¿De veras la campaña morenista habló, antes de ganar las elecciones en 2018, de subsanar por fin la despolarizada distribución del presupuesto publicitario oficial o fue una entelequia la que escucharon los esperanzados periodistas nunca corrompidos por todos los gobiernos anteriores?
La costumbre se hizo ley
Nadie se lo esperaba, de ahí prácticamente el linchamiento cotidiano contra la administración obradorista. Como nunca, cada dicho, postura o accionar de Andrés Manuel López Obrador fue motivo de defenestraciones, oposición o burla de los medios de comunicación, exhibiendo, éstos, su ira por el retiro millonario antes desmesuradamente privilegiado. Porque los medios estaban resintiendo, por primera vez a lo largo de casi una centuria, la ausencia económica que los protegió durante su nacimiento y posterior desarrollo, pues es un hecho irrebatible que la prensa en México debía su aliento, y su controlado albedrío, al proteccionismo del Estado que había jugado un papel preponderante en el empoderamiento o en el declive de cada uno de los informativos nacionales al financiarlos o a castigarlos según su comportamiento crítico.
Y subrayo esta última palabra porque evidentemente una prensa sostenida por el gobierno no puede, jamás, asumirse crítica; sin embargo, esta actitud, la de una supuesta crítica, fue la que prevaleció en esta industria para aparentar una resistencia que no lograba ser tal, pese a los bonancibles discursos armados en su entorno que hablaban de una entereza informativa sólo de dientes para afuera. Porque los cuerpos directivos, desde la propia génesis de cada medio, han sabido que no sólo no podían, ni debían, maltratar a los que alimentaban sus pesebres sino que habían instado, de algún modo (o ellos solos, de manera natural, habían entendido su sólida complicidad para satisfacerse financieramente, tal como los políticos lo han hecho desde siempre para cobijarse colectivamente en sus enjuagues silenciosos), desde entonces a los propios periodistas, en su íntima individualidad (porque una cosa son los periodistas y otra cosa es la prensa, aunque los periodistas suelan trabajar en esta entidad denominada prensa), para que propiciaran las causas —a veces asépticas, a veces infructuosas, a veces inútiles, a veces valerosas, a veces inciertas, a veces erradas, a veces heroicas, a veces certeras— que originaran u orientaran las bases para crear una atmósfera expresiva sin restricciones.

Porque la independencia periodística, desde la eclosión de lo que sería el Partido Revolucionario Institucional en 1929, había sido debidamente amordazada, acotada y limitada por los poderes oficiales que habían sabido domesticar a los distintos medios conforme iban naciendo: medios impresos, radiofonía, televisión, portales electrónicos. Todos y cada uno de ellos, incluyendo a las “benditas” redes sociales, han sido escalonadamente regulados, requisados, evaluados, sopesados, reglamentados o eliminados lentamente. Porque, por lo menos en México, la prensa no ha vivido sino a expensas de la partida publicitaria oficial, de otra manera no le es posible su sobrevivencia. Sólo la radio y la televisión, por su naturaleza masiva (a partir de ambos rubros es que se usa el término “industria mediática”, no como una definición denotativa de los sujetos, que podría sonar lógica, sino como una apreciación despectiva de su connotación inducida), pueden sobrevivir mediante la alimentación propagandística de las empresas privadas (¡más de veinte anuncios en cada corte de una emisión fílmica en TV Azteca, por ejemplo!), que sin importarles un ápice los niveles cualitativos de estos dos medios difunden —las dependencias gubernamentales— oportunamente sus mensajes comerciales. Si en el inicio lo hacían en los medios impresos, la maravilla electrónica los fue convenciendo, de a poco, de irse retirando de la prensa de papel para invertir mejor en la nueva e inventiva industria mediática, reduciendo los campos gravitacionales de la economía en los medios impresos… pero no al punto de ahogarlos económicamente.
