Autoría de 6:13 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Un día no apareció más en las polvorientas calles – Víctor Roura

Cuenta la historia que, hacia principios del siglo XIX, en un pueblo ya hoy borrado del mapa nació un niño que, desde que tuvo uso de la palabra, se creía mago. Su padre era el más rico del lugar, razón por la cual los habitantes lo creían de sangre azul. Incluso al padre le decían, con afecto, el Monarca.

      Pero el Monarca falleció cuando su hijo apenas contaba con tres años, ocupando automáticamente el sitio de su progenitor. El Rey Mago, le decían, por esa su inlocalizada costumbre de considerarse adivino de todas las cosas. Y a veces realizaba prodigios que enmudecían a la población, como la ocasión aquella en que, ante el estupor colectivo, tomó a una serpiente que espantaba a unos niños en la vereda y la arrojó varios metros adelante. Y todavía no cursaba los primeros años escolares.

      Así fue. Y nadie pudo decir que era una mentira, porque los infantes lo contaban al dedillo; pero él nunca le dio importancia al hecho, ni tampoco la vez, ya joven, en que halló en su camino a la muchacha más bonita de la región bañándose en el río y, con los ojos encendidos, hizo que el agua, de súbito, desapareciera. La chica lloró la vergüenza, pero en general todos exaltaron el milagro.

      Sin embargo, el Rey Mago jamás actuó ante una audiencia, ni nada parecido: sus portentos los efectuaba para su propio gozo, como la noche en que salía de una fiesta y detuvo a un sinfín de abejas a punto de utilizar sus aguijones contra la anciana más honrada de la localidad, que a la luz de la Luna salía siempre a caminar para no adormilar a sus pies. O como la ocasión en que durmió en el árbol con el búho para alimentarse de su sabiduría.

      En su casa no iban bien las cosas. Muerto el padre, el dinero se diluyó en las manos de sus avorazados tíos, que administraron para sí las propiedades, desheredándolo sorpresivamente. Y la madre buscó refugio en su madre, la abuela que durante el día no dejaba jamás de rezar a los santos cielos pidiéndoles imposibilidades. Y nadie sabe cómo, pero los alimentos no faltaban en la casa, y lo que dicen, sin duda, es una maravilla, de poder comprobarse: el Rey Mago en su camino recolectaba incansablemente comida donde no la había. Dicen, por ejemplo, que convencía a los pollos para que se rostizaran sin sufrimiento, y los llevaba, diligente, a la mesa ante el arrobo de la pequeña familia. Alguien cuenta que una vez lo vieron entablar una amable conversación con un venado y en la cena, coincidentemente, deglutían, apoteósicos, venado en manjar blanco.

      Pero la historia se engrandece cuando encontramos al Rey Mago ya viejo, sin su madre, sin su abuela, solo en una humilde choza, sin mujer, ni hijos. Y no es que las damas le rehuyeran, sino que él, sencillamente, prefirió el celibato, sobre todo, dicen, para no revelar a nadie los secretos de su osada magia.

      Ya viejo, desconcertaba aún más. El pueblo empezaba a decaer. Las familias emigraban a otros sitios donde los trabajos no escasearan, de modo que los habitantes se fueron reduciendo aparatosamente, y los niños de pronto vivieron en un páramo insalvable, lo que entristeció, apabulló y casi enloqueció al Rey Mago.

      Después de una honda reflexión, decidió actuar de manera determinante. A partir de ese momento los niños tuvieron juguetes cada fin de año. Y eran hermosos. A Fidedigna le tocó alguna vez, por ejemplo, una breve cascada permanente. Y ella lo contó el resto de su vida, siendo esa maravilla la única cosa benigna en su anecdotario personal. Tal como ocurrió con Estrépito, quien decía haber recibido un rinoceronte del tamaño de un gato. Marasmo no se quedó atrás en estos sorprendentes regalos: de su diminuta nube se desprendían rayos multicolores que tronaban con fiereza, causando inesperados sustos a sus padres, que lo reprendían con severidad. Cuando Indulgencia despertó, a su lado estaba un juego de nueve cepillos para que no dejara de peinar a sus nueve muñecas que lloraban cuando dejaba de hacerlo, convirtiendo aquello en una ruidosa casa de llantos, maquinaria de lágrimas que cesaba exactamente a la hora en que el Sol dejaba de contemplarse en el poniente.

      ¿De dónde sacaba estos fabulosos juguetes el Rey Mago?

      Nadie puede explicarlo a cabalidad. Hay quien dice que él los construía a lo largo del año, pero otros —nunca faltan los resentidos y envidiosos— que los robaba de las grandes ciudades, de ahí sus intempestivas ausencias, aunque es difícil de creer ya que, todavía hoy en día, no vemos por ninguna parte una breve catarata permanente en alguna juguetería.

      No es fácil extraer conclusiones, si bien a mí, cómo no, me hubiera gustado tener de mascota a un rinoceronte del tamaño de un gato.

      Lo cierto es que el Rey Mago empezó a tener problemas continuos con las autoridades de los pueblos vecinos. La policía iba a buscarlo, en vano, a su choza. Era difícil dar con su paradero. Dicen que una vez lo vieron pescando en el río en el mismo momento en que otras personas lo miraban, admiradas, escalando una montaña. Asimismo, dicen que lo vieron alguna vez platicando con un puma a la misma hora en que otros lo detectaron partiendo leña para su humilde hogar.

      También es cierto que un día no apareció más en las polvorientas calles que lo vieron nacer cuando su padre dominaba la región. Y los maravillosos juguetes no volvieron a aparecer nunca más en las puertas de las desprotegidas familias.

      Algunos lo lloraron, otros lo ignoraron, renuentes a dar crédito de sus hazañas.

      Y poco después el pueblo se esfumó.  Hoy no queda huella del poblado en ningún mapa.

      Alguien sin embargo me dijo, confiado en lo que le contaba su abuelo —que conoció a este misterioso personaje, y vio con sus propios ojos las maravillas que creaba ante el desconcierto de los mirones—, que finalmente acabó su vida en prisión por haberse robado numerosos juguetes (que él perfeccionaba o le otorgaba otro sello posteriormente) de los aparadores cuando estas tiendas permanecían cerradas durante la noche. Nadie sabe cómo podía entrar, pero allí estaba curioseando, seleccionando, apartando los regalos para sus indefensos niños.

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Last modified: 2 abril, 2024
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