El siguiente ensayo breve dividido en dos partes sostiene que el burgués Elon Musk nació siendo un príncipe; más allá del insulto fácil, es un idiota, y no es digno de admiración alguna.
- El sesgo del éxito
Hay un sesgo entre las personas que creen que los individuos pueden hacer fortunas propias sólo con SU trabajo, SUS méritos, SU inteligencia y SU disciplina. Este sesgo es alimentado con millones de productos culturales que enaltecen la fuerza de voluntad como la más grande de las virtudes humanas, pues a través de ella se puede modificar no sólo la realidad particular de cada persona, sino el mundo entero. Esa máxima, que está detrás de frases publicitarias, mensajes de película, series, libros y canciones, entre muchos otros tipos de contenidos, es de esas medias verdades que devienen en mentiras completas.
Es cierto que en las burbujas humanas que son las sociedades la voluntad es un elemento indispensable para el cambio, la transformación, la revolución o la caída de las estructuras, pero si la voluntad y esfuerzos individuales pudieran cambiarlas por sí solas no existiría la estabilidad necesaria para el desenvolvimiento de las instituciones, el mercado, los países… Las sociedades requieren para su continuidad más o menos estructurada que sus cambios sean pausados y hasta cierto punto predecibles, por lo que un individuo no puede cambiar el sistema a menos que este ya se encontrara corroído por dentro previamente, lo cual desestima la presumida “magia” de su agencia: más que hacer el cambio en sí, sólo empujó un edificio que se venía abajo.
Napoleón no tiró a la Primera República Francesa, sino que aprovechó la decadencia de un proyecto que nunca se concretó para, con un grupo político que él encabezaba, restituir el trono galo.
Regresando al sesgo mencionado líneas arriba, podríamos llamarlo el “sesgo del éxito”. En las sociedades capitalistas se les denomina exitosas a las personas que amplían sus ingresos económicos y bienes materiales de manera extraordinaria, aunque no es raro que se le diga así a quienes ya nacieron con mucho dinero y sólo hacen la “ardua” tarea de mantenerse ricos. Cuando alguien tiene el “sesgo del éxito” piensa que, como existe un ejemplo de cierto individuo que enfrentó adversidades y aun así se hizo de dinero, cualquier persona con alguna o algunas circunstancias en común puede hacerlo también; puede ser exitosa, en términos de acumulación de dinero y bienes. Esta idea, en cuanto a generalización, es falsa.
Es falsa porque no cualquier persona tiene en algún momento de su vida todos los elementos que se requieren para poseer medios de producción o productos que le reditúen en abundancia sin imprimir fuerza de trabajo propia, condición sine qua non para ser “exitoso”, esto es, ganar dinero mientras se duerme, vacaciona o defeca.
Las circunstancias para llegar a ser ese receptor de riquezas copiosas que medio mundo quiere ser (y en verdad tiene la esperanza de llegar a ser) se conjuntan en las vidas de poquísimos individuos, sin que el talento, la constancia, la inteligencia o el trabajo duro las garanticen, pues dichas circunstancias no se forjan solamente con esos méritos, como el discurso voluntarista de tu película favorita de autosuperación quiere hacerte creer (En busca de la felicidad, por nombrar un burdo ejemplo). Por supuesto que existe gente que ha mejorado su situación económica a partir de mucha creatividad, esfuerzo e inteligencia (también con algunas situaciones a favor), pero no estoy hablando de ellos, sino de tipos como el vanagloriado lobo de Wall Street, un exconvicto hijo de puta que ahora es utilizado como ejemplo de superación por escenas de una película de Scorsese que irónicamente ilustra el desecho humano que es.
Jordan Belfort no era una persona pobre, y sus primeras oportunidades las obtuvo gracias a la buena fortuna de ser un hombre blanco estadounidense en una época de dinamismo de la bolsa de valores de Nueva York cuando había pocas regulaciones y montos de dinero que sólo existen en un imperio succionador de riqueza como Estados Unidos. Su “inteligencia” para abusar de miles de pequeños inversionistas, con un equipo de truhanes, vale la pena recalcar, fue el desencadenante para que una serie de circunstancias que jugaban a su favor de nacimiento le permitieran estafar en grande.
En contraste, las personas en situación de alta vulnerabilidad están estructuralmente impedidas para tener una vida digna: no importa cuánto trabajen, no pueden ahorrar porque el pago de su trabajo es tan raquítico que todo se va en necesidades básicas, y ni para ellas alcanza; por lo mismo, viven en condiciones inadecuadas, con carencia de servicios, sin posibilidad de una educación completa y sin contactos que los recomienden para empleos con buenos salarios. Están encerrados en una burbuja de desprecio social que se repite en las generaciones consiguientes porque carecen de las circunstancias para salir o reventarla.
