El principal logro alcanzado durante su sexenio por el todavía presidente de México, Andrés Manuel López fue haber entendido la importancia que para gran parte de la población mexicana significa contar con dinero extra (con un “dinerito” más, como decimos).
Fue algo que tenía comprendido desde antes de ser presidente de la república y que aplicó puntualmente durante su mandato (a través de los programas sociales) y que hoy deja de herencia a su sucesora en el Poder Ejecutivo, como una especie de llave maestra que abre el camino a la aceptación.
Construir la realidad
Esta acción, que garantiza dinero extra a millones de mexicanos, tuvo el mayor impacto registrado en la percepción de la realidad de esas y esos ciudadanos, por encima de las denuncias de corrupción, de la deficiente atención médica que brinda el sistema de salud, de los hechos de violencia que prácticamente ocurren en todos los rincones del país y al montón de personas desaparecidas.
Fue superior a tantas y tantas cosas que suceden cotidianamente en el territorio nacional y que dañan la calidad de vida de la gran mayoría de los habitantes de México.
Hoy podemos afirmar que la fórmula es sencilla aunque hace uno, dos o tres años, y aun en el pasado proceso electoral, la oposición no encontraba la explicación del porqué habiendo tantos males en el país estuviera tan alta la popularidad del presidente mexicano.
Ha sido un juego psicológico entre la percepción y la realidad.
La realidad se compone de esos y muchos otros males más que tienen que ver con la educación, la salud, el esparcimiento y la productividad, entre otros muchos.
La percepción, sin embargo, coloca al presidente López Obrador como el gran benefactor con quien se han topado miles y millones de mexicanas y mexicanos que viven en condiciones de pobreza o de pobreza extrema.
“El país está mal pero él es bueno”, podría ser la expresión de esta amplia capa de la población al referirse al sexenio lopezobradorista. Es como reza el dicho popular: “¿A quién le dan pan que llore?”
La percepción es que este presidente sí ayudó a los que más necesitan, a los pobres de México. Y es cierto; ha sido el que de manera directa, con dinero en efectivo, ayudó más a los menos favorecidos que cualquier otro mandatario del pasado y del presente siglo.
Sin embargo, esa ayuda no es suficiente para sacar a familias completas de la pobreza. Seguirán siendo pobres y seguirán enfrentando las carencias alimentarias, laborales, de salud y educación con las que siempre han vivido. Pero qué importa si tienen dinero extra.
Seis mil pesos cada dos meses no es suficiente y nunca lo será para abandonar la depauperización y erradicar la pobreza en el territorio nacional.
Por esto es que el debate político durante la contienda electoral estuvo cargado de poco o nulo significado para gruesas capas de mexicanos. La oposición no perdió oportunidad en destacar todas las fallas en que ha incurrido la actual administración, con conceptos que quizá para muchos ciudadanos-electores son huecos o no provocan emociones. No tienen significado en su vida cotidiana porque es eso: parte de su vida cotidiana.
La entrega de dinero cambió su percepción… y afianzó el sentido de su voto el 2 de junio, en favor de quienes le garantizan que seguirán dándole “su dinerito”.
La herencia
Y en una especie de trasmisión hereditaria y mucho antes de que comenzara la campaña electoral, López Obrador trabajó para que la gente, el electorado reconociera a Claudia Sheinbaum como su única heredera o su sucesora natural. Menciones constantes de ella, reuniones y giras juntos, lograron el objetivo trazado.
Se puede estar o no de acuerdo con esta forma de hacer política. El hecho real es que López Obrador entendió lo que no comprendió la oposición: la urgencia de voltear a ver a la población, al pueblo bueno y sabio y apoyarlo.
Juan José Arreola de Dios
Periodista / Comunicación Política
Twitter (X): @juanjosearreola