Autoría de 4:39 pm #Opinión, Armando Mora - El Ardiente Rabo

La Guerra Civil Española: Teresa Andrés, la biblioteca de sus ojos – Armando Mora

Como hojas marchitas, al verlas e ir cayendo las olvidan; un viento oscuro se ve devorarlas. Se alejan, como si su canto ya no diera voz. Les parecen un sepulcro, casi la sombra de su inexistencia. Aunque su lucha, tenacidad y virtudes ante la vida fueron, y son, fundamentales para la historia de la humanidad, su entierro les parece preferible que recordar su rebeldía y su acción revolucionaria. Entre escombros se le veía recoger aquellos, los cántaros quebrados de los cantares y los trazos, y de aquellos tirajes brotaban las fulgurantes máquinas de imprenta, agazapados a su ira, pero encaminada a la defensa y proclamación del libro como sustento y pilar de la educación y formación; eran simples obras que mujeres y hombres han legado para su perennidad. Ella les daba los cuidados necesarios, como si acuñara más hijos e hijas; los amamantó y los hizo correr entre los pasillos de los sindicatos, fábricas, hospitales y, claro, en las bibliotecas, en esos momentos álgidos de voces que buscaban, con gallardía, sostener la libertad, que era de vital importancia para reivindicar la movilización de aquel pueblo organizado y furtivo de dar a todos el tiro del conocimiento: el libro. Así fue Teresa Andrés (1907-1946), una bibliotecaria durante el periodo de la Guerra Civil Española; comunista, feminista, republicana al frente de las bibliotecas de Cultura Popular, jamás se rindió para la conservación, distribución y el fomento del estudio y de la lectura, para fortalecer el pensamiento y no cejar ante la oscuridad que se venía encima: el franquismo.

El franquismo fue demoledor y atacó con furia y devastación, por tierra y aire, a las bibliotecas y museos. Un blanco fue la Biblioteca Central de Madrid, sin perdonar aquellas joyas bibliográficas que permanecían en archivos especiales, como sus incunables ediciones de los siglos XV al XVII, manuscritos; pero la astucia, y el espíritu en alto, de mujeres y hombres pudo adelantarse ante el inminente ataque, y fueron salvaguardados y trasladarlos a otras bibliotecas. La hazaña es inconmensurable. Pocas veces se había visto que el libro representara tanta animadversión y, claro, a aquellos que eran preclaros promotores y protectores los exiliaron o terminó con sus vidas Franco. Pero la mayoría cargaron siempre un tiro en la frente que era por defender a su pueblo, a su tierra…

“Nos enterró el olvido”, escribía Teresa Andrés, al recordar en sus años de exilio en Francia el trabajo arduo y tenaz por crear, organizar y distribuir los libros para el pueblo en batalla. Han pasado muchos años y poco a poco se van levantando de los escombros aquellos nombres que han querido extinguir a un olvido voraz. Así actúa la dictadura y las oligarquías.

Teresa Andrés, encargada de organizar las bibliotecas en los frentes, cuarteles y hospitales, o en cualquier rincón donde se necesitara del libro. Su vida en aquellos años fue intensa, dura, sin descanso, para organizar bibliotecas, la compra de libros para hacerlos llegar a sitios de difícil acceso, pero llegaban de forma incólume. Aparte, se daban funciones de cine, teatro y se realizaban periódicos murales, además de aquellos que realizaban las organizaciones políticas aquellos años de 1936-1938. La claridad de su determinación por y para la defensa de las bibliotecas, junto con su compañera de trabajo, la bibliotecaria María Moliner, forjaron el espíritu de lucha para la difusión y conservación del libro, y forjar la nueva misión del bibliotecario.

El libro fue encarcelado; el libro fue destruido; el libro fue censurado… Mujeres y hombres, miles de ellos se fueron al exilio, dejando su tinta, su voz, en cada uno de los muros donde colocaron muchas, miles, millones de palabras e imágenes para encontrar la libertad. Muchos jamás pudieron volver a su país, les fue negado todo, y en muchos casos hasta su nombre.

Entre los tejidos que se constituyen antes que se construya un libro, al darle cabida a la tinta y su impresión ante el papel, fueron esos mismos tejidos en el cuerpo de Teresa Andrés los que no pudieron sostenerla; la leucemia la capturó muy joven, 39 años tenía, estaba en París (con su esposo y dos hijos). Quizá los momentos álgidos de mirar y sentir entre sus manos las ceniza de los libros fueron dando a su sangre una dimensión de dolor que una mujer de su talla no podía sostener, le dolía hasta lo más profundo: por el libro y para el libro ella vivió, esa es la esencia de una bibliotecaria.

El libro debe ahondar más allá de los muros o de forma que, mínimo, retumben.

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Last modified: 29 agosto, 2024
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