Autoría de 5:48 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

¿Dónde vas con esa pausa, cariño? – Víctor Roura

La situación me empezó a incomodar cuando mi padre me detuvo para preguntar:

      —¿Dónde vas con esa pausa, cariño?

      Me enojó tanto que me descubriera que, no sé si queriendo o como para vaciar mi coraje, le di un pellizco a la pausa por no haberse sabido ocultar bien.

      (“¡Auch!”, chilló casi en silencio.)

      —Me la encargaron por una noche…

      Mi padre refunfuñó:

      —Por algo será: ha de ser una de esas fastidiosas pausas largas. No me gusta —dijo, moviendo la cabeza negativamente.

      En ese momento la pausa tosió.

      —¡Uta, hasta resfriado tiene! ¡No sólo es una pausa prolongada, sino también enferma!

      Eso no me lo había dicho mi amiga. Sólo me pidió el favor de que la alojara mientras arreglaba sus problemas con el novio. Y era obvio que no podía solucionarlos si la pausa intervenía, ya que él se la había pedido para poder distanciarse de mi amiga (“dame una pausa para que ponga mis cosas en su respectivo lugar”, le dijo, y ella se la concedió, y es precisamente la que traigo mal escondida en mis brazos). Sólo me dijo: “Llévatela contigo que ya me empieza a enfadar”, y ya sin ella le habló a su novio —todavía me suenan sus gritos en mi cabeza— para decirle que estaba harta de la pausa, que confrontaran de una buena vez todos sus conflictos, y me la aventó sin ninguna consideración. Pobre pausa. Estuvo a punto de caer en el suelo. Yo le dije: “Vamos, pues, a mi casa, tranquila, que por esta noche yo te consuelo”. Pero empezó a llorar, y a moquear, y a dar breves alaridos de conmiseración. No sé cómo no me di cuenta de que, en efecto, ya estaba la pausa enronqueciéndose.

      —No lo creo —contesté a mi padre.

      Me hizo una seña de que me aproximara a él. Le di la pausa, pero ella se encogió temerosa. Se resistía a abandonarme.

      —No seas miedosa —dijo mi padre, con firmeza.

      La pausa volvió a toser.

      —¿Y dices que no está enferma? —preguntó mi padre, ya con la pausa en su regazo—. No la quiero aquí. Nos va a contagiar a todos, básicamente si es una pausa amorosa.

      Yo me mordí el labio inferior.

      —¡Devuélvela! —ordenó mi padre, determinante—, ¿no sabes que las pausas son personales? Es como si te prestaran un cepillo de dientes. ¿Para qué? O como si te dijeran: “Toma, te presto mis zapatos”, pero la talla es dos números más chicos que la tuya. ¿Te pondrías esos zapatos que no te cabrían en los pies? Lo mismo sucede con las pausas. Son per    so   na    les. Son de cada uno, no son intercambiables. ¿O acaso ésta es una pausa tuya, hija mía?

      Negué con la cabeza, apenada.

      —Entonces nada tenemos que hacer con ella —dijo, mirándola con inusual rabieta, y de súbito le dio una nalgada, lo que hizo que la pausa volara de inmediato a mis brazos, chillando con espasmos grandilocuentes.

      Lo bueno es que todavía era temprano, así que le llamé a mi amiga por el celular para decirle que su pausa no podía quedarse conmigo esa noche. Que viniera por ella o mi papá iba a encolerizarse todavía más. Mi amiga me colgó, airada; pero en menos de diez minutos estaba tocando en la puerta de mi casa junto con su novio, quien al ver a la pausa la abrazó con indecible alegría.

      —¡Te extrañaba! —le dijo, y ambos, novio y pausa, se estrecharon con efusividad.

      Mi amiga no cabía en sí por la cólera.

      —Dice este pocohombre que cómo pude deshacerme con facilidad de la pausa —bramó—. Que aún no la da por terminada, que cómo me atreví a dártela para que te ocuparas de ella. Que no tengo nombre. ¡Hazme el favor!

      Su novio y la pausa no dejaban de hacerse mimos, complacidos de verse otra vez.

      —Está agripada —dije al enfervorizado galán de pacotilla.

      Alzó los hombros para indicarme que eso era lo de menos.

      —Contigo a mi lado —dijo a la pausa— puedo continuar en mis hondas cavilaciones, así que —miró a mi amiga con profunda seriedad— es mejor que dejemos de vernos una temporada para definir nuestros sentimientos. La pausa sigue en pie —y le guiñó un ojo a ésta—. Tú me la diste, no tienes el derecho a quitármela —dijo el novio a mi amiga—. Es mi pausa. Empieza por el respeto a las pertenencias —y le dio un codazo amigable a la pausa, a la que escuché soltar un diminuto “¡ouch!”

      El novio se fue, jacarandoso, haciéndose de bromas con la pausa, a la que oí carcajear antes de que ambos dieran vuelta en la esquina.

      Mi amiga dio una patada en el aire, que casi me alcanza.

      —Apacíguate —le dije—, no ganas nada haciendo vanos corajes…

      Estaba muy alterada.

      —Lo que detesto de todo esto es que se haya llevado a mi pausa consigo —dijo, sentándose en el suelo, en el quicio de la puerta—. No es justo. Tú sabes cuán difícil es conseguir ahora una pausa. Escasean. No es justo.

      —Pero si tú se la diste —agregué.

      —Porque no creí que fuera tan cínico, ni que se la apropiara con tanta premura. Y la va a entrenar seguramente para que la pausa se alargue indefinidamente. ¡Qué coraje! De haberlo sabido se la hubiese negado desde un principio.

      Y comenzó a llorar de manera irrefrenable.

      Así que, para calmarla, le dije algo que no le hubiera dicho jamás:

      —Mi padre acaba de traer de las Villas de Ayerim un primoroso mohín. ¿Quieres verlo?

      Se secó las lágrimas. Me miró con detenimiento.

      —¿De veras? —preguntó—, hace tanto tiempo que no veo ninguno gracioso…

      Quedó encantada. Y se ha ido con él con la promesa de que me lo devolvería el sábado al final de la piyamada (“te lo prometo”, dijo, con el bonito mohín meciéndolo en sus brazos).

      Mi padre dice que esas cosas no se prestan.

      —¿Cómo te atreves? —me regaña—, ¿no puedes mirar el trabajo que me ha costado conseguirlo?, ¿y así se lo lleva tu amiga, sin firmar un pagaré o dejar algo en prenda por ello?

      Y me sentencia con dureza, lo cual me despoja en un segundo de mi ilusión:

      —Vas a ver si no, por este comportamiento tuyo tan volublemente azaroso y descompuesto, los Reyes Magos esta vez no te van a traer la linda rozagancia que habías pedido directamente de los Jardines de Verona —pues, aunque ya soy quinceañera, mi pá dice que si mantengo la fe jamás dejarán de traerme regalos.

      Por eso a veces pienso que mi padre exagera en todas las cosas, pero a veces también pienso que puede tener la razón.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGA DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito

(Visited 92 times, 1 visits today)
Last modified: 16 abril, 2024
Cerrar