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“No causa tanto miedo como hace 40 años, pero el VIH sigue existiendo”

REPORTAJE: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX

La gente joven dejó de tenerle miedo al virus de inmunodeficiencia adquirida (VIH), pero la enfermedad sigue existiendo y se propaga, advierten activistas y personas que viven con esta condición, quienes exigen respeto, frenar la discriminación, garantizar la atención médica y brindar información preventiva ante el aumento en los contagios en los últimos cinco años en el país.

Aunque la pandemia parecería cosa de los años 80, los testimonios que presenta lalupa.mx muestran los avances que reconocen quienes recibieron su diagnóstico de VIH en diferentes años, así como la violencia que los rodea y el estigma que lleva a pensar que quienes viven con la enfermedad pertenecen a la población LGBTQ+ o se dedican al trabajo sexual.

Un activista, una ama de casa que quedó viuda, un profesionista y un joven señalan los casos de violencia en sus círculos cercanos, el “asco” que perciben en algunas personas por la ignorancia sobre su condición y los cuestionarios laborales que incumplen con la ley, en un país que reportó 17 mil 739 casos de VIH durante 2023 y 4 mil 531 en el primer trienio de 2024, según la Secretaría de Salud federal.

La gente no tiene tanto miedo, pero el virus existe

Josué utilizó el teatro para educar sobre el VIH y enfrentar su propia condición. Se refiere a sí mismo como “un adulto mayor gay que recibió su diagnóstico hace 40 años, a los 27”. Sin que él lo supiera, el médico le hizo tres exámenes de sangre y le dijo que “vivía con el bicho”. La gente a su alrededor no supo su condición, sino una década después, porque en 1986 “se hablaba de sida y de muerte”.

“Quienes vivíamos con el virus nos escondíamos, para que no nos corrieran del trabajo ni nos echaran de nuestras casas y pudiéramos seguir estudiando. Tuve amigos que murieron sin que su familia lo supiera. Se pusieron de moda los grupos de autoayuda, de cinco o seis personas, pero dejaban de ir, preferían no hablar o inventar enfermedades, como diabetes o cáncer, que al final es real: la enfermedad te desgasta el organismo y te enfermas más”.

Nunca se lo contó a su familia, se enteraron por un primo médico que trabajaba en el hospital donde internaron a Josué. Él se encargó de informarles. “No me trataron diferente, me siguieron apoyando, nunca hablamos del asunto, veían que tomaba mis medicamentos y nunca me preguntaron. Me enojó mucho que mi primo les dijera, pero con el tiempo lo agradecí, hubiera sido muy difícil decirlo yo”.

En los años 80 conoció a tres jóvenes que se suicidaron tras recibir su diagnóstico y conoció a otros que “estaban enojados” y decididos “a regar el virus”. Por eso sabe de la importancia de recibir atención y apoyo. En su caso, siempre recibió la ayuda de muchas mujeres que lo respaldan y no le hacen preguntas. Los hombres que lo ayudan también son parte de la población LGBTQ+.

“La diferencia entre los jóvenes de los 80 y los de hoy es infinita, sobre todo por los medicamentos. Cuando me infecté no había tratamientos, hasta el 96. En los 90 llegué a tomar 27 pastillas, un amigo llegó a tomar 32 por día, hoy los chavos toman una y están fuertes, siguen trabajando, creando, viviendo y siendo felices, el avance ha sido impresionante, aunque seguimos luchando por el respeto a nuestros derechos humanos y que nos traten de manera adecuada”.

No recuerda cómo se involucró en el activismo por las personas con VIH, pero sabía que debía hacer algo para que los demás vivieran libremente su sexualidad. Con el tiempo, utilizó el teatro, que le “salvó la vida”. Ahora dice que el tema debe hablarse en el comedor, en las reuniones familiares, en las actividades diarias. “La gente ya no tiene tanto miedo como hace 40 años, pero el virus sigue existiendo”.

Violencia y discriminación contra personas con VIH

Hace 10 años internaron al esposo de Juanita por problemas en los riñones, pero los medicamentos no funcionaban. Los médicos hicieron pruebas rápidas que salían negativas y decidieron hacer un estudio más profundo, pero falleció antes del resultado. “Yo quería saber, pensaba que si él probablemente tenía VIH, yo también. Me hice una prueba y salió positiva”.

Viuda y con cinco hijos, el mayor de 13 años, no tuvo tiempo para lamentar su situación. Les hizo pruebas a sus hijos para saber si portaban el virus y todas salieron negativas. Decidió dejar la casa de sus suegros, donde vivió con su esposo, ahí sufrió violencia durante mucho tiempo.

“No me podía dejar morir, por mis hijos. No me cayó como bomba, pensaba ¿qué voy a hacer para estar bien? Estaba enojada. Cuando él vivía, había mujeres que me iban a reclamar; él decía que yo era su hermana, que había tenido cinco hijos y que me apoyaba como hermano. Soporté sus golpes, incluso violaciones, y no se podía hablar. Cuando les dije a sus papás que en el hospital decían que él podría tener VIH, me dijeron que no, eso era de gente gay y él salía con muchas mujeres”.

En su último trabajo se lastimó la espalda, pero al acudir por su incapacidad, le entregaron un documento donde se daba a conocer su diagnóstico. “La enfermera me dijo que yo debí haber avisado mi condición para ver si podrían contratarme, que ya éramos seis personas con el virus y que si nos aceptaban era porque la ley lo exigía, pero éramos muchos”.

El trato en su empleo cambió. La gente evitaba acercarse a ella y le pidieron informar si se cortaba, ya que eso “contaminaba” el proceso de la empresa de frenos y amortiguadores. Más tarde, la despidieron por una “reestructuración”. Demandó por despido injustificado y ganó, mientras que su queja ante el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) resultó en capacitaciones para la empresa.

