Autoría de 8:33 pm #Opinión, Jovita Zaragoza Cisneros - En Do Mayor

El cumpleaños de La Güera – Jovita Zaragoza Cisneros

Aquella mañana le escucharon reír como pocas veces lo hacía. Estaba radiante y no ocultaba el motivo de su contento: era su cumpleaños y por vez primera lo festejaría con una comida sencilla en su casa y deseaba invitar a algunas familias vecinas.         

Eran aproximadamente las 10 de la mañana cuando la mujer entró hasta el fondo de la casa familiar materna, donde vivían mi madre y mis tías en sus respectivos espacios, aunque compartiendo el patio interior con fresca enramada circular, punto de reunión familiar y de cuyos troncos colgaban sendas hamacas. En una de ellas me encontraba yo, disfrutando de las vacaciones de Semana Santa. En un rato más mi esposo e hijos nos iríamos a la playa.          

Desde mi lugar escuché la voz de la “La Güera” invitando a mis tías y a mi madre. Por entre los huecos de los hilos de la hamaca, la miré: Alta, aproximadamente 1.65 de estatura. Guapa. Piel dorada por el sol costeño. Ojos almendrados. Entre 40 y 45 años de edad.

 —Me dará harto gusto que nos acompañen. Es una comidita sencilla. Nunca he festejado mi cumpleaños, —remarcó con una sonrisa amplia, rotunda como sus carnes de sinuosas redondeces, propias de muchas mujeres de la costa.       

Mi madre, sabiendo lo que significaba para nosotros ir a la playa en cada ocasión que estábamos de vacaciones, amable se disculpó por no asistir:

“Güerita”, están de visita mi hija y su familia. Vienen de vacaciones. Estamos de salida, nos vas a disculpar —se apresuró a decirle en tono amable y agradecida con la invitación.       

Mi madre tenía razón. No teníamos intención de sacrificar nuestro paseo playero para ir a una fiesta cumpleañera de alguien que no conocíamos y nada decía a mi esposo e hijos, para quienes era disfrute anticipado la ida vacacional a mi terruño.

Por otro lado, “La Güera”, explicó mi madre, era en esos momentos vecina circunstancial del rumbo. Su familia vivía al otro lado del pueblo, de salida hacía Zihuatanejo; pero no había amistad de por medio. No como para asistir a su fiesta. Aunado a lo anterior, era pareja sentimental de “un guacho” cuya imagen y fama no era aceptada por cierto sector de la población.

Supe que “La Güera”, como era conocida, vivía a la vuelta. Casi enfrente de la casa de María, cuya colindancia con la de mi madre y tías estaba separada por una barda de bajareque.  A la familia de María y a la nuestra les unía una amistad que venía desde nuestros respectivos ancestros.   

Nos fuimos a la playa y pasamos el resto de la mañana y parte de la tarde disfrutando del paisaje.  De ese trozo inmenso de fina arena y agua salada donde pasé y se formó toda mi infancia, mi adolescencia y gran parte de mi adultez. Mi playa, mi mar.  Tan fascinante y misterioso como traicionero. Más de un ingenuo u osado turista han perdido la vida atrapados en los remolinos internos que suelen formarse en los lugares cercanos a las rocas.  Conocedora de ese fragmento de mundo (mi mundo), heredé a mi familia las voces de advertencia recibidas por mi abuelo y mis padres desde la temprana infancia: “no naden donde están altas rocas porque los remolinos internos arrastran y golpean a ellas… Es difícil salir de allí… cuando se forme una ola grande espera a que la cresta suba y, antes de que rompa, sumérgete hasta el fondo, la ola no te zangoloteará o revolcará y reventará atrás de ti. Estas y otras lecciones de sobrevivencia que enseñan a leer al mar, a los ríos y a la naturaleza de la costa. Incluida la de la naturaleza humana y la ferocidad que habita en algunos corazones. Ferocidad evidente en algunos, como el caso de la pareja sentimental de “La Güera”; en otras agazapada, pero no menos salvaje en su cruda manifestación.                   

Regresamos pasadas la 5 de la tarde.  La calle lucía vacía, sin las risas de los niños y niñas del rumbo jugando. No tardaría en llenarse de la algarabia infantil.  Entramos derechito a la enramada, riéndonos, comentando los pormenores del paseo. Las hermanas de mi madre ya estaban en sus sendas mecedoras y hamacas, reunidas en la tertulia de cada tarde.