El “sesgo del éxito” no va dirigido a esa gente (con esa visión no se le considera “gente”, al menos no con el mismo valor que los no pobres), sino a clasemedieros que podrían hallar un resquicio para hacerse de riquezas, vía la venta de un bien o servicio excepcionalmente redituable, alcanzar altos cargos en empresas privadas o gobiernos, u obtener fama con la cual comercializar su imagen. El sesgo impulsa a los “plebeyos” que muestran un mínimo de similitud con la esfera burguesa y que, con muchísimo trabajo, suerte y eliminando a los otros aspirantes, podrían ganarse un lugar en su selectivo, excluyente y, por definición, clasista círculo. Eso implica alcanzar el éxito capitalista.
Se dice que en la modernidad capitalista dejaron de existir los nobles; en realidad eso no ocurrió, sino que los títulos nobiliarios cambiaron para darle un aura meritocrática alineada con el discurso voluntarista que justifica la existencia de la riqueza concentrada en individuos y familias: se les llama ahora “empresarios”.
Por lo anterior, ser pobre y permanecer pobre no implica falta de voluntad o “mala voluntad”, como tampoco la riqueza implica mérito; puede venir por herencia y sólo estar revolviéndose con ánimos de incrementar, como es el caso del ultrarrico de moda, el príncipe Elon Musk.
- El príncipe idiota
En la obra de Fiódor Dostoyevski El idiota o El príncipe idiota, el príncipe Myshkin es un hombre demasiado ingenuo que es confundido con tonto por la candidez con la que juzga a los demás, de manera que suele ser víctima de abusos. El idiota que construye Dostoyevski sólo lo es a los ojos de quienes no conocen el alcance de sus reflexiones; en verdad es una persona sensible y sincera, con una capacidad fuera de lo común para entender a los demás, es decir, tiene una gran inteligencia emocional. También hereda una gran fortuna por su linaje y no tiene problemas económicos.
Elon Musk en realidad es una antítesis de ese idiota, sólo teniendo en común ser víctimas de bullying y la dotación de riqueza recibida por las familias a las que pertenecen. Musk es un poseedor de empresas sudafricano (también con las nacionalidades canadiense y estadounidense), hijo de un magnate inmobiliario y de la extracción minera; su madre es una exitosa modelo canadiense. De acuerdo con el mito que ha creado alrededor suyo, fue víctima de abuso, como el príncipe Myshkin, debido a su personalidad “nerd”, ya que desde muy joven le gustaban las computadoras, los juegos de rol y los cómics, pero era muy tímido.
La inteligencia que presume este heredero del apartheid es la lógico-matemática, en contraste con la inteligencia emocional del príncipe, la cual era muy valorada por el mismo Dostoyevski, así que dotó a su personaje principal de esa virtud. Es irónicamente el tipo de inteligencia que le falta a Musk para no apoyar a otro magnate demente en su amenazador camino de regreso a la Casa Blanca.
De acuerdo con las ideas de Musk, la innovación y la supervivencia de su estirpe (blanca y rica) lo es todo, y el motivo de invertir en energías verdes, autos eléctricos y la colonización del espacio. Esas prioridades lo acercaron a Donald Trump, caudillo de la teoría conspiranoica de ultraderecha conocida como QAnon, que insiste, sin evidencia alguna, en la supuesta conspiración de demócratas, estrellas de Hollywood y prácticamente cualquiera que hable a favor de la repartición equitativa de riqueza en agentes que participan en una red internacional de tráfico sexual de niños, la cual sólo un agresor sexual real como Trump puede detener.
En verdad eso pregonan los creyentes de QAnon, lo cual no suena a una ideología digna de una persona brillante, pero Musk ha invitado a sus seguidores a empaparse de esas fobias y desde que compró Twitter les ha dado vuelo.
Ese no es el único pensamiento “polémico” del examigo de Samuel García, pues le preocupa que la humanidad se acerque a un escenario de caída brusca de la natalidad, debido a lo que ocurre en algunos países de Europa Occidental donde los nacimientos no alcanzan la tasa de remplazo y se registra una disminución de la población. Previendo que esa situación se acentúe, Musk y otros multimillonarios abogan por que “personas con una genética superior” se reproduzcan mucho… Sí, suena familiar esa idea, muy Tercer Reich para mí gusto, pero supongo que es por la brecha cultural que tengo con un sudafricano millonario acostumbrado a que el racismo sistemático lo favorezca. Musk tiene actualmente 12 muy blancos hijos, por lo que ha puesto su granito de arena para combatir el aumento de la población negra… perdón, para combatir la hipotética caída de la tasa de la natalidad mundial. Muuuuuuy hipotética, porque en tan sólo 12 años la cantidad de seres humanos creció en mil millones, claro que la mayoría en África Subsahariana, y ya nos olemos lo que Elon opina de eso.