A sus 42 años, Juanita confía en la unión de las personas con VIH y exige respeto. “Estoy harta de que nos discriminen por la enfermedad, vivo harta de que nos vean con asco. Es una condición más, la gente debería aprender a respetar y a informarse, aunque no lo tengas en tu familia, tarde o temprano conocerás a una persona con esta o una condición diferente, es hora de volvernos más humanos”.

Sabe que se relaciona al VIH con personas de la diversidad sexual y trabajadoras sexuales, pero ella estaba casada y tenía una sola pareja. Por eso, hoy aconseja a otras mujeres que se realicen pruebas de infecciones de transmisión sexual, “por amor propio, no por no querer a su pareja, sino porque se deben querer primero, y si te quieres, te cuidas”.

Omitir información para conseguir trabajo

Francisco tiene 30, se enteró hace dos años que vive con VIH tras realizarse una prueba rápida. A pesar de que lo sospechaba, debido a que mantuvo encuentros sin protección, y a que conocía sobre el virus, lo primero que pensó fue cuánto le quedaría de vida. “Había escuchado historias de dos meses, tres meses, dos años, pensé que era una sentencia de muerte”. Sin embargo, preguntó si debía avisar en su trabajo porque creyó que sus compañeros notarían que estaba mal.

“La persona que me dio el resultado me dijo que no tenía que avisar en el trabajo y, si llegaba a ser necesario, no me podían discriminar, que me protegía la ley”. Pocos días después de recibir su diagnóstico asistió a la Marcha del Orgullo y ahí escuchó a alguien que llevaba 36 años de vivir con VIH. “Me acerqué, intercambiamos números, le envié mis preguntas. Me explicó sobre las células del sistema inmunológico y cómo con una pastilla vivirás todo lo que tengas que vivir. Yo no me lo creía”.

En las consultas médicas le confirmaron que era más probable morir de otras enfermedades que de VIH. Le aclararon que no tendría cambios físicos si llevaba una vida sana y tomaba su medicamento. Hasta ahora, sólo unos cuantos amigos, su mamá y su hermana saben de la enfermedad. No quiso contarle a su padre, con quien no habla desde hace 18 años.

“Cuando salí del clóset, a los 18, y le dije que era gay, lo primero que me dijo fue: ‘te vas a morir de sida’. Es esa conexión que las generaciones más grandes tenemos sobre la vida homosexual. Mis papás se separaron y cada vez que lo visitaba me abrazaba y decía: ‘estás flaco, ¿tienes sida verdad?’. Era lo primero que oía de mi papá, en lugar de decirme hola”.

Hace un año le contó a su mamá y a su hermana, después de darles información, por meses, sobre el VIH y sus tratamientos. Como son su red de apoyo, quería que supieran que existían medicamentos. Les hubiera gustado acompañarlo en su proceso de aprendizaje, pero respetan la decisión que tomó de esperar.

Aunque no ha vivido actos de discriminación, sí omitió información en su último trabajo. Antes de firmar su contrato, le dieron un cuestionario sobre si padecía hepatitis A o B y otras enfermedades de transmisión sexual, entre ellas, VIH. Aunque podría denunciar, decidió conseguir el empleo, pero “eso no se debería preguntar, son cosas que no afectan a mi trabajo, yo no podría afectar a nadie, y si lo dices igual te quedas sin trabajo. Por eso le llaman el segundo clóset”.

En diciembre del año pasado sus estudios mostraron niveles indetectables de VIH. Ahora resalta la necesidad de no juzgar a quienes viven con este virus, sino ser más empáticos y ayudar a otras personas. La enfermedad “se sigue propagando y no se trata de quemarnos en la hoguera. Las nuevas generaciones son distintas, lo toman muy normal y están más informadas”.

Información, respeto y redes de apoyo

Abraham tiene 23. Recibió su diagnóstico hace tres años. Se hacía pruebas rápidas cada tres meses y cuando salió positivo, ya suponía el resultado. “Tuve una relación de riesgo ese diciembre, hay que esperar tres meses para que la prueba rápida detecte al anticuerpo del VIH, me acompañó un amigo y salió positiva. En ese momento no supe qué hacer; no fue fácil de asimilar”.

Fue extraño conocer el resultado. Sabía que había un protocolo de atención para estar bien, pero creció con las películas donde la gente enfermaba y moría, por lo que se identificaba con los personajes. “Decía: ahora soy yo quien está en esa situación. Siempre he sido muy reservado sobre mi salud y solamente se lo compartí al amigo con el que fui y después a otro amigo”.

Es consciente de que el virus afecta negativamente a la comunidad LGBTTQ+, haciendo que parezca un problema de ese grupo, “como si fuera exclusivo de nosotros. Sigue el estigma, aunque ahora sabemos que no se contagia por convivir con otra persona o si las tocamos, pero se sigue viendo como algo malo, a veces todavía lo llaman sida, en lugar de VIH”.

Vivir con otras personas que tienen el virus lo hizo sentir “abrazado”. Ahora piensa que se enfrenta a esto como a cualquier otra enfermedad, como la diabetes, que se puede controlar con cuidados y el seguimiento adecuado. “Ya no lo veo como algo muy malo, sino como una condición que podría tener cualquier persona”.

Hoy le gusta participar en los grupos de apoyo para personas con VIH, donde comparten sus experiencias y cómo los tratan los médicos o si tienen problemas con sus tratamientos. También les ayuda a manejar sus emociones. “Al principio todos estábamos tristes, después nos fuimos tranquilizando. Creo que es importante que la gente se informe, respete y no discrimine, eso puede hacer un gran cambio”. 

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Last modified: 1 diciembre, 2024
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