CRÓNICA Y FOTOS: MARIO BRAVO SORIA/LALUPA.MX
Familiares de los 43 normalistas desaparecidos en Guerrero, así como ciudadanos simpatizantes del movimiento a favor de la presentación con vida de los jóvenes y futuros profesores, marcharon en Ciudad de México al cumplirse 10 años de la larga noche de Iguala. El periodista Mario Bravo nos expone algunas reflexiones sobre tal movilización en la capital mexicana, así como acerca del papel que desempeña esta herida aún abierta en el país…
Los dinosaurios
“Los amigos del barrio pueden desaparecer/ Los cantores de radio pueden desaparecer/ Los que están en los diarios pueden desaparecer/ La persona que amas puede desaparecer”, canta Charly García en Los dinosaurios. Hace nueve años, en Buenos Aires, ese tema musical parecía ser la banda sonora idónea del andar de la caravana de madres y padres de Ayotzinapa tras su arribo al sur del continente americano. El 26 de mayo de 2015, un puñado de hombres y mujeres nos reunimos a los pies del Obelisco, ese peculiar monumento ubicado en el centro de la capital argentina. Allí, con lluvia persistente, un grupo de manifestantes caminamos rumbo a la Cancillería, y de ahí a la mítica Plaza de Mayo, lugar en donde unas valientes mujeres, cada jueves por la tarde, no se cansan de recordarle al mundo que “la persona que amas puede desaparecer”.
Protestar en el extranjero ante injusticias ocurridas en tu país, en otra geografía, en otro cielo, te hace sentir en la piel, en cada hueso, en cada órgano y en las pestañas, en las uñas, en los dientes y en las muelas, que el dolor no sabe nada de fronteras nacionales ni de husos horarios. El dolor nada sabe de pasaportes ni de banderas. El cuerpo se empapa de la misma manera en Ciudad de México o en Buenos Aires, bajo una lluvia que parece limpiar las heridas; pero no las limpia, aún no.
Aquella tarde lluviosa, Mario César González e Hilda Fernández Rivera, padre y madre del normalista desaparecido César Manuel González Fernández, así como Hilda Legideño Vargas, madre del estudiante de Ayotzinapa Jorge Tizapa Legideño, además del normalista Francisco Sánchez Nava, sobreviviente a la masacre de Iguala del 26 de septiembre de 2014, enfilaron sus pasos sobre una ciudad que les miraba con dejos de extrañeza, curiosidad, asombro y lejanía. La sensación de extranjería, quizás, aumenta cuando gritas “Fue el Estado” o “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” en un país que no es el tuyo, entre esquinas que no te recuerdan a ningún viejo amor y bajo cielos sin días azules ni soles de la infancia.
Llovía entonces, llueve hoy.
“No nos escuchan”
En el mes de marzo de 2024, en pleno plantón a favor del movimiento por la aparición con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa, charlé con doña María Concepción Tlatempa Colchero, madre del estudiante desaparecido Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa. Allí, pocos meses antes tanto del final de la administración federal de Andrés Manuel López Obrador como del décimo aniversario de la larguísima noche de Iguala, aquella mujer así se expresó frente a Palacio Nacional en Ciudad de México.
–Ayotzinapa sigue siendo una herida abierta. Pareciera que será una noche que nunca acabará. María, ¿cuál es la finalidad de que ustedes estén aquí en un plantón ubicado en el Zócalo?
–Queremos llegar a una verdad y que el presidente dialogue con nosotros: ¡a nueve años y cinco meses no tenemos nada! Hemos andado en las marchas, gritando por las calles y el gobierno parece que se hace de oídos sordos, no nos escuchan. El Ejército no quiere entregar los 800 folios que faltan. Tal vez no quieren que se sepa la verdad; pero por eso seguimos exigiendo y venimos a un plantón para que la gente se entere. No andamos por cargos ni otros beneficios, sino por nuestros hijos.
