Autoría de 1:21 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto

Vivir en la incertidumbre – Patricia Eugenia

Disfruta del pánico que provoca tener la vida por delante.

Anónimo

Me parece que decir Covid es como decir: “Allí viene el Coco”, aquel engendro con el que nos metían miedo a los niños de antes. Miedo. ¿Cómo me siento frente al miedo? Quiero mantener una dosis de temor que me recuerde tomar ciertas precauciones, cómo no, pero… a pesar de no sentir un miedo incapacitante, hay algo agazapado en algún vericueto de mi memoria que lanza brillos imprecisos cada vez que me llega un muerto, y dos llegaron a mi casa en tres meses. ¿Qué significan esos brillos?

Comenzaré revisando mi pasado reciente, tal vez así logre desentrañar el misterio de esas señales brillantes para establecer una relación menos inquietante con ellas… tal vez.

Los primeros cuatro meses de pandemia, la vida me regaló algo que siempre había deseado: soledad. ¡Mi marido quedó atrapado en su tierra en plena pandemia y yo acá, solita! Pero como la vida no suele dar paquetes completos, me agregó un dolor, y el proceso de restauración llenó mi tiempo, mi inteligencia, mi imaginación y mi pluma. No debía salir a la calle y yo quería estar en el encierro. No tuve tiempo ni cabeza para el miedo.

Mis cuatro meses extraordinarios terminaron cuando regresó mi marido y con él la exactitud, la alacena llena, las normas y la cuadratura con que las cosas “funcionan”. Ya sin la magia de la soledad (oscura magia en la que viví), regresaron los noticiarios, el orden, el equilibrio invariable y la hora de ver de frente al Covid.

Fue entonces cuando los destellos inexplicables aluzaron en mi cerebro una vieja sentencia: “En el fondo cualquier miedo es miedo a la muerte”.

Eso leí en algún sitio alguna vez, pero: ¿Cómo va a ser igual temer abrir una puerta desconocida, iniciar un camino, o ser rechazada, descalificada, minimizada; que tenerle miedo a la muerte?

Sin embargo, la frase, terca, me seguía a todas partes con sus reflejos plateados, así que decidí revisarla. Veamos: si una abre una puerta misteriosa, desconoce si del otro lado habrá luz o sombra, oscuridad o… ¿muerte? Claro, allí pueden coincidir el miedo y la puerta que tienes que abrir con la idea de muerte, pero… y ¿un inocente camino nuevo? Naturalmente es desconocido, tal vez peligroso, o muy peligroso… ¿quizá mortal? Sí, allí también hay manera de asociar, pero ¿y el miedo al rechazo, a la descalificación o al desprecio, tan conocidos por cualquier mujer; en qué puede parecerse a morir? A ver, el rechazo, la descalificación, el desprecio, son formas contundentes de decirte: “No cabes, vete”. “Lo que dices tú, no vale”. “No existes”. “Muérete”. “Quédate en el vacío”. “¡Desaparece!”. Al menos eso se siente y entonces… ¡claro!, significa que estás muerta a los ojos del otro, no hay validación de la propia existencia. El espejo para ver y verse en la otredad está condenado. Esas… ¡son muertes simbólicas!

Descubrí que sí, tengo miedo a morir, aunque sea simbólicamente.

Desaparecer… Esta debe ser la conexión entre el por qué, en años, nunca olvidé la sentencia y las señales imprecisas que sentí al saber de ellos, los que murieron de Covid: “… cualquier miedo es miedo a la muerte”.

En cuanto entraron al hospital, mis dos muertos desaparecieron sin una caricia o una palabra mías, ni de nadie. Salieron de allí en forma de ceniza: Llévese eso, a ver dónde lo pone”. Los deudos no lloramos juntos ni nos abrazamos, era peligroso, había contagios, pero… ¿no estoy pensando sólo en mi dolor, en lo que siento?, ¿y los que murieron? ¿No ha sido siempre así para quien muere? Porque morirse es algo hondo, interior, y esa es la función de la agonía: replegarse el moribundo en sí mismo, concentrarse en morir y allá los vivos que hagan cada quien lo suyo. Es decir, está tan solo el que está muriendo sin nadie alrededor como si hubiera cien “acompañándolo”. Ojo: hablo sólo del periodo de agonía, antes, hay que acompañar, amorosos, a los que van a morir, eso era imposible durante la pandemia.

Hoy me toca cambiar de paradigmas mortuorios, adaptarme. El amor y el recuerdo de nuestra amada persona ida no cambiaron sino en su ritualidad, esa parte tan importante para los vivos.

¿Qué querían decirme al final las señales brillantes?

Creo que eso: El ritual no cambia la esencia, hay dolor, claro, pero hay aprendizaje en la pérdida, y esta no es tan terrible si te reconcilias con la muerte, con su muerte, con tu muerte.

Aprendí a despedirlos tal como ellos mueren: íntimamente.

A pensar en esto me enseñaron mis muertos, a pensar en los otros, nosotros. Gracias.

Enero 2021

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Last modified: 18 marzo, 2025
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