–¡Psst!
Hoy, al tender la cama, siente un recambio de luces como si hubiera un televisor encendido tras ella pero, como no lo hay, sigue con sus labores sin volverse a mirar siquiera.
–¡Psst, Ada, Ada Alicia… Psst!
Ada para en seco de extender la colcha y gira la cabeza hacia el espejo del armario: está segura de haber escuchado que la llamaban desde allí y, aunque duda, se aproxima al mueble con discreción… tal vez no debería… pero las lucecitas… ¡y oyó su nombre! Quiere atisbar, pero tiene miedo, despacio se sitúa a un lado de la puerta y esta se entreabre hacia ella con un chirridito oxidado; el espejo muestra entonces imágenes en movimiento que la seducen y que desfilan sin pudor ante sus ojos: hay una niña en cuclillas que acaricia a seis gatitos recién nacidos y acerca al más tontito a una teta de la gata para que logre tomar leche también.
–¡Apúrate, es casi la hora del ballet!, escucha que llaman a la pequeña, que guiña un ojo a Ada Alicia y responde:
–¡Vooooy! –mientras sube los escalones de dos en dos, sacudiéndose el vestido.
Ada abre la boca. Ese vestido naranja se lo hizo su tía, y el gatito tonto vivió con ella muchos años… escucha entonces un sonido… cierra los ojos; se recuerda girando sobre duela con un tutú de espuma, mallas rosadas y zapatillas de punta… los compases de El lago de los cisnes recorren el cuerpo de Ada como una descarga eléctrica.
–¡Iba a ser bailarina! –recuerda abriendo los ojos.
La niña misteriosa, ya de regreso, mira a la mujer y la azuza:
–¿Qué más?
–…Mi madre dice: “El ballet es bueno para las niñas, pero tú ya eres casi una señorita y ¡faltaba más!, nadie va a estarte tocando como a una cualquiera”. Y yo… que amaba danzar… ¡No vuelvo a la academia…! ¡No necesito recordar eso! –dice Ada mientras una lágrima llega a la punta de su nariz y se estaciona allí brillando como un piercing– ¡Y tú no existes! –agrega, dirigiéndose a la imagen.
La chiquilla tuerce la boca y, con un movimiento de cabeza y un soplido, aparta el flequillo de sus ojos antes de desaparecer… La mujer intenta detenerla, pero su mano se estrella contra el cristal; molesta, mueve la cabeza, hace una mueca, se acomoda el fleco resoplando hacia su frente y le vuelve la espalda.
En el fondo del espejo, la niña, seria, se seca con la manga una lágrima que brillaba en la punta de su nariz.
Por la noche, en su cama, Ada Alicia piensa en su madre… que impidió su ballet, no la dejó viajar ni dedicarse al arte, la llenó de prohibiciones y quemó su escritura… ¿por qué no la dejaba vivir…?
–¿Tal vez ssuufríííaaa y no fue capazzz… felizzz… felizzzzzz… zzz…?
Sueña en una fiesta: lleva su vestido naranja, su madre dice algo como: “Las mujeres decentes no…” y desaparece. Ada baila entonces con sus amigos, ahora muertos; con sus abuelas… y la tía que le hizo el vestido naranja le deja un presente en el centro de un lago y todos se echan al agua porque quieren ganar el paquete.
–¡Ay, los sueños!
Desperezándose, tantea bajo la cama por sus chanclas, no están; en su lugar hay una caja… ¡es la del sueño…!, no recuerda haber competido por ella…
–¡Son zapatillas de ballet para niña!
Ada las aprieta, pero entiende que no son para ella, vieja de setenta inviernos, y piensa en entregarlas a su dueña…
–Mmm… –pero la niña se ha ido.
Ada la busca por el frente y por el envés del espejo, la ve, ¡está en el fondo…! Agita las zapatillas para llamar la atención de la pequeña llena de tierra, sentada en el suelo, triste, la cola de caballo floja y varios mechones sueltos: le simpatiza.
La niña se aproxima y, en cuanto están frente a frente, tiende la mano a la mujer y jala muy fuerte para ayudarla a cruzar; Ada, temerosa, pone un primer pie en la superficie y se siente líquida, pero completa, como un cuerpo que parece quebrado dentro del agua sin dejar de ser lo que es; al meter el segundo pie, se atreve sin tanta precaución y siente cómo el resto de su cuerpo se desliza con suavidad, está flexible, ligera y fresca como un pez.
La muchachita se ha ido al piso a atarse las puntas y se esmera en cruzar los listones, cuidando de esconder bien el nudo en la parte interna del tobillo. Hace un plié e invita a la vieja a verla: La niña comienza un retiré y, casi sin transición, se sigue con attitude, ese paso feliz con alma infantil; Ada llora de contento siguiéndola con los ojos: la aplaude, se aplaude.
La niña que fue, rodillas raspadas y excelentes notas escolares, le dedica una révérence con deferencia, y sin más, se desata las zapatillas y avanza descalza hacia la vieja:
–¡Tu turno!
–Los zapatos son de niña –dice, pero los toma de todos modos y se los prueba–. ¡Exactos!
Se incorpora, respira, y lenta, lenta, se yergue con elegancia, atraviesa el espacio en pas couru y tras un demi plié, se impulsa para cruzar de regreso en grand jeté: separa las piernas y ¡vuela! Culmina con otro demi plié y una carcajada sorprendida y azul.