De esta forma, desde los tiempos del cardenismo, el gobierno impuso la reglamentación del consumo de papel a cada medio (¡que el propio gobierno les vendía como idónea manera controladora de regularlos!), de modo que podía castigar, o recompensar, no entregándoselos u otorgándoselos crediticiamente (con grandes descuentos y a plazos). La manipulación era absoluta, al grado de que cada directivo (empresario, casi nunca periodista, o periodistas corrompidos con la excelente excusa de no hacer naufragar su barco informativo) se veía en la necesidad, o en la obligación, o en la obligatoria necesidad, de subastar su libertad expresiva. Los casos de la radiofonía y el sistema televisivo fueron el colmo de la sujeción expresiva, ya que era el Estado el que les refrendaba la permisividad de su operación electrónica-espacial, de ahí la franca dependencia informativa de estos grupos empresariales —y con deudas en Hacienda, pero ya se sabe que así como la justicia es expedita en los que menos tienen, demora lentamente en llegar a la riqueza—, y su visible empoderamiento familiar (¡la entrega de los diez mil millones de pesos a Televisa por parte de Enrique Peña Nieto en su sexenio es aterradoramente realista en su venta y servilismo informativos!): la prensa agradecidamente maniatada al Poder Ejecutivo, no en vano, y acaso comprensiblemente, Emilio Azcárraga Milmo se nombró soldado del PRI. No podía ser de otra forma: patear el pesebre significaba patearse a sí mismo. (Y esto se entiende parsimoniosamente en el país cuando contemplamos que esta situación se ha vuelto una normalidad competente: Televisa incluso ha tenido en su nómina a intelectuales considerados críticos cristalinos del sistema político que no dudaron, luego de ser censurados en esta misma televisora, en intervenir en este emporio sin advertir su rendición y fragilidad mediáticas —de Televisa—: Octavio Paz, Juan José Arreola, Héctor Aguilar Camín, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska… etcétera.)

Un siglo de educación económica
La prensa, así, ha sido educada no para servir con atingencia a la sociedad sino para servirse a sí misma atendiendo con gratitud a las instituciones que la favorecen. Por esta situación los aliados de la prensa, los periodistas, asimismo se han educado periodísticamente bajo la égida de la complicidad empresarial, cuya simulación gremial (la del ámbito periodístico) es admirablemente compaginada con los percances inalterables en las redacciones; es decir, pareciera nunca ocurrir nada gravoso al interior de cada medio, aun sabiendo de que la censura y la autocensura reinan por doquier alentadas por los intereses personales o directivos. Porque es evidente que hay periodistas que lo son, ya electrónicos o en papel o en línea, sólo para recompensarse a sí mismos, periodistas millonarios que han usado a la prensa como escudo protector de sus propias calumnias y mezquindades, afamados corruptos que sin embargo continúan vigentes en la cartelera informativa, tal como los numerosos políticos que cambian de partido para conseguir, y consecuentar, sus fines lucrativos.
El atrevimiento de algunos periodistas alterando el orden establecido es ignorado o juzgado silenciosamente. Lo cierto es que, innegablemente, la prensa debe su enriquecimiento (su estatus, su poder, su afianzamiento, su cinismo) a las generosas aportaciones económicas de los sucesivos gobiernos federales y estatales que han sabido compensar, con firme espontaneidad, las gráciles perfidias de una información cautelosamente neutralizada, por no decir sobornada, hasta el final de cada sexenio (el colmo megamillonario lo obtuvo la prensa en general durante la administración peñanietista, cuyo escandaloso auge financiero mereció incluso la desviación periodística de todas sus apropiaciones materiales.
Porque la administración posterior, la morenista, llevó a cabo una estrategia jamás antes experimentada en el país: la del aplazamiento (o el retiro radical o, en sus casos, que los hubo, del afianzamiento súbito) monetario a los medios, recurso sin el cual no sólo hace imposible su supervivencia sino incluso transforma su carácter intrínseco convirtiéndolos, a los medios, en francos enemigos (¿energúmenos?, ¿enemistados?, ¿efímeros enconados?) del gobierno, opositores (sin partido político definido) perennes del presidencialismo cuando sólo unos meses atrás eran sus idóneos comparsas —del sistema político.
Y la poderosa razón de este cambio de pareceres se finca, como todo en esta vida, en el dinero. Mejor dicho, en la ausencia de dinero, elemento protector (éste: el dinero) que custodiaba las espaldas de los gobernantes, ahora desprotegidos, que los hace vulnerables y refutables, a diferencia de los anteriores funcionarios que, corruptos y corruptores, pasaban por disciplinados políticos (Javier Duarte, por ejemplo, sólo comenzó a ser vapuleado por la prensa cuando ya había dejado la gubernatura veracruzana).
Esto no sucedió durante el obradorismo, porque el dinero no estaba afianzando emporios ni disminuyendo rebeldías. Sencillamente no estaba siendo distribuido equitativamente (como en las etapas panista y priista, el dinero preferentemente fue otorgado a los que loaban todos los emprendimientos, errados o no, del obradorismo: la misma seducción financiera sólo que no a los mismos nombres sino a unos nuevos, diferentes, que respaldaban convenientemente el discurso morenista, causando la ira de los ahora no protegidos, exaltándolos, parcializando sus altaneros juicios), como se había prometido en la campaña morenista, o eso creyeron escuchar los periodistas honrados.

