HISTORIA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
Braulio descubrió el arte con la tierra de la Sierra Gorda. Su pasión por mezclar pintura con piedras, semillas y hojas lo impulsó a estudiar una carrera en la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y un posgrado en la Universidad Complutense de Madrid. Su talento le permitió ganar cuatro premios, dos de ellos nacionales, pero no le aseguró un empleo: desde 2013, como migrante, se dedica a limpiar tanques de agua en Estados Unidos, sin dejar de soñar con crear su taller para volver a Jalpan.
La necesidad de sostener a su familia lo animó a irse como indocumentado. Desde entonces, ya “cruzó” otras cuatro veces, la última vez durante cinco meses, siempre con la idea de juntar algo de dinero para regresar a quedarse en Querétaro. “Eso es lo que pienso, pero no, la situación se complica y hay que volver”. Luego de una breve estancia en México, este mes de enero tuvo que regresar porque su trabajo está en Texas, esperando que esto cambie. “Ahí trabajo en los tanques, en las torres de agua, los despinto, ellos dicen ‘sembrestear’ a presión con arena y los vuelvo a pintar”, dice a LaLupa.mx días antes de partir a Estados Unidos.
Aunque su trabajo como artista plástico podría parecer lejano, Braulio Segura Chávez no deja de crear bocetos. Todavía en 2015, con dos años como migrante, se inauguró una de sus exposiciones en el Museo de Arte de Querétaro (MAQRO) y otras colectivas en 2016 y 2017. En 2019 un grupo de universitarios estadounidenses fue a visitarlo en una de sus estancias en la sierra para conocer las esculturas que hizo con madera muerta que encontró en las montañas.
Cada viaje a Estados Unidos lo llena de ideas y desea construir su taller en Jalpan para enseñar arte a las niñas y niños. Cuando pone un pie en su tierra se dedica a pintar y a tallar madera y piedra. Así, a mediados de este año pudo exponer 12 piezas en piedra con fósiles marinos en plena calle. Ahora su objetivo es colocar el tejado y paredes de su taller, para luego equiparlo y quedarse en la sierra.
“Ya no quiero interrumpir mi producción, quiero continuar y exponer, dar talleres en mi comunidad y dejar enseñanza a quien le interese el arte. En cinco ocasiones me alejé, hasta esta última ocasión que hice bocetos, pero para llevarlos a cabo se necesita materia prima y un recurso económico. En mi corazón sé que nací para ser un artista, así soy y así seré, así moriré y siempre voy a luchar por encontrar un espacio”.
Del taller de arte, a los tanques de agua
A 24 años de que se empezara a reconocer su talento, hoy Braulio cree que empezó a destacar muy rápido. Le ayudaron su amistad con el poeta y escritor queretano, Francisco Cervantes quien le abrió algunas puertas, y la suerte con la que corrió desde que llegó a la capital del estado.
Su amor por el arte se dio desde el nacimiento. “Era lo que más me gustaba, siempre dibujaba, mi pasión era crear y nunca paré, siempre estuve consciente que el arte era mi vida, desde niño. Después de la secundaria fui instructor del Conafe un año, ellos te otorgan una beca para seguir estudiando y en Jalpan no podía estudiar arte, así que me fui a Querétaro y un taxista me llevó al Centro de Educación Artística (Cedart) donde terminé la preparatoria, que fue una belleza con arte, baile, pintura plástica, grabado, mi corazón fue feliz en esa escuela donde me dejó el taxista y de ahí a la UAQ, yo sabía que no quería otra profesión”.
Su talento recibió reconocimientos muy rápido. Ganó el concurso Salvador Dalí, el concurso nacional de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), el Premio Libertad, el Tercer Encuentro Nacional Universitario de Artes y un segundo lugar en el concurso El Cine y el Teatro, por mencionar algunos. Fue director del deporte y cultura y desde hace 12 años promueve el deporte de manera altruista.
Cuando volvió de Madrid, luego de un posgrado en la Universidad Complutense, esperaba establecerse en la sierra y desde ahí, consolidarse como artista y contribuir a su pueblo, como le aconsejaron en España. Conectarse con políticos, piensa, lo hizo perder oportunidades y rechazó la oportunidad de un doctorado. Dar clases tampoco le ayudó.
Tras nacer su primer hijo y no encontraba trabajo, decidió emprender el viaje por primera vez. Ahora está seguro de que el de este 2025 será su último viaje a Estados Unidos para reunir dinero y poder hacer “lo que más me gusta en mi vida: arte, primero el arte, siempre el arte, por eso viajo, para sacar para mi familia y para construir mi taller, porque para eso ando en trabajos ajenos a mi formación”.
Forjar sueños a más de 60 metros de altura
En 2013, por recomendación de un amigo, decidió viajar como indocumentado a Estados Unidos. Estuvo dos años y medio en ese país. Ahí entendí que los migrantes son “mercancía” para los polleros y las autoridades. “Busqué a un coyote porque no tenía visa, crucé de mojado la primera vez y fue muy complicado. Me dieron una clave para la frontera. Hubo balaceras, nos dijeron que íbamos a caminar dos horas y nos iban a recoger, pero es pura mentira”.
“Encontramos algunos muertos en el camino, se nos quedó gente a nosotros, una señora quedó inconsciente, hice el esfuerzo de acomodarla en una sombra, con su mochila en forma de almohada y dejé el suéter en un árbol para que lo ubicaran. Otro señor no nos podía seguir y también se quedó en el camino. Esos dos años y medio me sirvieron para pagar mis deudas y comprar el terreno donde iba a construir mi casa”.
Para los siguientes cuatro viajes, tramitó su visa de turista. Su primer trabajo en aquel país le duró una semana porque le pagaban muy poco por limpiar los tanques de agua y se jugaba la vida a más de 60 metros de altura, así que buscó otra opción. Consiguió otro empleo como ayudante de ladrillero, después en una compañía que coloca líneas para petróleo y gas, se dedicó a la elaboración de andamios para plantas de luz y cementeras y como carpintero para hacer entradas y escaleras en las casas.
En su segundo viaje pretendía trabajar en las albercas, pero no fue posible y le volvieron a ofrecer trabajar en los tanques de agua. Aunque se negó al principio, terminó por aceptar el empleo como ayudante de tierra, pero ganaba poco. “Quería ganar más y terminé por andar colgado en las alturas, pero hay que hacerlo por dinero. Seis meses trabaja la compañía en el sur, seis meses, en tiempo de calor, en el norte”.
Detalla que hay tanques de 200 pies, es decir, unos de 60 metros de altura y otros más pequeños. En promedio, un tanque mide entre 160 (más de 48 metros) y 180 pies (por arriba de los 54 metros). “Los tenemos que despintar por dentro y por fuera, pero pagan muy bien”.
Cada vez que se va de migrante, recuerda que lo hace por su familia y por su carrera: “La profesión hay que elegirla como cuando eliges pareja, para que hagas las cosas con gusto, con amor, no a fuerzas y el artista que llevó siempre adentro me hace querer tener mi taller y la tranquilidad de crear. Por eso tengo cuatro cuadernos de diseños de esculturas para cuando tenga la herramienta y el taller ya pueda ponerme a producir. Este mes me iré por última vez y tendré mi espacio enfrente de mi casa porque yo quiero seguir en el arte”.