Autoría de 3:55 pm #Opinión, Compañeros canes

Los caminos del Carnaval – Luis Aguilar

I

Martes, pasan de las 22:00 horas y salgo de la estación de Metro Uruguaiana/Centro. El centro de esta ciudad se extiende a lo largo de cuatro estaciones, o sea, varios kilómetros; llevo cinco días ininterrumpidos de Carnaval, que de manera oficial concluye esta noche, aunque es un secreto a voces que por delante aún quedan varios días de música en las calles; sin embargo, la sensación de asistir a un acto de clausura es alentadora.

Ya he estado en este lugar, sólo que de día, con la luz del sol y las calles pobladas como falsa seguridad. Este sitio es famoso por su mercado de productos chinos, muchos gustan de llamarlo piratería y lo denigran. Para mí es parte de los sitios indispensables por conocer en cualquier ciudad, al igual que las librerías, museos y cantinas; la obscuridad trastorna su atmósfera, me gusta pensar que revela su verdadera naturaleza, de ser así, aquí son los indigentes (moradores de rúa o habitantes de la calle) quienes gobiernan y parece que sólo respetan la caja de cartón extendido que tienen por cama. Es la primera tribu de la que te recomiendan estar atento, su reputación violenta los antecede.

Meses atrás tuve oportunidad de presenciar un altercado de indigentes que inició como una petición de uno a otro por su espacio para dormir y terminó con seis camionetas de policías bloqueando el tránsito para contener la trifulca de siete u ocho moradores de rúa armados con palos de madera.

Aquella noche hubo ensangrentados.

El silencio de la avenida es abrumador, sólo en ocasiones es interrumpido por autos que corren a toda velocidad, también me cuido de ellos, mis pasos van sobre la carpeta asfáltica, la banqueta es la habitación de los indigentes. La mala fama de la Avenida Presidente Vargas es bien conocida en Río.

Thay camina junto a mí, carioca maneira (poca madre en español), es quien más palabras brasileñas me ha enseñado, además compartimos música y me agrada su tenacidad cuando practica yoga, así nos conocimos; hasta el momento ha cumplido su promesa de mostrarme los mejores blocos del carnaval.

Los blocos son congregaciones reunidas en torno a una banda compuesta por tambores, trompetas, en ocasiones cuicas, mi sonido favorito; suelen ser más de diez personas que desconozco la manera en que miden su calidad, sólo sé que unos atraen más gente que otros. He estado en blocos con tanta que gente que diferentes bandas se distribuyen a lo largo del océano humano.

Percibo demasiado vacío en la calle para dirigirnos hacia un bloco de clausura. Este se llama Technobloco. Thay me cuenta que iremos corriendo mientras tocan, a diferencia de otros blocos donde la normalidad dicta que caminen y tomen descanso cada cierto tiempo. Me inquieta el desconocimiento de mi acompañante, un día antes confesó que su sentido de ubicación es pésimo y se ha recrudecido desde que sale lo menos posible de casa, le resulta demasiado insegura la ciudad.

Soy pésimo para las dimensiones, creo que Thay roza el 1.64 de estatura, quizá pese 60 kilos y es delgada, se ejercita con frecuencia, tiene cabellera china; le gusta el teatro y vivió algunos meses en Nueva York, además de estudiar ayurveda. También las multitudes me parecen gigantescas, mares de personas durante el Carnaval se agitan al ritmo de samba. Con todo y eso, hemos soportado con creces las caminatas, rayos de sol y baile entre apretujones de los dos días que hemos compartido.

Unos metros adelante, sólo unos minutos de caminata después, llegamos a la Praça Onze (Plaza Once), sitio frecuentado por turistas que toman fotos de su iglesia de fachada blanca, último vestigio del pasado, este lugar solía ser el puerto de desembarque de migrantes negros de Bahía y judíos exiliados. La falta de oportunidades, sumadas a condiciones paupérrimas, llevó a ambos grupos al intercambio cultural, mezclaron talentos y agregaron sonidos a la samba. Un hecho revolucionario para la historia del ritmo, hoy día es una parada obligada durante los días de Carnaval.

La plancha de la Praça soporta cientos de personas, todas con ganas de música, sus disfraces o poca ropa así me lo indican, varios con cerveza o trago en mano, quizás un porcentaje bajo el influjo de MDMA (sustancia favorita de los cariocas fiesteros). Me integro a la multitud, y mientras Thay revisa su celular forjo un gallo, la energía necesaria para soportar el cansancio y el maratón que tenemos por delante, intrigado por saber cómo harían para correr y tocar.

—No estoy segura de que sea aquí.