Y aquí vale una cavilosa introspección.
De haber ganado la contienda electoral Meade, Anaya o el neoleonés Bronco no habría ocurrido ningún pavoroso sismo al interior de los medios, pues el dinero hubiera continuado llenando las arcas de los consentidos de los gobernantes en turno. Pero ganó López Obrador, destemplando los dientes de los costumbristas del poder informativo, distanciándolos (¿momentáneamente?) de los placeres financieros largamente condonados. De ahí el arrebato y la diminuta sutileza en rebatir los procedimientos lopezobradoristas.
Pero es aquí, justo aquí, donde debe airearse la soterrada cavilación: al no tener otro capital disponible, porque la iniciativa privada sólo enriquece a los medios electrónicos (y la prensa mexicana no vive de sus lectores, aunque tenga numerosos, menos todavía con el sembrado de miles de portales “informativos” digitales), ¿qué debe hacer la prensa de papel, qué camino debe seguir, cómo ajustar su inversión cuando su figura es aún artesanal (no descaradamente lucrativa y ahorrativa como los aditamentos digitales), cómo reaccionar ante su desamparo, de qué manera puede protegerse acostumbrada al auxilio oficial y al exilio del erario, cómo echar las anclas sin poseer los suficientes botes salvavidas como ocurriera en el Titanic, dónde guarecerse de este torrencial inesperado?
Más aún: ¿cómo debe protegerse la prensa cultural en un país que simula simpatizar con la cultura?, ¿cómo sobrevivir en un medio donde la mismísima Secretaría de Cultura no abre ni siquiera las puertas a los periodistas de cultura?, ¿cómo caminar en una ruta donde los ignorantes se han apropiado del funcionariato cultural en una administración supuestamente izquierdista?, ¿cómo avanzar si los que están al frente de la cultura no saben nada de ella?
Como toda República Democrática que se respete, un gobierno en el poder no debe improvisar ni planear de último momento sus estrategias políticas, pero al parecer Morena no tenía previsto este accidentado trayecto inicial que en sólo un sexenio le ha costado el empleo a miles de periodistas de todos los medios posibles que, en su ingenuidad y su entusiasmo, creían, creyeron, a pie juntillas que el nuevo gobierno los beneficiaría.
Y, como aciagamente acontece hasta en las mejores familias, los que han sido despedidos tal vez habían sido los más nobles y enjundiosos en el levantamiento de los medios donde laboraban.
¿La nueva presidencia ha pensado en estos hombres y mujeres que se han quedado sin trabajo en la creencia de que mejorarían notablemente con el súbito cambio de poderes?
(Como con las instancias infantiles: no todas eran fantasmas ni corrompibles, bastaba una depuración para transformar en serio una calamidad insostenible; pero una mala persona no hace mala a toda la humanidad, teoría por cierto diagnosticada por el propio López Obrador, a quien no le importara “sacrificar” a una agencia noticiosa como Notimex desgraciando a sus empleados despedidos para beneficiar financieramente a los que se oponían a su gobierno sólo para satisfacer al padre de las muchachas Alcalde que fungía, el padre, ¡de asesor de los alterados huelguistas que dieron muerte a Notimex!.)
Porque, en efecto, un gobierno democrático, aun austero, debiera propagar sus actividades en los distintos canales de la sociedad informativa. Debido a esto, recuérdese que, caído el franquismo, en España, alentando la calidad, no la cantidad ni la lisonja, ascendió un gran periódico como El País. En cambio, hasta estos momentos, la entidad democrática gubernamental mexicana sólo ha propiciado, al carecer de un programa de difusión de sus actividades, la expulsión de centenares de trabajadores de la información. ¿Hay conciencia sobre esto?

Insolidaridad laboral
Y estamos hablando de despidos masivos en empresas millonarias, donde sus directivos, sin importarles mínimamente el acto informativo, se han enriquecido las más de las veces a costa de los periodistas, imagínese entonces, el lector, el estado en que se hallan las publicaciones independientes que jamás fueron favorecidas por los gobernantes que disfrutaban del simulacro informativo para mirarse con beneplácito bajo la lupa de críticas lisonjeras y caritativas que ellos mismos, los políticos, pagaban. No es que —la prensa y los periodistas independientes— estén solicitando dádivas, sino justamente tenían una idea contraria de los hechos desastrosos ocurridos en la actualidad: se creía que un gobierno justo por fin distribuiría equitativamente la propaganda oficial desmoronando la práctica del arbitrario mecenazgo y el parcializado consentimiento compensatorio. Sólo eso, como una primera lección de demostración democrática mediática nunca antes puesta en marcha en toda la historia mexicana.
