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La luz de las luciérnagas – Jovita Zaragoza Cisneros

El destacado escritor Juan Villoro, en una entrevista sobre su reciente libro La figura del mundo, compartió la siguiente anécdota sobre un pintor renacentista, gran admirador de otro pintor de su época, a quien se niega a visitar porque sabe que es una pésima persona. Al saber su reticencia a conocerlo, alguien le pregunta:

-Es un gran pintor, ¿no admiras su pintura?

 La respuesta del pintor fue la siguiente:

-Sí admiro su pintura, pero los artistas son como las luciérnagas, si ves su luz a la distancia, ¿para qué quieres conocer al gusano?

“La moraleja final de la anécdota es –dice Villoro a su entrevistador–: juzguemos el mensaje”.

Juan Villoro.

Anécdotas similares a la citada por Villoro circulan en el mundo literario relacionadas con escritores. Por ejemplo, el novelista, poeta y dramaturgo cubano Reinaldo Arenas (1943-1990) solía decir que “a los escritores es mejor leerlos y conocerlos de lejos, no personalmente, porque se pueden sufrir terribles desengaños”. La frase es sentenciosa y no deja resquicio a excepciones. Arenas dice “a los escritores”, no matiza la frase con “a algunos escritores, o a ciertos escritores, es mejor leerlos y conocerlos de lejos…”. No sabemos el contexto en que Arenas expresó esa opinión, pero pareciera que los nombres de autores que se imponen en la consciencia colectiva son aquellos que nos deslumbran con su obra; aunque, al revelarse pasajes nebulosos u oscuros de su vida, el desagrado y desencanto por la distancia que hay entre la excelencia de su obra y la parte personal, esto último termina pesando más.

Eso acaba de suceder en días pasados en que se dio a conocer un asunto tan delicado como escabroso sobre la recién fallecida escritora de origen canadiense Alice Munro, (julio de 1931-mayo de 2024). El fulgor deslumbrante de la obra y nombre de Alice Ann Laidlaw, conocida como Alice Munro, considerada por los críticos más exigentes como la Chéjov canadiense, parecen estar a punto de extinguirse o, en el mejor de los casos, convertirse en tenue y débil resplandor.

Alice Munro.

Lo que ha develado Andrea Robin Skinner (la más chica de las tres hijas de Alice y Jim Munro) sobre su madre, escritora galardonada en 2013 con el Premio Nobel de Literatura (nada menos ni nada más), ha provocado tal asombro y, en algunos casos, un alud de comentarios condenatorios por algunos admiradores y una parte de la comunidad literaria hacia Munro y la familia. Hay quienes se han pronunciado porque se le retire el galardón de Premio Nobel y, de momento, la Universidad de Ontario Occidental (su alma mater) anunció su reconsideración sobre suspender la cátedra establecida en su honor.

Breve bosquejo biográfico de Alice Munro

“Me educaron para creer que lo peor que podía hacer era llamar la atención o pensar que era inteligente”, declaró alguna vez Alice Munro, quien conoció a James, Jim, Munro en la Universidad de Ontario Occidental. Un año después (1951) contrajeron matrimonio, del que nacieron cuatro hijas. La primera falleció al nacer y sobrevivieron las tres restantes. El matrimonio se trasladó a Victoria, Columbia Británica, donde ambos fundaron una librería Munro’s Books.

En 1972, después de 21 años de matrimonio, los Munro decidieron divorciarse. Para entonces, la más pequeña de las tres hijas, Andrea Skinner, nacida en 1967, contaba con 5 años. La escritora decidió regresar a su provincia natal, entregándose de lleno a la escritura como residente en su universidad. Allí, en su lugar de origen, contrajo matrimonio en 1976 con Gerald Fremlin, un geógrafo, al que conocía desde los tiempos de estudiante. La escritora contaba entonces con 45 años, Fremlin (nacido en 1924) tenía 52 años. La pequeña Andrea tenía 9 años.

Andrea Robin Skinner.

La pesadilla silenciosa inicia para Andrea

La pequeña Andrea vivía con su padre, Jim Munro. Y en el verano del 76 fue a visitar a su madre. Allí comenzó la pesadilla para la hija de Munro, quien declaró a inicios de julio del año en curso haber sido abusada por su padrastro. A decir de la víctima, los abusos fueron perpetrados durante años. Relató también que se lo contó a su madrastra, esposa de su padre biológico, Jim Munro. Su padre se enteró de lo sucedido, pero –pese a ello– continuó enviándola cada verano a casa de la escritora, quedando Andrea a merced del depredador.

La historia la dio a conocer la propia Andrea al medio canadiense Toronto Star el domingo 7 de julio del año en curso. Pertinente es recordar que apenas el pasado 13 de mayo falleció Alice Munro, quien nació el 10 de julio de 1931, dos meses antes de cumplir los 93 años.

