1
A mediados de los ochenta, en su Montevideo, Eduardo Galeano esperaba a su hija Florencia.
“Ella era muy chica; caminaba como un osito —decía el escritor uruguayo, fallecido hace una década a los 74 años de edad el 13 de abril de 2015—. Yo la veía poco. Me quedaba en el diario hasta cualquier hora y por las mañanas trabajaba en la Universidad. Poco sabía de ella. La besaba dormida; a veces le llevaba chocolatines o juguetes”.
La madre no estaba, aquella tarde, y Galeano esperaba en la puerta de su casa el ómnibus que traía a Florencia de la guardería.
“Llegó muy triste. No hablaba. En el ascensor hacía pucheros. Después dejó que la leche se enfriara en el tazón. Miraba el piso”.
Galeano la sentó en sus rodillas y le pidió que le contara: “Ella negó con la cabeza. La acaricié, la besé en la frente. Se le escapó alguna lágrima. Con el pañuelo le sequé la cara y la soné. Entonces, volví a pedirle:
“—Anda, decime.
“Me contó que su mejor amiga le había dicho que no la quería.
“Lloramos juntos, no sé cuánto tiempo, abrazados los dos, ahí en la silla.
“Yo sentía las lastimaduras que Florencia iba a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios existiera y no fuera sordo para poder rogarle que me diera todo el dolor que le tenía reservado”.
Galeano era un experto para ponerle a uno, súbitamente, un nudo en la garganta.

2
El libro Amares es la primera antología literaria del uruguayo Eduardo Galeano que Alianza Editorial publicó en 1993. El florilegio contiene 146 relatos extraídos nada más de siete de sus libros: los tres tomos de Memoria del fuego, Vagamundo, Días y noches de amor y de guerra, La canción de nosotros y El libro de los abrazos.
Escueto y profundo como Galeano siempre ha sido, el volumen, de 262 páginas, es un perfecto sumario de sentimientos encontrados, una guía del descorazonamiento pero también un prontuario del optimismo: Latinoamérica es la historia de la inocencia y la ferocidad. La prosa viajera de Galeano nos conduce hacia los rumbos oscurecidos del luminoso mapa geográfico.
Ahora se halla el uruguayo en la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco: “Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando a lo lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano”, de ésos que Galeano ponía en las hojas de sus libros cuando estampaba un autógrafo.
Inmediatamente, se corrió la voz: “De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
“Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
“—Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima —dijo.
“—¿Y anda bien? —le pregunté.
“—Atrasa un poco —reconoció”.
Inevitablemente, otro nudo en la garganta.

3
En Bluefields, en la costa nicaragüense, llega Galeano al día siguiente de un ataque de la contra. Había muchos muertos y heridos: “Yo estaba en el hospital cuando uno de los sobrevivientes del tiroteo, un muchacho, despertó de la anestesia: despertó sin brazos, miró al médico y le pidió:
“—Máteme.
“Me quedé con un nudo en el estómago.
“Esa noche, noche atroz, el aire hervía de calor. Yo me eché en una terraza, solo, cara al cielo. No lejos de allí, sonaba fuerte la música. A pesar de la guerra, a pesar de todo, el pueblo de Bluefields estaba celebrando la fiesta tradicional del Palo de Mayo.
“El gentío bailaba, jubilosos, en torno del árbol ceremonial. Pero yo, tendido en la terraza, no quería escuchar la música ni quería escuchar nada, y estaba tratando de no sentir, de no recordar, de no pensar: en nada, en nada de nada. Y en eso estaba, espantando sonidos y tristezas y mosquitos, con los ojos clavados en la alta noche, cuando un niño de Bluefields. que yo no conocía, se echó a mi lado y se puso a mirar el cielo, como yo, en silencio.
“Entonces cayó una estrella fugaz. Yo podía haber pedido un deseo; pero ni se me ocurrió.
“Y el niño me explicó:
“—¿Sabes por qué se caen las estrellas? Es culpa de Dios, que las pega mal. Él pega las estrellas con agua de arroz.
“Amanecí bailando”.

4
¿Cuántos cuentos breves escribió en su vida el buen Eduardo Galeano?
Si consideramos que sólo en los tres tomos de sus Memorias del fuego, que suman reunidos un total de 1,072 páginas, hallamos 1,295 relatos, podemos concluir, sin temor a la equivocación, que rebasó, con facilidad, el número de los 3,000 cuentos.
Su Amares, por lo tanto, representaba, apenas, el 5 por ciento de su producción total. Pero es una, aunque mínima, buena muestra de su portentoso quehacer escritural.
En Caracas, Edda Armas le cuenta de su bisabuelo a Galeano: “De lo poco que se sabía, porque la historia empezaba cuando él ya andaba cerca de los setenta años y vivía en un pueblito bien adentro de la comarca de Clarines. Además de viejo, pobre y enclenque, el bisabuelo era ciego. Y se casó, no se sabe cómo, con una muchacha de dieciséis.
“Dos por tres se le escapaba. No ella: él. Se le escapaba y se iba hasta el camino. Ahí se agazapaba entre los árboles y esperaba un ruido de cascos o de ruedas. El ciego salía al cruce y pedía que lo llevaran a cualquier parte.
“Así lo imaginaba, ahora, la bisnieta; en ancas de una mula, muerto de risa por los caminos, o sentado atrás de una carreta, envuelto en nubes de polvo y agitando, jubiloso, sus piernas de pajarito”.
Por supuesto que no todas sus historias le producen al lector un amargo escozor en la garganta, sino también la característica alegría, inconfundible, de la latinidad. Alegría cetrina, tal vez, pero alegría, al fin y al cabo. La América nudosa y alegre de Galeano.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX
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Lindas anécdotas del gran y querido Galeano. Gracias.
Galeano es un estupendo promotor de la anécdota. Muchos hemos querido tener esa soltura narrativa.