“No estamos manipulados por nadie”
–Al inicio de este sexenio, ¿cuál era la expectativa de ustedes con respecto al caso Ayotzinapa? —pregunto a la madre del joven Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa.
–Nos sentíamos con confianza y cobijados por el presidente. Él firmó un decreto, en Iguala, donde dijo que abriría los cuarteles y entregaría toda la información. Ahora, tal parece que tiene miedo de abrirlos. ¿Será que lo tienen amenazado? Tenemos todavía la fe y la esperanza de que nuestros hijos aparecerán; pero el presidente no nos llama a un diálogo. Aquí seguiremos. No es justo que nos vayamos y no tengamos nada de respuestas.
–El presidente López Obrador ha declarado que ustedes pudieran estar siendo manipulados por grupos conservadores…
–El gobierno dice que los abogados nos manipulan; pero nosotros somos los padres y, por el amor a nuestros hijos, ¡aquí andamos! No estamos manipulados por nadie.
Otra lluvia, el mismo andar
El 26 de septiembre de 2024 se cumplió una década tras la desaparición forzada implementada en contra de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, ubicada en Ayotzinapa, Guerrero. En las horas finales del sexenio lopezobradorista, la marcha encabezada por las madres y los padres de los futuros profesores, que hoy continúan desaparecidos, fue recibida por una Ciudad de México con su Zócalo amurallado y calles aledañas bloqueadas con férreas estructuras de concreto. Precisamente en uno de los accesos a la Plaza de la Constitución, en 5 de Febrero, conversé con Julio César, quien cursa el último año de su formación académica en Ayotzinapa. Mientras el contingente de la movilización definía cómo sortear los obstáculo físicos en su camino, este joven de 24 años expresó varias reflexiones bajo una lluvia que acompañó a la marcha desde su comienzo y hasta que, con base en perseverancia y paciencia, hombres y mujeres ingresaron al ombligo de este país.
─¿Cuál es su sueño al concluir sus estudios?
─Dentro de Ayotzinapa llegas con una ilusión: ya se conoce que es una escuela de hijos de campesinos, llegas con esa idea, empiezas a conocer otros lugares y tienes diferentes tipos de experiencias. La Normal, en sí, me ha dado el sueño de seguir hacia adelante, prepararme más, estudiar, y echarle ganas dentro de mis prácticas que hago en mi último año de carrera.
─¿En dónde realizan esas prácticas?
─Dentro de primarias que nos abren las puertas. Son escuelas cercanas de Tuxtla o Chilpancingo. Hay escuelas que nos albergan para que podamos ir a ejercer y enseñar más la labor de lo que es un docente.
─A usted, personalmente, ¿qué le motiva a seguir en la lucha y en la búsqueda de los 43 normalistas desaparecidos?
─Muchas cosas. Cuando entras a la Normal siempre te inculcan que debes respetar a tus 43 compañeros porque lo que tienes hoy es gracias a ellos. Cuando salgamos de la Normal y podamos ejercer, eso será gracias a la lucha de nuestros compañeros. La Normal te da esa seguridad y herramientas para que salgas a la sociedad y des una educación como lo dice el artículo tercero de la Constitución: libre, laica y gratuita.
─¿A ustedes qué les enseñan en Ayotzinapa?
─Cuando llegas, lo haces sin conocimiento de muchas cosas que te inculcan en la Normal. Hoy, por ejemplo, podemos criticar los modelos educativos como la Nueva Escuela Mexicana. A lo largo de los años, en México no ha existido un mejoramiento en la educación, sino simplemente hemos visto peleas políticas y la educación queda estancada. Hoy vemos que se le quita atención a lo que realmente importa, como las materias de español o matemáticas, pues la Nueva Escuela Mexicana se enfoca en proyectos. Esta Normal te enseña a que seas crítico y eso lo llevamos a nuestras clases.
─¿Qué piensa sobre el manejo del actual gobierno federal acerca del caso Ayotzinapa?