La declaración de Andrea, quien ahora cuenta con 57 años, ha estremecido al mundo literario y a los admiradores de esta célebre escritora canadiense de fama y prestigio mundial. Su obra ha sido ponderada por los críticos, destacando su magistral estilo de narrar historias sobre hechos y personajes de la vida cotidiana y plasmarlas con el sutil pincel de las letras de una manera natural. En esto último reside su original narrativa, que la hizo acreedora al Premio Nobel de Literatura 2013, entre otros prestigiados reconocimientos.

Quienes hemos leído a Chéjov, aunque no a Munro, estaríamos de acuerdo en el otorgamiento del Nobel por el solo hecho de que la crítica especializada la compare con el ilustre escritor de origen ruso Antón Pávlovich Chéjov (enero de 1860-julio de 1904), maestro del realismo y el naturalismo. Un gran exponente del relato corto. Un clásico de la literatura universal. Tal fue la dimensión de Alice Munro como escritora.

Soy Andrea Robin, hija de Alice Munro, y mi padrastro me violó repetidamente cuando tenía nueve años y toda mi familia lo supo, pero guardaron silencio.

Andrea Skinner a los 9 años.

En esta frase condensó el estremecedor relato de esta historia. Pero, a fin de abundar un poco en su contexto, comparto una síntesis de lo relatado por Andrea Skinner al Toronto Star, recogida y publicada por los principales medios internacionales:

En el verano de 1976 visité a mi madre, Alice Munro, en su casa de Clinton, Ontario. Una noche, mientras ella estaba fuera, su marido, mi padrastro Gerald Fremlin, se metió en la cama donde yo dormía y me agredió sexualmente. Yo tenía nueve años… Cuando me quedaba a solas con Fremlin, hacía bromas lascivas, se exhibía durante los viajes en coche, me hablaba de las niñas del barrio que le gustaban y describía las necesidades sexuales de mi madre. En aquel momento, no sabía que esto era abuso… Cuando tenía 25 años, conté lo sucedido mi madre. Por medio de una carta le revelé los abusos que había sufrido. La respuesta de mi madre –cuenta Andrea– fue abandonar a Fremlin, no sin antes objetar que me había tardado mucho en denunciar. Y fue más allá: adujo que lo quería demasiado y que nuestra cultura misógina tenía la culpa si esperaba que ella negara sus propias necesidades, se sacrificara por sus hijos y compensara los fallos de los hombres. Insistió en que lo que había pasado era entre mi padrastro y yo, no tenía nada que ver con ella.

Andrea Skinner aseguró que, siendo ya madre ella, salvaguardó a sus hijos del depredador. Y pese a ello, Munro regresó con Gerald Fremlin.

¿Por qué exponer su historia hasta ahora?

Pero ¿qué motivó a Andrea a ventilar este secreto familiar, guardado en el silencio también por su padre biológico y hermanas? ¿Por qué ahora, cuando han transcurrido casi 50 años de lo sucedido, y ni su padre ni su agresor ni su misma madre viven ya?

Sencillo de decir, pero complicado de explicar y entender. Porque solamente quienes han vivido una experiencia de tal impacto y siendo niñas pueden hablar de la profunda herida emocional que significa ser violentada en su infancia. Porque el silencio familiar que antepuso el prestigio de Alice Munro sobre la indefensión de la niña de entonces, y que acompañó a Andrea durante tantos años, tardó en tomar orden y voz. Y porque hoy se abordan más abiertamente estos temas y hay más información de expertos de las diversas disciplinas que han advertido sobre las repercusiones emocionales, físicas y mentales que causan hechos de esta naturaleza. Mayormente si el abuso ocurre en la etapa infantil. Y porque el abuso a menores no ocurre solamente en hogares de pobreza o precariedad económica.

La historia no acaba

Skinner cuenta que después de pasar por una serie de trastornos emocionales por lo sucedido, en 2005, teniendo ella 38 años, leyó una entrevista que el New York Times le hiciera a Alice Munro. En ella su madre aludía a Gerald Fremlin con palabras cariñosas y ofrecía a la opinión pública la imagen de tener una comunicación estrecha con sus hijas.

La olla de presión en la que vivía Andrea estalló. Recordó que apenas tres años antes, en 2002, dijo a su madre que no permitiría que Fremlin se acercara a sus hijos, y en ese momento, en que leyó a Munro ofreciendo a la prensa la imagen de una familia viviendo en la normalidad, cuando ya había un distanciamiento entre ellas debido a que nunca reconoció ni dimensionó lo vivido por su hija en manos de Fremlin, decidió denunciar penalmente a su padrastro. Fremlin contaba en ese entonces con 81 años. El abusador terminó aceptando su culpabilidad, por lo que cumplió dos años de libertad condicional bajo la prohibición de acercarse a menores de edad.

