Una hoja que se posa en blanco, puede emerger sobre ella el ritmo de sus letras e imágenes, indeleble, con una estructura de su majestuosa arquitectura y de un brindis de exquisita tinta, belleza que debe dar la estampa.
Poco me resulta el espacio para escribir y abordar sobre la obra y trascendencia del maestro Stols. Su padre fue un encuadernador y desde temprano bebió la belleza que debe poseer y llevar un libro. Su trabajo fue admirado por muchos conocedores y amantes de las bellas ediciones, que dan al libro la jerarquía que le corresponde. Artistas y escritores alemanes, franceses, belgas y holandeses, entre los que destacan Paul Valéry, André Gide, André Maurois, Anatole France, Valery Larbaud, entre muchos más, tuvieron la fortuna de ver sus impresos impecables por Stols; de mirar y querer sentir a los ojos y al tacto, como si fuera aquella época primigenia de los impresos; el alcanzar lo majestuoso e impecable que se logra en el trabajo constante y arduo dentro de las artes gráficas. Siempre fue su intención equilibrar el texto con el impreso; reitero, que cada letra tuviese la importancia requerida para dejar sólida cada página. En México llegaron a temprana edad sus ediciones. Conocía todas las posibilidades que podía dar, para la formación de un libro para bibliófilos o coleccionistas exquisitos, la gráfica para que ese libro sea de gran valor, es decir, de un aguafuerte, de un huecograbado o de xilografías, y de todas y cada una de las posibilidades que le permitía su trabajo. En México fue conocido por varias vías: el maestro Díaz de León por una revista francesa de artes gráficas en 1930. Por su lado, Alfonso Reyes buscaba un impresor que realizara una obra impecable de uno de sus primeros libros, cuando se encontraba como embajador en Brasil, y Valery Larbaud le sugiere al maestro Stols, con quien inicia una correspondencia y amistad que durará hasta la muerte de Reyes, en 1959.
Las cartas eran, en las décadas anteriores, una comunicación en muchos sentidos provista de sinceridad, de que el pensar tuviera una mayor claridad y más, sin lugar a dudas, cuando eran enviadas de forma autógrafa o de forma dactilográfica. Stols y Alfonso Reyes tuvieron a bien el tener comunicación por este medio; en 2011 Gabriel Rosenzweig compiló y dio a la luz el libro Pasión por los libros: Reyes y Stols correspondencia 1932-1959, editado por El Colegio Nacional. En su primera carta le escribe Stols a Alfonso Reyes:
“Me sentiré muy contento si quisiera enviarme un ejemplar de su revista a fin de que yo pudiera hablar de ella en una revista holandesa. El interés del público holandés por la literatura mexicana es más grande de lo que usted creería a primera vista.
Creo también que los tiempos no están muy lejanos en los que se podrán editar traducciones de novelas o cuentos mexicanos, como ya tuve el honor de hacerlo con un libro argentino. Tras una edición de gran lujo del célebre libro de Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra…”.
“Maestro A. A. M. Stols, ¿tiene su apacible taller una ventana sobre el río? No le dirijo esta pregunta para que se entere de que yo sé que el Mosa, en su extendido trayecto, se allega a la ciudad de Maestricht (sic) (Maastricht, provincia de Limburgo al sureste de los Países Bajos) donde usted reside. No, no es eso. Ocurre que me tiene cautivado este severo pedestal de perfecciones tipográficas, estos húmedos Romances del Río de Enero, de nuestro amigo Alfonso Reyes, que usted ha convertido –con patente amor a su oficio– en carne de lectura. El volumen reposa en el escritorio, tras haber introducido en mis ojos el sosegado caudal de sus primores, así los del autor como los de usted. Y no he podido evitar, Maestro Stols, reconstruir en la imaginación el ámbito del taller en que su afán se desenvuelve y fructifica”, palabras expuestas por el bibliófilo y periodista Antonio Acevedo Escobedo (1909-1985) en un texto de 1933.
No solamente vino a México a realizar una gran labor con investigaciones, dando clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, por intermediación de Millares Carló, y dio asesoramiento en el Fondo de Cultural Económica (FCE), como también en la ya extinta Imprenta de la UNAM; al trasladarse a su nueva sede en Ciudad Universitaria (1959), participó en la instalación dando sugerencias técnicas y de adquisición de maquinaria. Nos legó libros encomiables que resultan de gran importancia para aquellos que están tras las huellas de la historia de la imprenta en México o del libro, como su libro ya convertido en una referencia primordial Antonio de Espinosa. El segundo impresor mexicano, editado por la UNAM en 1962. También dejó proyectos para crear el Museo del Libro y el Instituto de Investigaciones Tipográficas. Un olvido que la historia no perdona.
Interesante como cada publicación.
Gracias por permitirme aprender.