Autoría de 1:57 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto • 10 Comments

Ballet en el espejo – Patricia Eugenia

–¡Psst!

Hoy, al tender la cama, siente un recambio de luces como si hubiera un televisor encendido tras ella pero, como no lo hay, sigue con sus labores sin volverse a mirar siquiera.

–¡Psst, Ada, Ada Alicia… Psst!

Ada para en seco de extender la colcha y gira la cabeza hacia el espejo del armario: está segura de haber escuchado que la llamaban desde allí y, aunque duda, se aproxima al mueble con discreción… tal vez no debería… pero las lucecitas… ¡y oyó su nombre! Quiere atisbar, pero tiene miedo, despacio se sitúa a un lado de la puerta y esta se entreabre hacia ella con un chirridito oxidado; el espejo muestra entonces imágenes en movimiento que la seducen y que desfilan sin pudor ante sus ojos: hay una niña en cuclillas que acaricia a seis gatitos recién nacidos y acerca al más tontito a una teta de la gata para que logre tomar leche también.

–¡Apúrate, es casi la hora del ballet!, escucha que llaman a la pequeña, que guiña un ojo a Ada Alicia y responde:

–¡Vooooy! –mientras sube los escalones de dos en dos, sacudiéndose el vestido.

Ada abre la boca. Ese vestido naranja se lo hizo su tía, y el gatito tonto vivió con ella muchos años… escucha entonces un sonido… cierra los ojos; se recuerda girando sobre duela con un tutú de espuma, mallas rosadas y zapatillas de punta… los compases de El lago de los cisnes recorren el cuerpo de Ada como una descarga eléctrica.

–¡Iba a ser bailarina! –recuerda abriendo los ojos.

La niña misteriosa, ya de regreso, mira a la mujer y la azuza:

–¿Qué más?

–…Mi madre dice: “El ballet es bueno para las niñas, pero tú ya eres casi una señorita y ¡faltaba más!, nadie va a estarte tocando como a una cualquiera”. Y yo… que amaba danzar… ¡No vuelvo a la academia…! ¡No necesito recordar eso! –dice Ada mientras una lágrima llega a la punta de su nariz y se estaciona allí brillando como un piercing– ¡Y tú no existes! –agrega, dirigiéndose a la imagen.

La chiquilla tuerce la boca y, con un movimiento de cabeza y un soplido, aparta el flequillo de sus ojos antes de desaparecer… La mujer intenta detenerla, pero su mano se estrella contra el cristal; molesta, mueve la cabeza, hace una mueca, se acomoda el fleco resoplando hacia su frente y le vuelve la espalda.

En el fondo del espejo, la niña, seria, se seca con la manga una lágrima que brillaba en la punta de su nariz.

Por la noche, en su cama, Ada Alicia piensa en su madre… que impidió su ballet, no la dejó viajar ni dedicarse al arte, la llenó de prohibiciones y quemó su escritura… ¿por qué no la dejaba vivir…?

–¿Tal vez ssuufríííaaa y no fue capazzz… felizzz… felizzzzzz… zzz…?

Sueña en una fiesta: lleva su vestido naranja, su madre dice algo como: “Las mujeres decentes no…” y desaparece. Ada baila entonces con sus amigos, ahora muertos; con sus abuelas… y la tía que le hizo el vestido naranja le deja un presente en el centro de un lago y todos se echan al agua porque quieren ganar el paquete.

–¡Ay, los sueños!

Desperezándose, tantea bajo la cama por sus chanclas, no están; en su lugar hay una caja… ¡es la del sueño…!, no recuerda haber competido por ella…

–¡Son zapatillas de ballet para niña!

Ada las aprieta, pero entiende que no son para ella, vieja de setenta inviernos, y piensa en entregarlas a su dueña…

–Mmm… –pero la niña se ha ido.

Ada la busca por el frente y por el envés del espejo, la ve, ¡está en el fondo…! Agita las zapatillas para llamar la atención de la pequeña llena de tierra, sentada en el suelo, triste, la cola de caballo floja y varios mechones sueltos: le simpatiza.

