Autoría de 10:37 pm #Opinión, Jovita Zaragoza Cisneros - En Do Mayor

Ni Lolita ni Humbert Humbert – Jovita Zaragoza Cisneros

Joven en edad; pero de largas (más largas que una jirafa) y añosas ambiciones, la senadora  está consiguiendo lo que quiere: centrar la atención en ella, en lo que hace y dice. Y lo consigue. No le importa comportarse como chivo en cristalería con tal de llamar la atención para hacerse un lugar destacado en la política y, de esa manera , asegurarse un sitio  promisorio en ella. Aprendió (vaya usted a saber desde cuándo) que enarbolar banderas que aparentan ser de corte social deja dividendos políticos a largo plazo. Es cosa de paciencia y esperar su momento. Y es éste. 

Tiene buena figura y destila juventud y estudiada coquetería que intenta hacer  pasar por natural, como la Lolita de Nabokov. Claro, guardadas las proporciones, porque Lolita no era personaje vulgar ni  buscaba poder por el poder. Era otro el asunto.

La  senadora sabe que uno de los pasos importantes  es asegurarse buena sombra de personajes influyentes en su bancada y  hacerse notar ganándose sus simpatías defendiendo con “garra, pasión y coraje” la causa . Por eso acudió al plantón afuera del INE, aquel abril del 2021, en apoyo de uno de los políticos más detestables, un  macho recalcitrante que impuso a su hija como gobernadora en Guerrero. La protagónica senadora irrumpió allí en el templete haciendo un número estelar lanzando arengas y atizada por una masa llevada ex profeso para lanzar vivas.

A esta senadora parece no importarle  nada de lo que suceda fuera del ámbito de su partido. El tema de la violencia a las mujeres ( mientras no sean  de su bancada ) no es algo que le quite el sueño; lo que le importa  es tener reflectores sobre ella.

De gustos burgueses, como viajar en avión especial con todo y familia, la caprichosa joven gusta de hacer ojitos mientras arruga su ancha pero traviesa nariz en tanto avanza en su cometido.  Así construye su camino para ocupar —más adelante— altos cargos en la política nacional. Sabe que su astucia y paciencia le darán frutos.

Celebrará su recorrido y cada ascenso logrado sin cuestionamiento alguno sobre los fines usados para ello. Llegar es lo que cuenta. Total, en sociedades con grandes espacios vacíos de educación y valores tembeleques, el fin justifica los medios. Y conste que digo sociedades, no me circunscribo a la política solamente. Al tiempo.                  

Por lo demás y, por último, fijo postura personal sobre la foto del escándalo. No estoy de acuerdo con lo que ya es una clara ruptura de límites en los memes y en el lenguaje usado para denostar a cualquier mujer. Sea política, o no o de cualquier partido. Aplíquese la llamada de atención, pero para todos por igual.

¡Güero güerrinche…  

Me disponía a tomar las fotos del momento con mi celular, cuando un suave e involuntario rozón en mi hombro me distrajo. El hombre se abría paso por entre los camarógrafos, periodistas y medios, para dirigirse al frente del contingente que encabezaba la marcha del Ángel a la sede del Senado de la República para pedir a los senadores no aprobar la caprichosa iniciativa del ejecutivo a la Reforma Judicial.   

Reconocí en el hombre maduro de piel blanca hasta el deslumbre  y ojos de color azules como el de un océano insondable, al político panista. De estatura mediana (aunque  más bien  baja) pero inobjetable buena educación,  siempre respetuoso en sus modos y formas, cualidades estas últimas que en estos tiempos de políticos pedestres y rijosos se agradecen.  Pero, con todo y esas cualidades, en esos momentos no estábamos para complacencias con los  que buscan  reflectores.

La imagen de los jóvenes estudiantes de la UNAM con su enorme manta con el mensaje: “Defendamos juntos el Estado de derecho”  fue tan potente como esperanzadora en estos tiempos en que estamos padeciendo  los furores de un ex presidente,  cuya administración ha sido de  las  más ignominiosas para  las instituciones de este país. Y que, en el caso concreto de las bases que sentó y ordenó hacer con el sistema de Justicia, es de una gravedad que aún hoy mantiene en vilo a quienes comprendemos los alcances de lo que ello representa para la vida de todos los ciudadanos . El golpe mortal que se  pretende asestar al sistema de Justicia queda como el oprobioso culmen de  un revanchista  cuya irresponsabilidad y ambición de poder no tienen parangón.                

De manera tal que la actitud  oportunista del político irritó a más de uno de quienes allí estábamos a punto de tomar las fotos. Observé al intruso. No me cupo duda que había esperado el momento exacto en que los medios de comunicación  se dispusieron a hacer las tomas de transmisión y las potentes cámaras  de los reporteros documentaban aquel instante  de la  manifestación de ese domingo 8 de septiembre, para aparecer él a cuadro. En silencio sin grandilocuencia, pero evidente cálculo del político que es, pasó al frente pretextando saludar a los jóvenes universitarios  que se disponían ya a iniciar la caminata hacia el Senado.

