Autoría de 12:12 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto • 10 Comments

Chisme sin contar – Patricia Eugenia

“¡Qué juego tan dulce!”, piensa Esta Mujer. Si sólo pudiera contárselo a alguien, a una amiga… pero su mejor amiga acaba de enviarle un mensaje de buenos días con un gatito bebé sentado en un zapato, y bueno… tal vez no debería inquietarla con sus cosas.

“Escúchame”, podría comenzar a decirle si se hubiera atrevido. “Fíjate que una ilusión, en el sentido más cursi del término, se me está enredando en las vísceras, y digo ilusión, porque verdad no es, no puede ser; además, no se trata de un hombre, sino de sus palabras de poeta”. ¡Ay, las palabras!, siempre estoy en desventaja frente a ellas… Si son suficientemente hermosas, me deslumbran, pero me arrebatan si, para colmo, son hondas. “Hay algo además de las palabras”, le confesará cuando se atreva, hoy no, ya es tarde hoy. Le contará que la otra tarde, él acercó su mejilla demasiado a la suya para lograr decirle algo al oído, y sí, la música muy fuerte del lugar ameritaba el acercamiento, pero…

Su amiga la conoce bien y, en este punto, seguro la pararía en seco para preguntarle: “¿Y tu marido? ¡No me digas que el tipo tamb… !”. “Sssí”, la cortaría, “casados los dos, por eso te llamo, di, ¿tú qué harías?, estoy algo confusa, mira: yo ya no produzco estrógenos. Natural ¿no?, corroborado en clínica. Con ese dato, me creí fuera de toda índole de sobresaltos, pero, ¡escúchame!, tuve que esforzarme mucho para no acariciar la mejilla que quedaba libre, porque con la otra, él seguía rozando la mía. Mi pobre mano se estuvo en su sitio, cuando su sitio verdadero era acariciando la mejilla barbada y libre que alborotó mis no estrógenos”.

No es momento de hacer conjeturas científicas, piensa, pero la otra tarde, Esta Mujer descubrió que el deseo no se acaba con la edad; ¡ay la edad! Ella es mucho mayor que el poeta; está jubilada y las jubiladas “no sienten”, dicen.

Que no vuelva a acercar tanto su mejilla. ¿Qué no ve que está tibia, cubierta de pelo? ¿No nota él que ella tiene debilidad por los melancólicos, ásperos, subversivos, tímidos? O… ¿Sí lo nota?

Bastó esa caricia tibia para provocarle unos deliciosos sueños turbios que esa noche aplacó su marido, beneficiario directo de las circunstancias.

Y bien, ahora que su amiga le acaba de enviar su mensaje de gatito, ella ya va en camino a su destino: verá al poeta. Echa en falta cualquier palabra que su amiga inocente le hubiera podido decir. Tendría que haberle contado también que va a verlo hoy, sin mediar otro pretexto entre los dos que el deseo de verse; podría agregar que anoche no pudo dormir atacada por consideraciones como: “Él seguro va a cancelarme”, “¡ojalá!”, “pero si no”, “debería cancelar yo”. “Y es que yo no debería…”.

La palabra “debería” la subleva, siempre tuvo problemas con la autoridad; concede que acaso esta vez se trate de autoridad moral; otro problema: tampoco empatiza con “la moral al uso” y tiene un espíritu aventurerillo, que suele meterla en situaciones abigarradas.

Con ojeras azules, camina al sitio del encuentro, mientras se repite: “No iré”. Al llegar, la alegría de verlo, sonriendo, esperándola, la ilumina y se abrazan.

En el café, platican sin terminar nunca, sobre libros, proyectos, algo de sus vidas y se despiden tan felices como se encontraron.

Esta Mujer regresa ligera, diciéndose: “He sido tonta, somos amigos, buenos amigos y nada más”. De todas maneras, por la noche, sueña que su mano toca al fin la mejilla libre, tibia y barbada.

A la mañana siguiente, espabilada y contenta, se estira larga y tranquila, liberada. “Qué felicidad, sólo somos amigos”, repite.

Encuentra un mensaje del poeta: “Te quiero mucho, amé vernos”. ¡Qué juego tan dulce!, piensa, y se echa a llorar.

Febrero, 2020.

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Last modified: 7 septiembre, 2024
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