La niña se aproxima y, en cuanto están frente a frente, tiende la mano a la mujer y jala muy fuerte para ayudarla a cruzar; Ada, temerosa, pone un primer pie en la superficie y se siente líquida, pero completa, como un cuerpo que parece quebrado dentro del agua sin dejar de ser lo que es; al meter el segundo pie, se atreve sin tanta precaución y siente cómo el resto de su cuerpo se desliza con suavidad, está flexible, ligera y fresca como un pez.

La muchachita se ha ido al piso a atarse las puntas y se esmera en cruzar los listones, cuidando de esconder bien el nudo en la parte interna del tobillo. Hace un plié e invita a la vieja a verla: La niña comienza un retiré y, casi sin transición, se sigue con attitude, ese paso feliz con alma infantil; Ada llora de contento siguiéndola con los ojos: la aplaude, se aplaude.

La niña que fue, rodillas raspadas y excelentes notas escolares, le dedica una révérence con deferencia, y sin más, se desata las zapatillas y avanza descalza hacia la vieja:

–¡Tu turno!

–Los zapatos son de niña –dice, pero los toma de todos modos y se los prueba–. ¡Exactos!

Se incorpora, respira, y lenta, lenta, se yergue con elegancia, atraviesa el espacio en pas couru y tras un demi plié, se impulsa para cruzar de regreso en grand jeté: separa las piernas y ¡vuela! Culmina con otro demi plié y una carcajada sorprendida y azul.

–¿A qué viniste? –dice aún agitada de danzar.

–¿Querías que me reconciliara con mi madre?… ¡Pobre!, a ella la seducían el arte, los viajes, la pintura, lo mismo que me impidió desarrollar, porque temía a la vida real, al estremecimiento y a la alegría del cuerpo… creía que reír demasiado fuerte era pecado. No fue feliz, quería hacernos “virtuosas”, protegernos de “La maldad del mundo” y nos acorraló. ¡Pobre madre!

–Sí, ¡pobre! –afirma con frescura la niña, mirando orgullosa a los ojos de la vieja, que percibe mil propuestas en esa actitud firme, expectante… Ada ladea la cabeza, acomoda sus aretes, traga saliva y se aclara la garganta antes de balbucear con voz inaudible:

–Acaso… has venido para que… –Ada enreda un mechón de su cabello una y otra vez en su dedo índice–, quiero decir… ¿Vienes por mí? –pregunta a bocajarro la mujer, mirando directo a su interlocutora.

La niña sonríe y por primera vez los ojos de ambas se encuentran con agrado, se reconocen a sí mismas, y en un acuerdo tácito, comienzan a conversar por conversar.

La mayor se asombra cuando la pequeña le recuerda que lloró en el jardín de niños porque le dieron el papel de princesa, ¡y ella quería ser el chango!; también le evocó al Trotsky, su primer perro callejero.

–¡Cierto, mi perro amarillo tan valiente…! –dijo Ada, haciendo ademán de abrazarlo.

–¿Qué estudié? –preguntó la niña–. ¿Fui veterinaria? ¿Me casé con el pelirrojo que me gustaba?

–No… no, mira, te casaste con un tipo que ni… bueno, era de cabello negro…

–¿Guapo? ¿Le gustaban los animales?

–Sí; no le gustaban… pero te divorciaste.

–Jajaja… ¡Claro!, y entonces… ¡Compré mi caballo negro!

–No. –rio la vieja…

–¿No….?

No dan importancia alguna al espejo que ha comenzado a recuperar su hábito de reflejar lo que hay enfrente, en este momento, las cortinas que ondean con el aire del ocaso y una cama destendida.

El cielo ahora se ve dorado, se tornará violeta y, como habrá luna nueva, la noche será negrísima, pero en cuanto la primera luz de la mañana se vea magenta, la mujer y la niña no podrán ser encontradas en la habitación ni en la puerta del armario; se habrán marchado espejo adentro, juntas, libres.

Enero 2019-julio 2024

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Last modified: 8 agosto, 2024
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