Busco en el traspatio de mi memoria algún signo, un viejo síntoma, una amenaza agazapada, en fin, un retazo de evidencia que me anunciara o siquiera me hubiera permitido suponer que, pasados los años, el hijo hermoso de no hace tanto se convertiría en un hombre incapaz de confiar en la luz del sol a mediodía… y nada encuentro… Suspiro.
Escucho de pronto un sonido de vidrio roto, giro y alcanzo a ver la silueta de tres niños dándose a la fuga. Hay una pelota de beisbol en el piso de mi estancia, la recojo y me asomo por el agujero hacia la calle: ¡Nadie!, pero en cambio, detrás de mis ojos, comienzan a desfilar escenas como de película real, bien estructurada, de cuarenta años atrás: Hay una madre joven abriendo la puerta de entrada y su hijo empuja e informa a trompicones que lo persigue un hombre porque…
–¿Es usted la mamá de ese niño? –dice el hombre alto, muy alterado, que llega detrás de él– y señala dentro de la casa, donde el pequeño acaba de desaparecer.
–Sí, –corta ella, irguiéndose ante el hombrezote para impedirle el paso. –¡Su hijo acaba de romper mi ventana con esta pelota! Y quiero que…
–¡Señor! No…
–Estoy diciéndole…
–¡Por favor señor!: ¿llama usted al vidriero…
–Lo llama usted, señora…
–De acuerdo. Mañana. Después de las cuatro. Adiós.
La madre –que ahora noto que soy yo misma– cierra la puerta y recarga en ella la espalda.
–Soy buena actriz –considero evaluando las escenas que se desarrollan detrás de mis ojos–, y ¡Uf! –digo en seguida– ¡viejo cobarde, abusón!, mientras mi niño se acerca tímido:
–Mamá, es que… no fui yo, estábamos…
–Ya hijo, fue un accidente –respondo y lo consuelo revolviéndole los rizos mientras pienso–: “¿Quién me prestará mañana en el trabajo?”.
Se me escapa una lágrima y mi pequeño dice:
–Perdóname mami, no vuelvo a hacerlo, de veras.
–No pasa nada hijo –sonrío con amargura–, pero en adelante juega sólo donde las ventanas tengan rejas ¿sí?
¿Cuándo aprendió ese niño lindo a no ser solidario, a acorazarse, a repudiar a su madre?, me pregunto.
La imagen se me emborrona ¡desaparece! Era tan clara que casi esperaba leer los créditos:
Madre: Lucía Castelló
Niño: Iril Gonpote Castelló…
Viejo: don Fulano
Dirección y fotografía: Estudios Memoriosos
Musicalización: Mediterráneo, Joan Manuel Serrat
Esta mañana calienta el sol en exceso; pero durante el recuerdo sentí el frescor suave que sucede a la lluvia. Seguro que cuando todo esto sucedió era verano y acababa de llover…
No me interesa averiguar quiénes son los dueños de este infortunado proyectil despellejado y lleno de lodo que tengo en las manos; lo limpio y acaricio como si pudiera sentir mi amor… Tampoco importa calcular el tiempo que estará mi ventana tapada con, ¿la lámina del techito del perro? ¡Ya se verá!
Por el momento, prefiero abrazar esta pelota mágica que, por un segundo, me regresó al hijo dulce que antes me quería.
Paty. Tu relato me hizo llorar.me puso a recordar tantas cosas que hemos pasado como mujeres, como madres, como hijas.
Y a pesar de todo tu relato tiene una belleza que huele a risas de niños a torta de frijoles, a la fruta del día.
Con la canción “Mediterraneo” llegó sin complicaciones la nostalgia de mi niñez, y el recuerdo de la ventana rota que otro niño tronó con una gran piedra, pasaron dos días creo y tocó a la puerta alguien quejándose de que nosotros, niños a fin de cuentas, nos metimos a la casa vecina ahora sin vidrio, una aventura algo peligrosa, supongo, jugamos y husmeamos en el interior de la casa sin saber que podían acusarnos de robo o algo así, disculpa a destiempo mamá, por ponerte en una situación desfavorable.
Me encantó tu relato, me hizo revivir una que otra travesura, gracias por siempre defenderme y cuidarme, te quiero mucho.!
¡Muy sugerente ilustración, música incluida! Gracias y felicidades al equipo de La Lupa.
Pelotas de todos tamaños rompían vidrios; lanzadas, pateadas, etc. Yo recuerdo haber transitado del desahogo y la furia con la que chuté un balón al miedo a la furia del vecino con un enorme hoyo en su ventana… escenas en estado de extinción porque ya se ven pocos niños y menos todavía jugando en las calles… tu relato se vuelve histórico en ese sentido “pa los jóvenes” como dice ya sabes quien… por otro lado me parece interesante el planteamiento que haces de cómo el niño que antes defendía la madre ahora la rechaza… me gustaría entender en qué cosiste. Buen texto Paty 👍🏼
Paty.
Tu historia me recordó a ese maestro en la secundaria que dijo en una junta de papás: “Uds. no conocen a sus hijos”…con la misma nostalgia que la madre de tu historia sé que es cierto. Rompo en llanto porque en la distancia no lo puedo abrazar. Pero ese niño hermoso vive en mi corazón…ese, que también rompió un vidrio.
Creo que hay hijos desapegados o cariñosos, introvertidos o extrovertidos, nerviosos o calmados, todo esto es el reflejo de la personalidad de cada uno, pero lo que no podemos esperar de un hijo que ha usado los últimos años la casa como un hotel y finalmente se va a otro lugar que de repente se interese a diario por sus padres o hermanos, este enfriamiento de la relación se da poco a poco.
Me hizo recordar una anécdota de cuando éramos niñas, una de mis hermanas y yo, nos pusimos a jugar que seríamos brujas, mí hermano quería participar también, le cerramos la puerta y la ventana, en este último momento mi hermano metió el brazo con tal fuerza, que astilló el vidrio y se le incrustaron pedacitos de vidrio en el brazo, vaya susto, inmediatamente lo llevamos al médico, quien con mucha paciencia le sacó todas las astillas, Pati me hiciste recordar una vivencia de nuestra niñez,
Muy logrado relato de la recuperación de una memoria que es además reflexión, de uno de los aspectos de la maternidad. Gran solvencia para convertir la narrativa en imagen.