Guardo silencio, y es que, a pesar de la cantidad de personas, es un número bajo, poco animado. Corríamos el riesgo de estar en un lugar erróneo y que además el bloco ya hubiera terminado.

Antes de compartirle el gallo se encaminó hacia un grupo, la familiaridad de su plática me hizo pensar que se conocían. Cuando me integré a ellos el vato manoteaba dirigiéndose hacia la avenida y gritando algo que entendí como: van y vienen corriendo, son esos de ahí. Seguí su plática con la mirada para distinguir una gigantesca turba que crecía al ritmo que encaminaba sus pasos en dirección contraria a la Praça Onze.

II

La Avenida Presidente Vargas se inauguró en 1944, la historia cuenta que entonces finalizó su construcción iniciada en 1857. Fue símbolo del progreso de la cidade maravilhosa, que por aquellos años vivía el boom de ser el paraíso recién descubierto por las estrellas de Hollywood. La samba se abría paso a un mundo nuevo, sitios alejados de la desigualdad y el racismo, una nueva especie era revelada al universo musical.

Actualmente, la avenida está repleta de edificios gubernamentales, instituciones bancarias y tiendas o cantinas, además de ser una de las principales conexiones de diferentes arterias de la ciudad. El centro y sus múltiples ramas cambian de dimensión vistas desde un mapa, sin embargo, aquella noche la crucé siendo parte de la marabunta que se expandía por ambos sentidos de la avenida, un solo ente que devoraba el tránsito vehicular a su paso. Los contados automóviles que atravesaban apagaban el motor y subían sus cristales.

Ese placer para la vista de observar mujeres hermosas en las caminatas de los blocos es imposible de gozar aquí. Iniciamos corriendo, se deben cuidar los pasos para impedir lesiones o caídas, las irregularidades del asfalto ya cobraron un par de besos al piso de dos mujeres. Alcancé a distinguir algunas personas rodearlas, protegiéndolas de algo peor.

El sonido de la música crece al tiempo que la velocidad de la corrida aumenta, sigo sin encontrarle sabor a la banda, al menos me es imposible distinguir el sonido de los instrumentos; en el bloco de esta mañana, Bloco das Piranhas Perdidas (Bloco de las prostitutas extraviadas) recorrimos varios kilómetros bajo la inclemencia del sol, cruzamos un cerro para bailar frente a la iglesia en la punta. Bailé sacudiendo cadera y hombros, me dejó agotado, pero sigo aquí, con cansancio acumulado y la energía suficiente de acompañar a la banda al intentar esclarecerme su sonido.

Disminuyó la velocidad, nunca quise llevar la medida de las distancias, ya dije que soy pésimo para dimensionar, sólo sé que escurría en sudor y el aire se sentía denso, comprimido, ganándose un lugar en medio de toda esa gente.

Thay, algunos metros delante de mí, terminó el gallo minutos después de iniciar la maratona, como gustan llamar los cariocas a esta corrida. Aproveché la ligera pausa para intentar ubicarme, me era desconocido y pronto giramos, cambiamos dirección internándonos en otra avenida. Todo nuevo para mí.

La belleza de Río es su contacto inmediato con la naturaleza: playa, montañas con vegetación tropical y cascadas; en el centro largas avenidas planas que se extienden como venas entre cerros que la mancha urbana ha ocupado (las diferencias económicas son visibles: aquellas con construcciones irregulares y grises se llaman favelas). Para mí es una ciudad alta, la mayoría de sus edificios superan 15 pisos, en la Ciudad de México, gracias a sus constantes temblores, es menos común ver edificaciones elevadas, sin embargo, las pinturas que capturo de la avenida sobre la que andamos son similares a filmes de acción de los ochenta. Me gusta el abandono del centro de las ciudades antiguas. Río tiene 459 años de existencia.

Personas asomando la cabeza desde ventanas o azoteas nos observan, algunas arrojan cubetadas de agua intentando enfriar el fuego de la samba. Cada vez me es más clara la música, consigo distinguir el juguetón sonido de la cuica y olvidé investigar la forma en que la banda hace para correr y tocar; escurro sudor, bastó iniciar el recorrido para quitarme la playera, estrategia que además de refrescar me ha traído dividendos positivos con el sexo femenino.

La mayor parte del tiempo interactúo con mujeres, lo disfruto, me permite conocerlas y alcanzar a dilucidar que, sin importar su belleza, algo dentro de ellas las mantiene inseguras; disfruto más conociendo sus fortalezas, las batallas en las que se enfrascan para superar sus debilidades, mi parte favorita es cuando descubro lo salvaje de sus reacciones.

