Autoría de 11:18 pm #Destacada, Los Especiales de La Lupa • 3 Comments

La Caverna, el pequeño sótano donde comenzó la revolución sónica

CRÓNICA: JOSÉ ANTONIO GURREA C./LALUPA.MX

—¿Qué se siente entrar a la Caverna, estar ahí, palpar el ambiente?, me suelta Enrique sabedor que desde los nueve años soy un irredento beatlemaníaco.

—Imagínate la emoción, la excitación —le digo a bote pronto. Es como ser musulmán y estar en La Meca, o católico y entrar al Vaticano. Simplemente es El Lugar —así con mayúsculas— donde comenzó todo…

Cierto, ingresar a The Cavern Club fue el clímax. Sin embargo, el entusiasmo comenzó desde que iniciaron los preparativos para viajar a Gran Bretaña e Irlanda, meses antes. Una parada en Liverpool era condición sine qua non de este periplo. No obstante, al aterrizar en Londres, poco antes de Navidad, la intensa ruta recorrida —con escalas en ciudades tan deslumbrantes como York, Edimburgo y Dublín— dejó en segundo término, momentáneamente, la cita con la Caverna, The Beatles y Liverpool.

Inmersos en el trajín de los recorridos, los traslados, y embelesados por lo visto, olido, escuchado, palpado y probado en esos ajetreados días de un agonizante diciembre, tuvieron que pasar diez días, ya en camino a Liverpool, para que el tema volviera a acaparar nuestra atención y nuestras emociones. Arriba de un ferry —abordado una gélida mañana de 1 de enero en Belfast— hicimos planes más concretos: luego de desembarcar lo primero que haríamos sería ir al hotel, registrarnos, dejar nuestras maletas y, de inmediato, caminar hasta el icónico club, ubicado en el 10 de Mathew Street. Entre el hospedaje y el pub había una distancia de poco menos de 400 metros. ¿Habría una mejor forma para iniciar 2025? Lo dudo.

Foto: José Antonio Gurrea C.

Con el entusiasmo a tope, nos sentamos cerca de un ojo de buey para disfrutar de la vastedad marina. Ya ahí —bendito YouTube Music— me coloqué unos audífonos y procedí a hacer un recorrido por la discografía de los célebres escarabajos, desde su magna obra a partir de Rubber Soul —el periodo anterior, salvo algunas canciones, no me hace vibrar tanto—, a algunos de sus álbumes solistas, como Ram e Imagine. Sin olvidar, por supuesto, sus trabajos más experimentales como Electronic Sound, de George Harrison —un anticipo sesentero de lo que más tarde se nombraría como Krautrock— y lo realizado por Paul McCartney en The Fireman, el proyecto techno-ambient que desarrolló a finales de los 90 y principios de este siglo con Youth.

Con la música y la vista oceánica, entré en un estado de relajación. No había prisa. El enorme ferry —con una capacidad de hasta 100 vehículos y mil 500 pasajeros— tardaría ocho largas horas en recorrer, a través del agitado y gris Mar de Irlanda, los 234 kilómetros que hay entre ambas poblaciones. Bordeando, por cierto, la Isle of Man, donde nacieron, ya que hablamos de música, los Bee Gees, muy famosos también, pero mucho menos talentosos e influyentes que el cuarteto de Liverpool.

El gélido y grisáceo mar de Irlanda. Al fondo se observa la Isle of Man. Foto: José Antonio Gurrea C.

Aunque las manecillas del reloj no llegaban ni a las las 6 pm, ya era de noche cuando atracamos en Liverpool. Una hora más tarde, ya en el alojamiento, aun antes de ingresar a The Cavern Club o recorrer la ciudad, comenzó la experiencia casi inmersiva con la beatlemanía: los muros interiores del hotel, incluyendo recepción, pasillos y habitaciones —bueno, hasta la tarjeta para abrir la habitación—, nos remarcaban en todo momento que nos encontrábamos en la cuna del grupo más influyente del pop y del rock en la historia.

Foto: José Antonio Gurrea C.