Y regresando al tema de Twitter, sus decisiones sobre la red social que compró también hacen dudar de sus capacidades intelectuales. No sólo removió las políticas para contener los insultos y discursos de odio que proliferan, en pos de la “libertad de expresión sin límites” (concepto que en sí es una estupidez, pero ese tema da para otra extensa discusión), sino que tiró por la borda ¡la marca misma!
Twitter, la palabra que propició el verbo twittear y el sustantivo tuitero/tuitera, fue sustituida por una insípida “X”, todo porque Musk había registrado la letra como marca años antes para uno de sus emprendimientos fracasados, de esos que los ricos se pueden dar el lujo de hacer por montones, ya que siempre tendrán recursos para atinarle a una inversión que les haga ganar millones sin trabajar.
Pregunto con sinceridad a lectores versados en mercadotecnia si existe un éxito mayor a nivel mercadológico que acuñar un término del cual se desprendan neologismos, es decir, ¡que modifique lenguajes! Bueno, la plataforma que compró Elon Musk, porque le encanta usarla y porque censuró los llamados a derribar al gobierno de su amigo Trump, tenía por nombre una palabra que añadió nuevas entradas a diccionarios de todo el mundo, lo cual tiene posibilidades de mercado inmensas. Sin embargo, este alabado “empresario” la cambió por algo que ni a palabra llega, es sumamente genérica y se confunde con cualquier cosa. El motivo no podría ser más infantil y le costaría el trabajo a cualquiera que tuviera que dar cuenta de sus decisiones, pero no a los burgueses, no, ellos pueden portarse como niños berrinchudos y siempre habrá quienes les admiren.
Muchas personas creen que Musk es un visionario por los automóviles Tesla o los cohetes de SpaceX, como si él los construyera. No consideran que él no es quien diseña las naves, ni forma parte activamente en la producción, sino que da órdenes a quienes dirigen todos los procesos a partir de sus ocurrencias, que en ocasiones son completas tonterías y terminan siendo derroches de recursos materiales y humanos, como el caso reciente del Cybertruck, una caja de metal sólo accesible para gente que piensa que ganar 50 mil pesos al mes es de pordioseros, la cual absorbió buena parte de los trabajos de desarrollo de Tesla en una cosa con un mercado pequeñito.
¿Es visionario quien lanza los limitados recursos naturales fuera del planeta como basura por su sueño siniestro de colonizar el espacio para cuando gente como él hagan inhabitable la Tierra?
¿Qué ha hecho de admirable Elon Musk fuera de incrementar el dinero de su herencia a partir de jugosos contratos con el gobierno de Estados Unidos?
A mi parecer, la pleitesía hacia este hombre se basa únicamente en ese “sesgo del éxito” que lleva a las personas creyentes de la supuesta superioridad intelectual y moral de los millonarios a rendirles culto y fantasear con acceder a su vida o capacidad de consumo. Admiran al rico por rico, aunque disfracen ese motivo banal con excusas más o menos elaboradas.
Elon Musk es un mirrey que hace sus caprichos porque puede, sin beneficios reales para la humanidad. Es rico porque nació rico; ha sido el más rico del mundo por avaricia y suerte, ninguna de las dos cosas es una virtud, y por más que haga berrinche morirá antes de que una de sus latas hipertecnológicas llegue a otro planeta habitable para la humanidad, pero su idiotez emocional seguirá generando impactos negativos, porque puede.
Dostoyevski tildó de idiota a su príncipe con ironía, pues en el desarrollo de la obra desenvuelve su personalidad compleja y tipo de inteligencia infravalorada en un entorno a veces frívolo y cruel. En cambio, Elon Musk ha pagado por crearse una imagen de genio excéntrico con los inagotables recursos que lo coronan de nacimiento; se ornamenta con un velo edgy (interesante, cool, lobo solitario, “único y detergente”), sus referencias a la cultura pop e imágenes de IA que lo pintan orgulloso y atractivo. Todo este espectáculo recubre la inseguridad y baja autoestima que él mismo ha admitido: son una máscara para disfrazar al niño herido convertido en déspota megalómano y padre irresponsable que es este príncipe idiota de la vida real.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “AZUL CASI MORADO”, LA COLUMNA DE JOSUÉ MÉNDEZ RUIZ PARA LA LUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/josue-mendez-ruiz-azul-casi-morado/
Excelente comentario mini-ensayo. Muy bien estructurado. Muy interesante el concepto “sesgo del exito”. Enhorabuena!!