Un festejo color sangre    

En ese momento entró María, la vecina y amiga. Estaba demudada, transparente. Temblaba. La Güera acababa de morir asesinada por su pareja sentimental, el soldado, el “guacho” como les dicen aún en la costa.

María fue a refugiarse allí porque quería alejarse del escenario donde yacía aún el cuerpo de “La Güera”. Trémula, con las palabras entrecortadas, dio pormenores de lo sucedido. Ella fue una de sus primeras invitadas a la comida de festejo.

Entre el impacto y el dolor, María contó que ella había pensado cruzar la calle y asistir un rato al festejo de su vecina.  Sin embargo, el alto volumen de la música de la radio hizo desistir a María quien decidió cerrar su puerta y quedarse en casa. Al rato, tan solo pasada la hora de la comida, escuchó que los pocos asistentes se despedían.  Poco después, escuchó voces alteradas, ininteligibles. Luego escuchó gritos. María salió y sólo alcanzó a ver correr al “guacho” calle abajo, hacia el playón del río, un lugar lleno de huizaches y piedras.  Y allí, tirado junto a la puerta y sobre la banqueta, el cuerpo ensangrentado de la mujer. En el último intento por salvar su vida, logró arrastrarse hacia allí para pedir ayuda.         

La gente que corrió a auxiliarla dio fe: nada había qué hacer. Las heridas de puñal le provocaron la muerte.      

Esa tarde, nuestras risas y tertulia familiar se apagó. Silencio azorado y doliente  Nadie hablamos. Estábamos bajo el impacto de la noticia.  Apenas esa mañana “La Güera” estaba feliz, queriendo festejar la vida. Su vida. Allí estaba ahora, apuñalada —después se supo— decenas de veces. Su pareja, “El Guacho” no solía estar siempre en casa debido a que eran enviados a trabajos propios de su oficio. Llegó en plena comida y, al parecer, molesto por un convivio que él no había autorizado.

El resto de los días vacacionales ya no fue lo mismo. En el ambiente del rumbo revoloteaba la tristeza por las calles y casas que habían visto reír ilusionada y feliz a “La Güera”        

Esto que líneas arriba describo sucedió hace más de 30 años. Y si platico de ello es porque fue el más impactante para mí porque a “La Güera” la miré a los ojos esa mañana, la vi caminar, escuché su voz, su risa. Vibró su alegría de festejar su estancia en esta vida.  Unas horas después, muerta así, asesinada con la saña de alguien enardecido y apoyado por la fuerza bruta y un odio gestado quién sabe desde cuándo, desde dónde y por qué la mató de la forma más vil para luego huir cobardemente entre matorrales y por la ribera del río.       

Ahorro los detalles de violencia que —supe después— “La Güera” había vivido a lo largo de su vida. Su hija igual. Sólo diré que nunca, nunca se atrapó a su agresor.  ´“La Güera” pasó a formar parte de las estadísticas de violencia a la mujer. Y de impunidad.

Casos como este que comparto líneas arriba se han replicado, no cientos, miles de veces en Guerrero y en toda la república.  Y cientos han pasado a llenar la nota roja del periodismo y las cifras de la impunidad y de la indiferencia social. Y otros tantos ni siquiera son conocidos.

Acaso no han sido suficientes los torrentes  de lágrimas y sangre de las mujeres violentadas.  “La Güera”, cuyo nombre nunca supe, no fue la Lucrecia de Roma que murió a manos de Sexto Tarquinio quien la violó y ella, presa de la vergüenza al verse mancillada, se suicidó frente al padre y a su esposo. La Lucrecia que inspiró a   Shakespeare para escribir un grandioso poema. En la violación de la Lucrecia de la Roma antigua, está la de la historia de las mujeres de entonces.  

En la muerte de “La Güera” están las de miles de mujeres de ahora… todavía.

Epílogo:

Hoy en el estado de Guerrero y gran parte del país se habla de las conquistas que la mujer ha logrado. Y es innegable que algo hemos avanzado; pero no cantemos victoria.  La violencia se ha expandido y arrecia su presencia reclamando víctimas. Le da lo mismo que sean mujeres, niños, jóvenes o cualquier ser vulnerable. La violencia crece cada día. Y, al parecer, tiene permiso… ¿De quién o de quiénes?       

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Last modified: 22 marzo, 2025
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