¡Ese güerito hágase a un lado!, dijo una voz varonil con evidente tono de molestia  y que como yo, se disponía a tomar también fotos. Esperé un par de minutos para ver si el aludido se daba por enterado. Pero nada. Estaba claro que no dejaría pasar el momento de los reflectores. ¡Por favor a un lado…! Agregué, mencionando el nombre del personaje en cuestión. Pero Nada. El seguía tomándose fotos por aquí y allá con alguna señora, de esas que reducen su compromiso ciudadano a asistir a las marchas a defender alguna causa y que se emocionan tanto cuando ven a un político de sus simpatías y piden una selfi  con él. Y más si este responde al estereotipo de cualquier  actor de televisión.

… mata las chinches!    

¡Rediez y re once!, dije para mis adentros bajando mi celular, esperando que el político se quitara de allí y pudiera yo tomar imágenes de los verdaderos protagonistas, jóvenes universitarios conscientes de lo que significaba la imposición de un presidente para desmantelar el último y más importante bastión  de equilibrio de la justicia para el país y que, de consumarse tal voluntad, las consecuencias para todos  serán más que preocupantes. No es exagerado decir, terroríficas. La presencia allí de los jóvenes era esperanzadora. Un momento que no se daba desde hace poco más de cincuenta años y ese impertinente político lo estaba echando a perder.

Mientras yo daba tiempo a que se quitara para obtener una  panorámica completa sin él  en la foto, me acordé de cuando en mi terruño, en  nuestra inocencia y simpleza de niños, cuando queríamos  molestar al culpable de una afrenta  y este era  de piel blanca y tendiente a rojiza (güerito), coreábamos la frase: ¡“Güero… güerinche mata las chinches!”

(Hasta ahora  que escribo esto y pienso en el sentido de la expresión, supongo que la lógica de tal burla se asentaba en que el color de la piel del güero semejaba al de las picaduras de chinches que dejan su marca rojiza). 

Sonreí para mis adentros con la  absurda situación. ¡Situaciones  tan delicadas en el país y estarse tomando fotos!  ¡No es tu momento… hazte a un lado y deja el campo libre.  Es el país y son los jóvenes los protagonistas. Deja tomarles fotos a ellos!, conminé con voz fuerte y con inocultable molestia… Pero  nada que se movía. Medias sonrisas de su parte posando con uno y otro y una y otra señora que seguían, cual adolescentes, tomándose selfis.  

 Uno de sus simpatizantes que estaba cerca de mí al escucharme protestar, me dijo:

—¡A ver señora, pase al frente y le tomo una con él!

Y yo, normalmente  calmada que soy, esta vez mi indignación afloró ante tal humillación. Aquel mequetrefe de pocas luces  asumía que detrás de mi reclamo  se escondía  una intención de tomarme  foto con él. Asumía el hombretón que acallaría mi molestia de esa manera.   

—¿¡Quién le dijo a usted qué quiero una foto !?  protesté airada.  ¡Vaya usted por su esposa que seguramente es fan  y tómele una foto con  él! ¡No vine a la marcha a tomarme fotos!  ¡Y luego porqué estamos como estamos!— concluí, al tiempo que, cautelosa, ponía distancia de por medio. No fuera a ser que aquel hombretón respondiera a mi enojo con agresividad.  La manera como había asumido él mi reclamo  me hablaba de alguien que no concibe que no me rindiera, como las otras señoras, a los encantos de ese político que responde a los estándares de alta guapura. 

Me retiré de allí.  No le haría el juego yo a ese ni a cualquier otro político , me dije desencantada al ver a ciertos ciudadanos que suelen caer en actitudes pueriles e infantiles de tomarse la fotito con personajes destacados. En ese caso fue con el político; pero también he visto en las marchas a ciudadanos hacer caso omiso del orador que está en la palestra y, emocionados al descubrir entre los asistentes a un analista de cierta relevancia en los medios, le piden una selfi.  

Ante escenas como estas, suelo jugar con las situaciones mientras respiro profundo e invoco el nombre de  Ibargüengoitia y su magistral manera de ofrecer nítidas radiografías  de esta sociedad que somos. Sonrío con resignación y para mis adentros me digo: “ no hemos pasado de ser un pueblo globero y telenovelero”.  Lo de telenovelero no necesita mayor comentario o explicación, pero ¿por qué globero? Ofrezco disculpas por dejarle con la curiosidad; pero prometo platicar otro día la anécdota del pueblo globero.

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Last modified: 12 octubre, 2024
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