Libros de Alice Munro.

Alice Munro permaneció al lado de su esposo, Gerald Fremlin, hasta la muerte de este, ocurrida en 2013, justamente el año en que Munro recibiera el Nobel de Literatura. Ella le sobreviviría once años más. Alice Munro murió el 13 de mayo de 2024 en un asilo para ancianos de Ontario, donde se trataba, desde hacía 11 años, de demencia senil.

Quizá lo revelado por la hija de Alice Munro ayude un poco a comprender la dimensión del daño que causan esos silencios alrededor de las víctimas de abusos. Porque lo sucedido con Andrea expone también el papel del biógrafo de la escritora, Robert Tacker, quien, al estallar el escándalo, admitió estar enterado del caso, mismo que no menciona en la biografía. Cuestionado con respecto a su omisión, ha explicado que no creyó necesario incluirlo en su escrito puesto que lo tomó como un “desacuerdo familiar” y “en nada influía sobre lo ya escrito sobre Alice Munro”. Sin embargo, hoy la familia, sobre todo las hermanas de Andrea, consideran, al igual que ella, que esto debe formar parte de la biografía sobre la escritora. Por su parte, el editor de Munro, Douglas Gibson, ha revelado que él se enteró del asunto en 2005.

Alice Munro y Doug Gibson.

Las cosas bajo la alfombra

Uno de los comentarios más significativos sobre el caso es el de la escritora, también canadiense, Margaret Atwood, autora de El cuento de la criada y amiga cercana de Alice Munro. Ella ha declarado la conmoción sufrida al enterarse del tema: “Munro no era muy adepta a la vida real. No estaba interesada en cocinar o cuidar el jardín o nada de eso. Creo que para ella era un estorbo, más que una terapia, como para otros”. En un correo dirigido a The New York Times, Atwood consideró: “Creo que pertenecía a una generación y a un lugar que escondía las cosas bajo la alfombra”.

Epílogo

En lo dicho por Margaret Atwood, nacida en 1939, algo hay de razón. Alice Munro perteneció a esa generación de silencios obligados, cuando la basura se guardaba bajo la alfombra. Pero, de manera personal e intentando entender las motivaciones que hay detrás de esta historia, o historias parecidas, me pregunto si en la historia familiar y en la infancia Munro padeció también abusos de esta naturaleza que quedaron enterrados en lo más profundo de su consciencia. Eso explicaría, aunque no justifica, el tamaño de la negación ante los abusos sufridos por su hija.

Margaret Atwood.

Y hay algo más que agregar al comentario de Atwood: Alice Munro perteneció a esa generación, pero en la actualidad esa violencia continúa sucediendo. En nuestra cultura los abusos infantiles en los hogares y fuera de ellos continúan. Los silencios también. Y pienso en las amas de casa de antes y de ahora. En la afanosa madre entregada a sus quehaceres, haciendo la comida, lavando los platos para mantener la casa limpia; pero ajena y de espaldas a lo que está sucediendo allí, atrás de ella. Aunque parezca increíble, cuadros como estos se siguen reproduciendo.

Pienso en Alice Munro, escribiendo sobre personajes cotidianos y sus pulsiones humanas, reproduciendo fragmentos de historias que presenció a su alrededor y que supo darles forma y estructura de manera magistral. Pero Alice Munro nunca pudo ver, o no quiso ver, el drama que vivía su propia hija, ni aceptar que compartió casi cuarenta años de su vida con un perverso y enfermo de tal magnitud. Quizá el espejo del drama de su hija reflejaba el propio drama de Munro vivido en la infancia. ¿Cómo saberlo? Por lo pronto, el destino final de la obra y el nombre de Munro está en el aire. Sus lectores y la crítica literaria tienen la última palabra.

Reflexiono en lo comentado por la escritora española Elvira Lindo, quien dijo en entrevista al periódico El País, donde colabora como articulista: “La confesión de Andrea ha dejado en shock a la comunidad lectora de Munro… Hay algo íntimo que se ha roto. Los lazos que se establecen con una obra literaria no se basan sólo en la excelencia en la escritura, como se quiere hacer creer; sería pobre y falso reducirlo a eso”.

Habrá quien coincida con el acertado comentario de Elvira Lindo. Y quizá quien se quede con la luz de la luciérnaga que cita Villoro, con cuya anécdota inicié el tema. Y me pregunto si las luces de algunas luciérnagas sean un intento de alumbrar con ella la propia oscuridad que las habita.

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Last modified: 31 julio, 2024
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