Porque lo que iba a ser, por fin, una entidad de balanzas bien afinada en la repartición publicitaria (bastaba ya de canonjías y de favoritismos a empresas cimentadas y amparadas en sus firmas de simulación crítica… ¡situación que no se ha modificado en absoluto, sólo han cambiado los nombres!) se ha convertido, inesperadamente, en una especie de isla democrática aislada completamente de los medios. Y aunque en el gabinete obradorista estaban incorporadas personalidades de abierta confianza pluralizadora (Jenaro Villamil, Sanjuana Martínez —a quien el propio López Obrador acabó llamando “traidora” a pesar de haberse ajustado, la periodista, al pedido inicial del presidente de acabar en la agencia Notimex con la corrupción, la cual finalmente consintiera el obradorismo compensando a los sindicalizados que se negaban a ver perdidos sus antiguos privilegios—, José Antonio Álvarez, Armando Casas, Gabriel Sosa Plata, Jesús Ramírez Cuevas —coautor con Carlos Monsiváis, en 2008, de un libro sobre las entonces delegaciones de la Ciudad de México solicitado y pagado cuantiosamente por el gobierno capitalino—, Fritz Glockner o Paco Ignacio Taibo II), al final del sexenio el gobierno morenista aún carecía de una política de comunicación social, porque ofrecer a diario una conferencia de prensa no era, ni mucho menos, el significado de una nueva apertura equilibradora informativa (sí fue, cómo no, una nueva versión de los acontecimientos presidenciales donde, por primera vez, el Ejecutivo tenía una voz propia, a diferencia de sus homólogos en el pasado que carecían de opiniones). Porque en una sociedad democrática el presidente tiene mejores cosas que hacer que andar refutando los decires de una prensa reclamadora e irascible, que prefiere estarlo que argumentar su ira: ¿cómo pudo una prensa encarar y contrariar al presidente sólo porque la dejó de alimentar, nutrida como estaba por los funcionarios precedentes? No se atrevió, ni hubiera sido posible tal atrevimiento —porque sencillamente la prensa se habría pegado un tiro en la cabeza—, a decirlo por orgullo propio, si bien su continuada queja evidenció las razones de su aflicción. Porque sólo podía ver en este procedimiento gubernamental un punitivo aplazamiento de los dineros, no un corte transitorio de las costumbres preferenciales.

Que esta política de la austeridad (o ausencia de política en lo concerniente a la propagación comercial oficial, mejor dicho) fue, a su pesar, catastrófica e insolidaria no es sino una realidad impostergable.
Si bien, específicamente en la zona cultural, los anteriores regímenes eran, o fueron, dadivosos con la cúpula intelectual (Rafael Tovar y de Teresa siempre tomando previsiones para respaldar a sus amistades y desafiando a quienes no concordaban con sus criterios culturales), en este momento, de manera extraña y paradójica, ni las puertas de la cultura son abiertas. Sí, fuimos testigos de desafortunadas exhibiciones clasistas como las de Antonio Martínez Velázquez, Marvel (representante de Comunicación Social entonces de la Secretaría de Cultura) de ir a pedir personalmente disculpas a La Jornada por su gravoso comportamiento inicial, lo que auguraba, para ese diario, una circunstancia distinta, acaso bonancible, en el porvenir, tal como así efectivamente ocurrió.
¿No era esta actitud una innoble muestra de parcialidad de principios, como lo fueron las entrevistas consentidas del secretario de Educación Pública con TV Azteca —su casa laboral antes de ser llamado por López Obrador para formar parte de su gabinete— o de Taibo II con el relajiento programa radiofónico La Corneta antes de ofrecer abiertamente charlas con medios que lo habían buscado sin respuesta alguna?
¿Dónde se encontraba en esos consentimientos el cambio político?
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, DE VÍCTOR ROURA, PUBLICADAS EN LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito
Hi thhere verry ice blog!! Guy .. Beautiful ..
Amazing ..I will booomark youir website annd takke the
fdeds additionally? I’m satisfied to find a loot of usefull info rjght here in thhe publish, we’d
like woirk out extra strategies in thhis regard, thanks
forr sharing. . . . . .