Foto: Andoni Gurrea Ortiz

En mood totalmente beatle, salimos del hotel y, ansiosos, recorrimos en menos de cinco minutos los casi 400 metros de distancia que nos separaban de The Cavern Club. Ingresamos a la Mathew Street por la North John Street. Y ahí, a 20 metros de la intersección entre ambas arterías, saltaron a la vista las luces de neón de La Caverna. En la acera de enfrente, en tanto, un desenfadado John Lennon, ataviado con una chamarra de cuero, saludaba a los transeúntes apoyado sobre una esquina. Mathew St. es una estrecha y corta calle que no mide más de 200 metros, pero que además de The Cavern… alberga pubs con nombres tales como Rubber Soul y Sgt Peppers, además del Hard Day’s Night Hotel, otro hospedaje temático, el Liverpool Beatles Museum y la Beatles Store.

Foto: José Antonio Gurrea C.

Luego de hacer una pequeña fila y pagar una entrada general de cinco libras por persona (precio que puede variar, dependiendo del grupo o cantante que se presente), descendimos por una escalera hasta el sótano. Al terminar los escalones nos topamos de lleno con The Cavern Club. Estábamos, por fin, en el sitio donde hace 64 años —el 9 de febrero de 1961— los Beatles, luego de su aventura germana, debutaron en Liverpool, su ciudad natal. Mi mente se fugó. Recordé aquel día de 1969 cuando el novio adolescente de una mis hermanas (hoy, su esposo) llevó a la casa familiar el Abbey Road, recién salido del horno, y al escuchar “Carry That Weight”, el cuarteto me enganchó. Cosas del azar: resulta que “Carry…” era el tema musical de uno de mis programas infantiles preferidos, así que cuando comenzaron los primeros acordes, de inmediato rememoré la serie, me levanté de la cama, pues ya estaba por dormir, y presuroso fui a la sala a indagar qué disco estaba girando en el tornamesa de la vieja consola de mi padre. A partir de ahí me convertí en un empedernido fan de Los Escarabajos británicos. No sólo comencé a escuchar las estaciones radiofónicas que programaban su música. También empecé a leer con avidez todo lo que se publicaba sobre ellos.

De regreso a 1961, las crónicas de ese jueves 9 de febrero señalan que el grupo actuó de 13.00 a 14.00 de la tarde —las entonces llamadas lunch sessions— y cobró cinco libras por su presentación —sí, la misma cantidad que hoy cuesta una entrada general—. Además, tuvieron que repartir la paga entre sus entonces cinco miembros: John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Pete Best —sustituido después por Ringo Starr como batería— y Stuart Sutcliffe, quien abandonó la banda poco después. ¡Les tocó una libra por cabeza!

The Cavern Club es un sitio pequeño, con pocas mesas, por lo que nos costó poco más de una hora podernos hacer de una. Poco importó estar de pie o sentados. No había ni claustrofobia ni incomodidad. Nos encontrábamos realmente conmovidos e impactados escuchando al cantante en turno (Tony Skeggs) interpretando “Blackbird” o “Yesterday” —armado solamente de una guitarra acústica—, y percibiendo la atmósfera del lugar. Se trata de un sótano que destaca por su pared de ladrillos rojos y su techo abovedado (en forma de cueva), tanto en los pasillos como en el minúsculo escenario. Traté de imaginar a los escarabajos desplazándose por ese diminuto foro, mientras los fans, cada vez más numerosos y vehementes, buscaban interactuar con ellos.

Como si se tratara de una especie de museo del rock, las paredes de The Cavern… hacen la delicia de los seguidores de este género, pues se encuentran llenas de recuerdos —fotos, documentos, carteles, instrumentos— no únicamente sobre The Beatles, sino acerca de otras bandas celebres que ahí se han presentado, pertenecientes a diversos subgéneros, y a distintas épocas: Queen y Artic Monkeys; The Rolling Stones y Oasis; The Who y Adele: The Yardbirds y Echo & the Bunnymen; John Lee Hocker y Focus… Pero también cosas sorprendentes como la réplica del primer contrato firmado por el cuarteto con su manager, Brian Epstein, el 1 de octubre de 1962.

