogio de las cantinas, del maestro Jorge Arturo Borja. Quedé estático ante el libro que tenía entre manos. No dudé, pasé a la tienda a comprar una botella de tequila para degustar al ritmo y sensación de su escritura. El maestro Borja hace un recorrido con documentos y de una lectura filosa ante aquellos escritores que han sucumbido su palabra y prefirieron escribir desde el corazón. Ya el propio Borja tiende a respirar, bajo su escritura, una clara exposición histórica de anécdotas que viven o vivieron en cada sitio donde deambuló, y recorren hoy una cantidad enorme de grandes personalidades. Pero con justicia hace el reconocimiento, con textos soberbios, sobre los meseros y cantineros, que son esencia. Por supuesto, el maestro Borja es un asiduo visitante de cantinas y más allá de lo nocturno. Escritor encomiable, uno agradece su libro. Entre cada sorbo me dejo llevar por la palabra de salud que une y mantiene el equilibrio entre las hojas del libro y el degustar, a más no poder, de su lectura. Y así, entre cada texto, invita a realizar el recorrido sobre cada uno de aquellos sitios; el solo placer de compartir algún trazo de su carne furibunda te hace ir a la cantina con otra vestimenta del humor.

Apología, homenajes, años de investigación, fueron tendiendo la historia de cada cantina, pero se adentra, sin escrúpulos, a narrar sobre antros, bares y lupanares que han vestido y desvestido la angustia de esta vida. Nadie sabe el porqué llega uno a esos sitio, pero llega; quizá no encuentra nada, pero al menos poseerá un amanecer distinto para soportar cada uno su tormento; el elixir del placer, ese incendio que te quema desde adentro, puede mitigarse a la entrada de esos sitios, lo que se te niega en la realidad.

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Last modified: 17 marzo, 2024
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