Para mi amigo, michoacano por adopción, Guillermo Loaiza.
La Historia le tenía reservado un lugar al carismático presidente oriundo de la provincia mexicana, quien basó su sexenio en la promesa de justicia social para todos y todas. Sin embargo, su mandato tanto fue cercano al pueblo como consolidó una estructura de poder centrada en la figura presidencial.
Uno de sus primeros actos de gobierno fue cambiar la residencia oficial, ya que consideraba que la anterior, por su suntuosidad, no era coherente con la política de austeridad de su administración. Gran parte de su apuesta política se cimentó en la cercanía con las clases trabajadoras. Si quería diferenciarse de gobiernos que, aunque se autodenominaran populares, mantenían un innegable tufo elitista, era indispensable afianzar su base social. Así, confiado en el respaldo popular que acumulaba a raudales, desde el inicio de su mandato mostró su temperamento con acciones contundentes, revelando el estilo personal de gobernar que lo acompañarían durante los años venideros.
Buena parte de su proyecto de nación consistió en dignificar al pueblo. Sostuvo constantemente que durante años los pueblos originarios y los sectores más desposeídos ocuparon un lugar secundario en la agenda pública. Con su llegada al poder, buscó transformar esa realidad, sin embargo, tras bambalinas, su objetivo también era acabar con una clase privilegiada —especialmente altos funcionarios de administraciones pasadas— que había utilizado el poder para beneficiarse a expensas de los demás.
Aunque muchas de sus acciones de gobierno fueron cuestionables a la luz de los indicadores económicos, es innegable que recibieron buena acogida popular. No cabe duda de que colocar primero a los pobres, en un entorno tan desigual como el mexicano, fue un gesto saludable para la supervivencia de la república en su conjunto.
Fue alguien cercano a los sindicatos, aunque a veces no, según soplaran los vientos políticos. Recorrió el país de norte a sur, caminó por pueblos y plazas, saludando de mano a la gente y mirándola a los ojos. Este contacto reivindicaba su humanidad y, en gran medida, maquillaba ante los ojos del pueblo los defectos de su administración, que no eran pocos. La precipitación e improvisación que a veces caracterizaban sus decisiones, sin medir con precisión las consecuencias, llegaron a generar algunos reclamos incluso populares.
También estamos ante un presidente que se fijó como meta la reivindicación nacional. Buena parte de sus esfuerzos se centraron en la recuperación del petróleo y otros recursos para la nación. Este hecho, sumado a su postura firme ante el gobierno estadounidense en defensa de la soberanía mexicana —con cuyo presidente, por cierto, compartía afinidades—, acrecentó el mito de su figura para la posteridad.
Finalmente, fue el presidente que consolidó la estructura partidista unipersonal para los años por venir, así fuera con elecciones sangrientas como la que siguió a su mandato. Escribiría como conclusión sexenal: “Me esforcé por servir a mi país, y con mayor empeño al pueblo necesitado, cancelé muchos privilegios y distribuí en buena parte la riqueza que estaba en pocas manos” (Krauze, Los Sexenios). Seguramente, los ojos lectores más avezados ya habrán deducido que me refiero al oriundo de Jiquilpan, Lázaro Cárdenas, cariñosamente conocido como “Tata”. Cualquier parecido con la realidad política contemporánea es mera coincidencia.
Julio E. Sancliment Martínez es director del Departamento de Derecho del Tecnológico de Monterrey, Campus Querétaro. Es profesor de derecho constitucional, doctor por la Universidad de Salamanca, maestro por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, y abogado por la Escuela Libre de Derecho.
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