Debate como tal, no hubo. Fue una especie de interrogatorio a las tres personas que pretenden ocupar la presidencia del país, sobre cinco temas muy generales, pero como el tiempo para contestar fue sumamente corto, nunca pudieron “aterrizar” sus respuestas.
Por ejemplo, ninguna de las tres personas explicó con claridad de dónde sacarían el presupuesto para financiar los programas educativos o los de salud. Ninguna detalló cómo combatir la corrupción ni los mecanismos, instancias, leyes o procedimientos que se deben crear o modificar para que sea una lucha fructífera.
Limitantes
Y si de por sí el tiempo fue sumamente restringido, agreguemos que el formato fue acartonado y rígido, además de que buena parte del tiempo lo dedicaron a cruzar acusaciones aderezadas con adjetivos de miedosas, corruptas, “frías”..
Pero incluso hasta en estos temas la presentación de pruebas no fue contundente como para sustentar sus dichos; tampoco profundizaron en ellas. Las acusaciones se quedaron en dichos y menciones fugaces.
Un buen debate debió haber caminado por la confrontación de propuestas; por el cuestionamiento de cómo concretar sus sugerencias e incluso, “destruyendo” argumentos de los otros con números y datos concretos.
Para eso hay moderador y moderadora. Pero los periodistas que fungieron como tales, fueron, más bien, tomadores de tiempo solamente. No instigaron el debate abierto y franco.
Hoy queda claro que fue mucho mejor el debate que protagonizaron López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade hace casi seis años.
Parte importante de la discusión se centró en los resultados y errores del actual sexenio gubernamental que preside Andrés Manuel López Obrador. Es decir, debatieron sobre el pasado y no en torno al futuro y cómo construirlo. Parecía que era otro acto de campaña más.
Del elemento técnico, lo menos que podemos decir es que fue un desastre. Primero, porque no se fomentó el debate. Segundo, porque se limitó la confrontación y, tercero, porque se redujo el tiempo para argumentar y contra argumentar.
Agrego que nos quedó claro que la dirección de cámaras demostró no estar preparada para trasmitirlo. Un solo ejemplo: el ABC de estas producciones establece que cuando habla uno de ellos, la cámara debe enfocarse a esa personas, pero aquí, en el debate, se “jugaba” con las tomas e incluso se llegaba a presentar a los tres “debatientes” cuando uno de ellos estaba al habla.
Y por si fuera poco, el reloj que marcaba el tiempo restante para cada participante, no funcionó (de lo que se quejaron los tres).
¿Quién ganó?
Muy difícilmente se podría mencionar que hubo un ganador o una ganadora. Me refiero al hecho de pensar que la intervención de alguna de las aspirantes o del aspirante haya logrado, con sus argumentos y su sapiencia, cooptar o incrementar la intención de voto a su favor.
En todo caso apunto que la candidata Claudia Sheinbaum conservó la calma, trató de demostrar serenidad y concentración e hizo el esfuerzo por presentar propuestas.
Xóchitl Gálvez fue más aguerrida; trató una y otra vez, de “noquear” a su contrincante pero cuando logró conectar con fuerza “no la siguió”. Estuvo nerviosa y desconcentrada por momentos.
Álvarez Máynez jugó un papel menor pero lo hizo bien. Dejó en claro que van por el voto joven clasemediero y de clase media alta..
Lo lamentable no es que dejemos vacante el nombramiento de algún o alguna ganadora. Lo que hay que lamentar es que muy seguramente este primer debate poco o nada repercutirá en el ánimo o en la determinación de la preferencia electoral de la ciudadanía. No moverá preferencias.
Es más certero afirmar que quien perdió fue la audiencia.
Por eso es que la aspiración que resulta de este primer encuentro es que el segundo mejore sustancialmente y cumpla con las expectativas que han despertado entre la ciudadanía.
Juan José Arreola de Dios
Periodista / Comunicación Política
Twitter: @juanjosearreola