Y algo no menos importante: The Cavern es un lugar que, hay que decirlo, no sólo vive de los recuerdos. Más allá de la memorabilia beatle, de los grupos y cantantes tributo —como Tony Skeggs, quien la noche del 1 de enero presentó un repertorio de clásicos de Beatles, Dylan, Rod Stewart y Simon y Garfunkel, entre otros—, muchas de las bandas que ahí tocan ofrecen material nuevo y original. La variedad de géneros y subgéneros es inmensa, pues hay música en vivo los siete días de la semana: de domingo a miércoles, desde las 11:15 de la mañana hasta la medianoche; los jueves, hasta la 1 am, y viernes y sábado, hasta las 2 am.

Tony Skeggs. Video: José Antonio Gurrea C.

Foto: José Antonio Gurrea C.

Por ejemplo, días después de nuestra visita, el 19 de enero para ser precisos, se presentaría Mantra of The Cosmos —30 libras, la entrada—, banda integrada por Zak Starkey, hijo de Ringo Starr, y quien ha sido baterista de The Who y de Oasis; Shawn Ryder, vocalista de Happy Mondays; Bez, percusionista de Happy Mondays, y Andy Bell, guitarrista de Oasis y Ride. La música de Mantra… es una mezcla de acid rock, punk y un toque de house. Altamente recomendable.

Foto: José Antonio Gurrea C.

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Como lo enfatiza la placa que se halla de manera destacada en una de las vitrinas de The Cavern Club, los Beatles tocaron 292 veces en ese lugar: entre el 9 de febrero de 1961 —como ya se dijo— y el 3 de agosto de 1963. ¡Sólo dos años y medio, y después, como una avalancha, vino la fama! Hay, por supuesto, un hombre clave en toda esta historia: el ya mencionado Brian Epstein, quien era dueño de un local de electrodomésticos y de venta de discos. Este empresario se enteró de la existencia de la banda cuando varios de sus clientes le comenzaron a hablar, cada vez con más frecuencia, de cuatro jóvenes que se presentaban en un sótano de Mathew Street, y que destacaban por su música y su forma de moverse en el escenario. Sin duda, los años en Hamburgo los habían dotado de soltura y coordinación, además de que estaban madurado rápidamente como compositores.

Exactamente nueve meses después de su debut, el 9 de noviembre de 1961, Epstein los vio actuar por primera vez y quedó tan deslumbrado, como aquel niño, que, en 1969, escuchó Abbey Road en México. Acudió a verlos varias veces más y un mes más tarde, en diciembre de 1961, les propuso ser su manager. Brian influyó para la salida del baterista Pete Best y su sustitución por Ringo, así como en el cambio estético de los miembros de la banda, quienes abandonaron sus chamarras de cuero por trajes, corbatas, y otro corte de cabello. Pero lo más importante: consiguió un contrato discográfico para el grupo.

Por ello, cuando se presentaron por última vez en The Cavern, The Beatles ya habían grabado “She Loves You” y sólo faltaban seis meses antes de su primer viaje a Estados Unidos. Con la Beatlemanía brotando por toda Gran Bretaña, la Caverna ya no podía satisfacer la demanda de la audiencia. Pocos sabían que la presentación del 3 de agosto de 1963 sería la última en el local de Mathew St., pero sí era muy claro que ese sitio ya les quedaba muy chico.

Los Beatles cambiarían aquel angosto sótano en forma de cueva de su ciudad natal por los grandes estadios, inaugurando así la era de los primeros conciertos multitudinarios de la historia del rock. Sin embargo, esa etapa duró sólo tres años: hartos de fans ruidosas que no valoraban su música e inmersos, cada vez más, en complejidades sonoras, muy difíciles —en aquel entonces— de interpretar en vivo, el cuartero británico dijo adiós a los conciertos el 29 de agosto de 1966, en San Francisco, California. De ahí en adelante, se dedicarían, de tiempo completo, a confeccionar mayúsculas obras como Revolver, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, White Album y Abbey Road, entre otras, sentando las bases para la exploración sónica y la explosión de los géneros. La mayoría de edad del rock, ni más ni menos.

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Last modified: 1 abril, 2025
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