─Lo ha manejado muy mal porque, a través de comentarios y filtraciones, se ha demostrado que el Ejército ha tenido algo que ver dentro de la desaparición de nuestros compañeros, y si el gobierno no acepta eso, pues se nota de qué lado están los favoritismos. Ellos llegaron al sexenio prometiendo que resolverían el caso de los 43 y se apegaron al dolor de los padres, pero ahora tapan la verdad. Este gobierno ha querido crear otra verdad histórica.
De Tlatelolco a Ayotzinapa
En el apartado II de sus Tesis sobre la Historia, Walter Benjamin pregunta, señalando la innegable presencia del pasado en el hoy: “¿Acaso no nos roza, a nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes? ¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces que dejaron de sonar? […] Si es así, un secreto compromiso de encuentro está vigente entre las generaciones del pasado y la nuestra”.
En el caso Ayotzinapa, tal vínculo temporal es evidente: los 43 normalistas desaparecidos se alistaban para viajar a Ciudad de México y rendir homenaje a otros estudiantes, los cuales fueron ferozmente reprimidos 46 años antes de ocurrida la indigna noche de Iguala en 2014. ¿Qué nos grita Ayotzinapa a quienes habitamos el hoy? ¿No es, acaso, el recordatorio de la existencia de un modo estatal continuo, persistente, hasta ahora inacabable, que opera para desechar a los cuerpos considerados como prescindibles ante la lógica del capital y del Estado-Nación en México? Ayotzinapa no sólo es un hueco en el pecho de una sociedad tras una tragedia del pasado, sino también una penosa y riesgosa imagen de futuro.
En su sexta tesis, Benjamin advierte: “Tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence. Y el enemigo sigue venciendo”. ¿Cómo garantizar un país en donde no vuelvan a suceder enormes injusticias como el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco o el caso de los 43 normalistas si, burdamente, se mira hacia otro lado para olvidar la tragedia o se descalifica fácilmente el derecho de las víctimas a obtener verdad y justicia? ¿Un país puede echar a andar sus pasos, de manera digna y humanista, si elige el camino de la desmemoria? El historiador francés Michel De Certeau diría que no, que todo faltante o borramiento en la historia pugna por emerger, tarde o temprano, casi a la manera de un trauma o una huella reprimida, colocada torpemente por debajo del tapete, pensando que así no seremos incomodados por su presencia.
Sin verdad ni justicia, Ayotzinapa será un síntoma que irrumpirá cuando menos lo espere y por donde menos lo intuya este país: así como el zapatismo indígena en la primera madrugada de enero en 1994, así como un campesino de Atenco resistiendo, incansable, o como un rebelde habitante de Oaxaca haciendo guardia dentro de una barricada en 2006. Revisando pasajes de movimientos sociales no sólo con los ojos puestos en 2014, sino yendo más atrás: 2006, 1994, la guerra sucia, Tlatelolco y demás, pareciera que estamos frente a una catástrofe única, tal como lo advirtió Benjamin en su novena tesis, y no meramente ante una cadena de acontecimientos desbalagados, inconexos uno del otro.
Una petición
La poeta argentina Giselle Aronson escribió un poema que, en estos días finales de septiembre, hace que las lágrimas se mezclen y sean confundidas con las gotas de la lluvia. Aquí un fragmento:
Si me llegaran a desaparecer, te pido que me busques. Que salgas a la calle con los que me buscan, que preguntes, que no te calles, que no te quedes, que te importe. Que reclames a quienes tengas que reclamar.
Porque tengo una familia, porque tengo cosas que hacer, porque me esperan. Pero, más allá de eso, porque tengo una vida y una libertad que nadie debe atropellar.
Si me llegaran a desaparecer, te pido que me busques porque, donde sea que esté, voy a estar esperando que me encuentres.
Pregunta
Y sigue cayendo la lluvia. Ayotzinapa no cierra, imposible por ahora. ¿Es posible construir primeros y segundos pisos de un proyecto de nación sin verdad ni justicia para los desaparecidos de este país?