I
Un aforismo nunca se construye de supuestos o de verdades que se ajustan entre medianías. ¡No!, es fulminante; no debe ahogarse entre sus propias palabras; no deja dudas, es un filo profundo; no es diatriba, surge de las contradicciones inherentes de una cultura, pero aclaro, no todos caben, porque no es su tiempo.
Existe un pequeño detalle, mínimo, se podría argumentar que es casi imperceptible a primera vista, pero es poción mínima, su sustancia, lo que hace que vibre entre los labios y enriquezca a más no poder el paladar, es eso que le denominan la sazón, con el que guisa quien aspira a escribir aforismos.
La sazón se despliega en el momento justo, es la orquesta de los ingredientes, quien cocina antes de salir a escena, ya posee la mejor tonada de cada uno de los sabores que puede alcanzar su mezcla.
Así para deleitar un suculento platillo servido en el comedor de un mercado popular, es la misma forma, ni más ni menos que la escritura de aforismos. Lo incólume, ese aroma que lo acuña, que se te va hasta las tripas y no se detiene para saborearlo, la mejor de las delicias, que se te cuela entre cada fibra, entre cada poro, y no hablo de su inconsútil gramática o su bien escribir, que al final viene valiendo nada, un simple carajo, porque lo que sólo necesita un aforismo es la vida al rojo vivo, con su carne en vilo, sin trabucos, por eso, en su cocina no existen las medianías. Así debe ser el guiso de un simple aforismo; que posea una solidez a costa de cualquier bravucón de aquellas academias del Idioma o de aquellos que suplantan aforismos con máscaras de ingenuos textos. Puras patrañas de la retórica o de una falaz metáfora.
Como grandes cocineras y cocineros, se debe debatir a muerte, antes de llegar a dar la luz un aforismo, previo de un trabajo constante que se mira y se siente como el fuego los dedos, humea las ollas y los sartenes.
Quienes están frente al fogón, les preguntan por sus recetas secretas, pero comentan, con algo de garbo, que es su sazón, un elemento de magia y herencia. Ante ello el aforismo puede caer en un simple granizo y derretirse, así, antes de llegar al lector, ya estará ante el fracaso. La sazón en el aforismo es meditar, tejer entre el corazón y el dolor a raja tabla.
Cada trazo de un aforismo debe ser un garlito que te oprima el ombligo, que te haga perder equilibrio, porque es un dardo fulminante que carga la pólvora de la ironía o de plano la desvergüenza.
Para la cocinera ante su trabajo —y quien escribe aforismos— debe mantener las formas de mezclar sus ingredientes antes de llevarlos al fogón. Y lo digo, porque para llegar a poseer la sazón, se necesita de mucho trabajo y sensibilidad ante cada uno de sus ingredientes. No siempre un jitomate mantiene su solidez, depende de las condiciones de la temporada. Así, de esa forma quien escribe aforismos debe mantener el sabor, porque muchos que andan rondando en la palestra de las publicaciones, están de plano gachos, salados o insípidos.
II
Quienes descreen del futuro ya no se enfrentan a nada, ni a nadie, porque todos son culpables en la barca de los destinos, aquella que se llevará a los desahuciados. Esperan a la muerte con paciencia, sólo están, sin saborear el fruto de una caricia. Pero siempre sustentan entre sus dedos, ya de por si mugrosos y de una barriga que no soporta ninguna camisa, una respuesta fulminante, un disparo al vacío donde las rosas marchitas sólo sangran desde su sepulcro. Humor negro que se cuela. Pero ellos o él o ella, se rasca con desfachatez y se va quitando las costras dejadas desde aquellas semanas pasadas, al no haber alcanzar ni una gota de digresión, un baño sin risa, y así, de esa forma, mirar con desparpajo y, sin envergadura a la vida, porque no son Quijotes, no se les permite deambular y buscar “sueños”. Los ha mutilado una sociedad agreste, de familias con lejano pensar, que sólo mira la riqueza o el proverbial desangelado “éxito”. A él, desde hace mucho, le vale madres, por eso habla y escribe, escribe sobre su realidad siempre mirando la cercana muerte, mientras aquellos melindrosos de talla soberbia, viven entre la vida de la franquicia moral de los exquisitos. Y estos exquisitos, mordiendo sin “chacualear” van dejando en su lejano oeste, el poder chuparse los dedos ante la delicia de un mole con pollo, por eso mueren sus aforismos porque no poseen nada, pero nada, son la bisutería de las palabras. Porque no saben que la vida se le va reventando a cada segundo, y si lo saben, no pueden transportarlo a la escritura, no tienen ni la más remota idea, porque jamás han sentido el holán del hambre.
Mientras aquel pedazo de ser humano que se mira las uñas destartaladas, ya casi sin dentadura, escribe con cinismo, sorraja, entra cada trazo de su bolígrafo, esa porquería que ata a cada ser humano, la herrumbre del vacío con el que nos vamos quedando. La llanura de la hipocresía. A aquel desparpajo de ser humano, no tiene empacho, es pura y llana verdad, aunque sea la suya, aunque esté tirado en la banca de un parque. Porque en las bancas de los parque, aquel que se decida a sentarse solo, completamente, es porque el mundo lo va derrumbando. En aquella banca, en medio de árboles se puede respirar con un poco de tranquilidad, ante la hecatombe de esta “Era de la Oquedad”.
Sin mirar a nadie, sin que nada te impida respirar, ante ese ritmo que desplaza a la escritura sientes que vas dejando la carne y sólo va quedando este pedazo de tronco, así nada más, sin nada, nada que dé una simple bocanada de humo.
Esta es “La Era de la Oquedad”, donde las sustancias se fugan, donde la caricia se pierde entre los intersticios del espacio “Virtual”, por la poca capacidad para sostener entre los dedos una gota de simple información, menos se podrá un pedazo de piel, darle forma y amor continuo. Esto es un baño de sangre al cerebro, un tiro al blanco directo al pensamiento, porque no termina de asentarse cuando ya está entrando en altamar otras ideas y éstas, sin sustento de nada, hasta chistositas; se desdobla toda la metralleta de informaciones, muchas de las cuales no te dejan sostener nada, el “úsese y tírese”, porque ya está encima el reclamo, no se te permite la reflexión y un estudio de mayor envergadura. Te dan las frases intoxicadas (así transitan muchos aforismos y poemas) que no dan un respiro, no se permite evocar a la historia. Todo se encima, todos se te enciman, no hay holgura, esta “Era de la Oquedad”, es un exterminio, la carcajada de los oligarcas, el pensamiento controlado: ¿quiénes son dueños de todos y cada uno de los nuevos sistemas de información digital? ¿Acaso la clase trabajadora? Todo es imposición y ante ella, te dominan.