1
Cuando se pregunta: “¿Para quién se hace el periodismo cultural?”, lo que en realidad se está cuestionando no es el carácter del oficio sino corroborando, en todo caso, el extravío de la sensibilidad social. Porque lo que soterradamente refleja la interrogante es la aceptación de la pérdida de la identidad propia por pertenecer, ya, al ámbito de la inducción mediática: no se conoce, pues, otro circuito que el televisado, el visualizado en las aplicaciones digitales, el inducido en los medios. Por eso se cree que la cultura, o lo que se quiere creer como cultura, es aquello que le es ajeno al individuo, es aquella sustancia elitista, ese asunto minoritario que interesa sólo a unos cuantos, para aquellos cuyo intelecto es inalcanzable.
Porque precisamente los aparatos electrónicos han vulgarizado, o trivializado, o adocenado, tanto la vida que la concentración del pensamiento pareciera algo imposible. De ahí que la gente se suponga distante del ejercicio reflexivo: no hay nada como abaratar la cavilación.
Después de todo, resulta más sencillo dejar reposar las ideas que hacerlas cabalgar a campo traviesa.
(Una supuesta influencer española, con miles de seguidores que le acarrean miles de pesos cada mes, dice, atildada y risueña segura de su discurso, que The Beatles en castellano significa, ¡Los Escarabajos! Y lo señala tan seria que, supongo, numerosísima gente se lo cree, cuando este término no tiene ese significado al contener, en su interior, un ingenioso juego de palabras elaborado por John Lennon: en lugar de beet, las primeras cuatro letras de, en efecto, escarabajo, traspuso beat que musicalmente quiere decir ritmo, percutir, golpear, si bien en aquel momento beat, digamos hasta los años sesenta aunque comenzara en la década de los cuarenta del siglo XX, era todo un movimiento caracterizado por su “rechazo a la moralidad y al conformismo de la época, así como por su oposición a la represión social”. La Generación Beat fue sobre todo literaria, de ahí que Lennon, enterado de esta circunstancia norteamericana, quiso ocupar un sitio contracultural con su cuarteto británico participando, de muchos modos, en esta rebeldía heterodoxa, de manera que The Beatles no significa, en lo absoluto, Los Escarabajos sino es un apelativo cuya noción, o connotación, es la de una agrupación opuesta al conservadurismo social, asunto que ignora, por supuesto, la influencer —admirada y señalada en las calles de su España, afamada que ya es— que no sabe un ápice de inglés ni le interesa averiguar sobre lo que habla.)
2
Pero es, sin duda, peor esta otra pregunta: “¿Para qué se hace el periodismo cultural?”, que ya naufraga en su hipótesis, que ignora al destinatario, que carece de tegumento normativo.
“¿Para qué?” es remitir a la vacuidad.
“¿Para quién?” es desterrar el objetivo.
Porque lo obvio no se pregunta, como obvia es la cultura que cada quien representa a partir de sus cuestionamientos.
Los futboleros jamás se preguntan para qué se hace el periodismo deportivo, ni para quién se hace. Los fanatizados del entorno de los espectáculos nunca se preguntan para qué se hace la prensa del corazón, ni para quién se elabora. Se da como un hecho la existencia de los receptores. Los que leen The New York Times o The Guardian o El País no preguntan para qué se hace el periodismo político o la prensa de las finanzas, mucho menos se preguntan a quiénes se dirigen estos consorcios de la comunicación.
Si se cuestionan, en cambio, las razones por las cuales se trabaja el periodismo cultural es porque no se tiene el hábito de leerlo. Es porque se puede prescindir de su lectura, como no es posible prescindir de la costumbre de leer, o de mirar por encima, lo ocurrido en el deporte o en la farándula o en la política.
3
Una persona puede no leer un poema, pero no puede dejar de estar enterado qué vistió la actriz millonaria durante la entrega del Oscar o del Grammy.
Puede no estar informada acerca de la nueva coreografía de la compañía nacional, pero no puede dejar de saber cuántos goles metió Messi el fin de semana.
Puede no saber quién es Gabriel Vargas, pero necesita saber qué dice esta mañana Gaby Vargas o Brozo.
Si a la cultura hay que desentrañarla es porque no va del brazo (mucho menos del Brozo) de la humanidad. Por eso la costumbre de la violencia, del vandalismo, de la nota roja, de la chismografía, de la corrupción, del ensalzamiento del espontáneo heroísmo deportivo, de la adicción (aunque carezca de dicción) del ídolo, de las minucias que con ellas se puede pasar la vida sin preocupaciones metafísicas.
No es necesario subrayar el embrutecimiento al que convoca cotidianamente un medio electrónico, razón por la cual nadie pregunta por qué se trabaja el periodismo dedicado a la pantalla casera (muchas veces desde la pantalla casera). Se da como un hecho. Es un hecho, cosa que no sucede con la cultura, de modo que la pregunta por su existencia sea, hasta cierto punto, normal en una sociedad desacostumbrada a ella, como si fuera un asunto ajeno a su construcción, inciso que describe, por sí mismo, las entrañas de un país.
No en vano se asegura que cada nación es según el modelo de su constitución —construcción— cultural, de ahí el rezago, por ejemplo, de los fundamentalistas orientales, cuyo énfasis en disminuir a la mujer es persistente y cruel: la igualdad en el terreno humano es absolutamente inexistente. Lo mismo ocurre con la enajenación, cuando el enajenado ignora que lo es. Y, peor todavía, cuando el enajenado se resiste al goteo cultural: en su inopia es incapaz de distinguir las fronteras entre el espectáculo y la cultura. Porque no es finalmente, la pregunta, cualquier tipo de pregunta, sino una básica, esencial, fundamental: “¿Para quién se hace el periodismo cultural?”, que no debería preguntarse sino darse por un hecho, como es un hecho la existencia de una actriz millonaria que camina en la alfombra roja, como es un hecho el futbolista que consiguió milagrosamente anotar un gol olímpico, como es un hecho el chisme de una vulgar cantante que rodó en las sábanas de un majadero actor de telenovelas, como es un hecho la existencia de una conductora que ha logrado salir al aire por su descomunal cuerpo, como son un hecho, ¿por qué no?, la existencia de un bello poemario, de una compleja coreografía, de una sorpresiva obra de arte, de una dramática dramaturgia, de una frágil artesanía, de una instalación de un centro cultural, de un dulce beso entre dos desconocidos.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX
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Brillante, estimado Víctor.
Tu prosa, tus textos. ejemplos de cómo se hace periodismo cultural.