La mayoría de ellas se queja de lo mismo: inseguridad y violencia contra su género. Coincido en ambas. Esta sensación crea algunas ideas racistas o clasistas, que al caso generan lo mismo: segregación. Esas distancias del diario se evaporaron en el Technobloco, al parecer el objetivo de disfrutar es general.

III

La función de un Carnaval es otorgarle libertad al pueblo durante algunos días a cambio de la represión que viven el resto del año.

He vivido estos días bajo una estricta agenda, iniciar a las 9:00 a. m., descansar por la tarde y retomar actividades a las 21:00 horas. Mientras la energía mañanera provoca sensualidad en las caderas femeninas, la danza para atraer a las parejas que decida, por la noche aparecen los jaloneos masculinos que arrastran el deseo a terrenos cada vez más controlados por el instinto. Las variadas formas del placer desatando las riendas de la lujuria.

Olvidé las calles varios minutos atrás, estoy entregado a la música, me detengo por una mujer que se cruza frente a mí, me trompica y sigue su camino cerca de mí; unos pasos más adelante su mano se posa en mi entrepierna, se sujeta de mí mientras corremos. Nos observamos y sonreímos. Metros después se pierde entre la multitud.

En el bloco que estuve el domingo parecía que las playas de Ipanema, cercanas a la congregación, elevaron la temperatura del ambiente; estaba atento, con la percepción activa para encontrar una belleza y hacerme el chistoso para ligármela. A recientes fechas he subido mis propios estándares con el fin de ponerme a prueba. La observé a la distancia, de espaldas, cabellera rizada bordeando las fronteras de su espalda, lo mejor: lo jugoso de sus caderas. Dirigí mis pasos hacia ella, el ritmo me conducía con gracia entre la gente, la vida parecía consentirme y me mandaba un regalo. Iba pensando en ofrecer la mejor de mis sonrisas cuando una espalda ancha se adelantó en mi camino.

Un individuo de mi estatura, con el físico de alguien que parece dedicarse horas a levantar pesas, seguro más pesado que yo por unos veinte kilos y totalmente indiferente a mi objetivo, derrumbó su palma sobre el delicado cuerpo al que me dirigía. Al observar la fuerza desmedida con que sujetó su hombro me detuve en seco, distinguí lo dilatado de las pupilas femeninas cuando volvió el rostro, me parecía terror. Sentí que la mujer fue obligada por el poder de ese hombre que le metió la lengua a la boca y saboreó su cuerpo.

El camino del ligue, se gana y se pierde, el placer radica en caminarlo, así que intento acostumbrarme a la sensación de la derrota, también conozco las mieles de las victorias, pero lo que me desconcertó no fue haber sido obligado a pasar de largo, sino que la mujer lucía menor a los 18 años.

Sospecho que ciertas libertades son sencillas de deformarse, sobre todo las relacionadas al placer que durante el Carnaval se catalizan con diferentes sustancias. Son comunes los besos entre dos a cuatro personas, orinarse en playas o paredes de edificios es normal (observé a un travesti subir el vestido para desamarrarse la liga que sostenía su verga y orinar un árbol), o los hombres homosexuales que, mientras sostienen su cerveza con una mano y se abrazan con la otra, gustan de llevarse el dedo medio por debajo del pantalón de sus parejas y picarse el ano.

El camino nos conduce por una pendiente, es cuando estoy en la cresta que alcanzo a distinguir la plataforma sobre la que llevan un sintetizador al centro de la banda que sigue sin sonar; la horda tiene un tamaño majestuoso, se respira fuerza entre toda esta gente, sólo somos humanos engreídos persiguiendo el rastro de la música. Se aprieta el paso, me extravío entre la mezcla de música, jadeos, risas, soy uno más en este océano humano. Transpiramos alegría, es lo más cercano que estaré de una manada, brota en mí un impulso animal de desnudarnos, copular unos con otros; que enciendan fogatas y los tambores sigan batiendo. Ya he estado en algo similar. Los momentos en que me ligo al pasado de mi alma me siguen siendo incontrolables.

Llegamos a Lapa, el punto fiestero de Río de Janeiro. El enjambre humano se disemina de a poco a las calles, en menos de unos minutos olvidamos la música del Technobloco y nos entregamos a las sacudidas de cadera provocados por el funk que suena en las bocinas callejeras. Los bares y vendedores de cerveza ambulantes atienden los sedientos pedidos de individuos desesperados que luchan por refrescarse, soy uno de ellos.

Perdí de vista a Thay, mientras disfruto la cerveza forjo un gallo, el cansancio comienza a aparecer, pero también la búsqueda de alguien con quien atender los llamados del cuerpo. Mañana todo volverá a la normalidad.

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Last modified: 22 marzo, 2024
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