Un aforismo puede causar bochorno, pero su manera de estar representado no debe de prescindir de una forma de escritura intachable.
A un aforismo se le pide todo, aunque el lector sea el actor.
Las encrucijadas en la vida aspiran, si hay quien las lleve al papel, a ser lecciones, pero no siempre para reconfortar a cierto sector de la población; se adentra, perfora el cuerpo y va viendo como se va aniquilando el pensamiento. Los seres humanos ante su propio paredón llevan en su agitado corazón cada una de sus propias verdades, quizá no sean una realidad contundente, pero es la suya.
Una de forma de adentrarse a esas vidas es por medio del aforismo, que en los últimos años, aunque se le mira un renacer, yo lo considero esos “aforismos” desposeídos de vida, de arraigo, sólo los miro como simples maniquíes que al aventarles una piedra se les mira su huecos. Pero no me hagan caso, siempre el lector es más juicioso y yo me dejo llevar con las comisuras de aquellos labios que me han dejado con un corazón que se postra hendido de amor.
Pierre-Joseph Proudhon se preguntaba, en su libro Sobre el principio del arte: “¿Para qué sirve el arte?, pregunta usted. Para nada: no necesita servir para algo; es fantasía: ahora bien, la fantasía excluye la idea de servicio, lo mismo que los principios, la lógica, las reglas. ¿A dónde va el arte?: a donde le parezca bien: a todas partes y a ninguna parte.” Así de esa manera es como debe establecerse un escritor de aforismos, la templanza, la sensibilidad a los pesares y transformarlos en escritura, pero de una escritura que dé en el blanco, nunca puede darse el lujo de que aventar el dardo y caer fuera, eso lo hacen los novelistas. Hay una línea muy delgada que a las personas que se dedican a intentar allegarse al aforismo, es decir, escribir por medio de breves y sucintas palabras toda una conmoción cultural que sólo te lo va a permitir, no la escritura, simplemente la experiencia para agotarse en su escritura. No hay más…

Pero me he encontrado con un libro de Hiram Barrios, escritor joven que anda de andariego en este afán del aforismo. En el límite (2024, publicado por la secretaría de cultura del Estado de México) es la propia escritura quien va traicionando a Hiram, porque de la bastedad que te puede dar el pensamiento filosófico lo va traicionando para irse encerrado en las tesituras del aforismo. El libro es un ensayo que va jugando con el aforismo, pero sin que se dé cuenta, el aforismo, como buen espadachín, perforador de la vida, que huye, sin menoscabo de dudas de la filosofía porque es simple, le dan un poco de diarrea y hasta escorbuto, por eso llega a externar en sus páginas excelsos trazos de formas aforísticas. Sé que por agradecimiento o por mirar en otros que creen que son escritores de aforismos cita a algunos, pero desde mi punto de vista a esa mayoría parece que los zapatos les aprietan o se colocan el cinturón demasiado apretado y no llegan a expresar lo que debe contener un aforismo. Por eso me quedo mejor con aquellos textos propios, producto de un hombre que vive sin que se dé cuenta en la gran catarsis en que se vive; los textos de Barrios están colmados de exquisitez. En cada uno de los temas que va desarrollando en el libro vamos quedando satisfechos con sus reflexiones y su cúmulo de investigación que lleva el libro. Con esto se debe agradecer no terminar con migraña. Quizá un poco de agruras si me dejó, por lo picoso de cada uno de sus textos, aquí dejo algo de En el límite:
“Los aforismos cuando son buenos, son capaces de persuadir a la inteligencia más suspicaz. Pueden convertirse en un credo, en una filosofía de vida e incluso, para quien no acepta objeciones ni refutaciones, en una convicción peligrosa”.
“Hay ensayistas que tienen un estilo telegráfico, una escritura de marconigrama. Sus frases podrían pasar por aforismos muy logrados”.
“La crítica del aforismo es punzante, corrosiva. Es la observación de un individuo que ha encontrado algo que puede llegar a incomodar”.