–¿A qué viniste? –dice aún agitada de danzar.
–¿Querías que me reconciliara con mi madre?… ¡Pobre!, a ella la seducían el arte, los viajes, la pintura, lo mismo que me impidió desarrollar, porque temía a la vida real, al estremecimiento y a la alegría del cuerpo… creía que reír demasiado fuerte era pecado. No fue feliz, quería hacernos “virtuosas”, protegernos de “La maldad del mundo” y nos acorraló. ¡Pobre madre!
–Sí, ¡pobre! –afirma con frescura la niña, mirando orgullosa a los ojos de la vieja, que percibe mil propuestas en esa actitud firme, expectante… Ada ladea la cabeza, acomoda sus aretes, traga saliva y se aclara la garganta antes de balbucear con voz inaudible:
–Acaso… has venido para que… –Ada enreda un mechón de su cabello una y otra vez en su dedo índice–, quiero decir… ¿Vienes por mí? –pregunta a bocajarro la mujer, mirando directo a su interlocutora.
La niña sonríe y por primera vez los ojos de ambas se encuentran con agrado, se reconocen a sí mismas, y en un acuerdo tácito, comienzan a conversar por conversar.
La mayor se asombra cuando la pequeña le recuerda que lloró en el jardín de niños porque le dieron el papel de princesa, ¡y ella quería ser el chango!; también le evocó al Trotsky, su primer perro callejero.
–¡Cierto, mi perro amarillo tan valiente…! –dijo Ada, haciendo ademán de abrazarlo.
–¿Qué estudié? –preguntó la niña–. ¿Fui veterinaria? ¿Me casé con el pelirrojo que me gustaba?
–No… no, mira, te casaste con un tipo que ni… bueno, era de cabello negro…
–¿Guapo? ¿Le gustaban los animales?
–Sí; no le gustaban… pero te divorciaste.
–Jajaja… ¡Claro!, y entonces… ¡Compré mi caballo negro!
–No. –rio la vieja…
–¿No….?
No dan importancia alguna al espejo que ha comenzado a recuperar su hábito de reflejar lo que hay enfrente, en este momento, las cortinas que ondean con el aire del ocaso y una cama destendida.
El cielo ahora se ve dorado, se tornará violeta y, como habrá luna nueva, la noche será negrísima, pero en cuanto la primera luz de la mañana se vea magenta, la mujer y la niña no podrán ser encontradas en la habitación ni en la puerta del armario; se habrán marchado espejo adentro, juntas, libres.
Enero 2019-julio 2024
AQUÍ PUEDES LEER MÁS RELATOS DE “NARRATIVA EN CORTO”, LA SECCIÓN DE PATRICIA EUGENIA PARA LALUPA.MX
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Marcharse…
Josué:
Sí, marcharse reconciliada consigo misma.
Gracias por tu comentario.
Ah qué caray, que elocuente locura, completamente cuerda. Me recordó un momento de alucine en mi ya no tan cercana juventud, que un día viendo mis ojos en el espejo del baño quince acceder al otro lado al del reflejo y me asusté cuando de pronto mi reflejo ya no era yo sino otro a mi lado, no un reflejo sino otro yo que salía al entrar yo, fue tal mi miedo que regresé sin pensar, es decir; solo pensaba en que del otro lado del espejo no quería vivir y renuncié a esa posibilidad, finalmente sigo de este lado pero nunca e dejado de recordar que en aquel otro lado hay algo, algo muy misterioso para mí, que no quice experimentar, quizá en otro momento lo intente nuevamente.
Me gusta este lado no lo puedo ni quiero evitar.
Josué:
Sí, marcharse reconciliada consigo misma.
Gracias por tu comentario.
Una variación genial sobre el tema del espejo y el otro yo; sobre el pasado, el presente real y posible; sobre la indispensable –e inevitable– reflexión sobre lo que pudo ser y no fue, que es buena solo cuando abre completos universos posibles, cuando nos permite construirnos nuestro propio jardín de senderos que se bifurcan.
Que hermosa forma de plasmar los límites de la “virtud” que encadenan el alma y la alegría del ser femenino; los sueños y emociones infantiles que viven en cada uno. Puedo sentir la brisa matutina y la luz que ilumina un cuarto nuevo, vacío de cuerpo y lleno de energía sin final.
Así me gustaría partir, en silencio, reconciliada conmigo misma y las “buenas intenciones” que un día condené. Gracias Paty.
Qué mágico momento de encuentro hacia adentro, qué ganas de abrir espacios y conversar, escuchar y reconciliar miradas ante el espejo del alma, qué texto más inspirador!
Es muy difícil llegar ahí, pero cuando llegas, no queda de otra, eres libre, ¿cómo explicarlo?. solo se es libre y ya… Sentimientos eternos y plenos, que hermosa lectura llena de nuevas aventuras.
Esos recuerdos mágicos que viven dentro de nosotros. Los vemos cuando nos miramos en el espejo, el espejo a través de nuestros ojos, el espejo en nuestra alma. Podemos visitarlo cuando queramos y conversar con nosotros mismos como antaño. Con entusiasmo dejado que continúen las aventuras ❤️
Que cuento más hermoso. Esta lleno de imágenes mágicas, azules y de colores de los sueños. Creo que es el cuento más bien logrado Paty. Te felicito cada día escribes mejor.
Es tan bonito que Hazael podría ilustrar este cuento.